El diseño de enseres. Cimientos de lápiz y papel
El aprendiz
Javier Sánchez de los Reyes es el "padre" de buena parte de los recientes estrenos
Desde que afrontó el retablo del Cachorro, no ha parado de recibir encargos de envergadura
La pasamanería. La hermana no tan pequeña del bordado
Todos los niños de esa generación crecimos con Félix Rodríguez de la Fuente y Barrio Sésamo en la España de los dos canales de televisión. Nada que ver con la actual oferta en la pequeña pantalla, repleta de documentales y series (algunas, de dudosa calidad). En aquel país que vivía los años de la movida y el desenfreno, una italiana de movimientos contorsionistas atrapó la atención de Javier Sánchez de los Reyes. Raffaella Carrá se convirtió en la musa de sus dibujos con edad párvula. Cuando han pasado varias décadas, las manos de este sevillano siguen atadas al lápiz y al papel, herramientas con las que ha diseñado buena parte de los mejores enseres cofradieros estrenados los últimos años. Sirvan de ejemplo los de este 2024: el nuevo manto de la Virgen de la Quinta Angustia y el proyecto de recuperación de la antigua túnica del Nazareno de la O. Y todavía le queda por delante un proyecto de considerable envergadura, el tercer manto de salida para la Esperanza de Triana, su hermandad.
En su pequeño estudio de la calle Jesús del Gran Poder entra toda la luz de una incipiente primavera. En este bloque de pisos hay carteles que advierten de la necesidad de no hacer ruido a ciertas horas de la noche. Están escritos en varios idiomas, incluido el chino. Una Torre de Babel donde Sánchez de los Reyes saca adelante auténticos retos patrimoniales.
El gusto por dibujar lo tuvo desde pequeño, pero fue durante su estancia en Madrid cuando se planteó dedicarse profesionalmente a tal menester. A finales de los 90, a este joven -licenciado en la Facultad de Bellas Artes de la Hispalense- se le presentó la oportunidad de regresar a su Sevilla natal. "Era una época de gran carga de trabajo en los talleres de orfebrería. Debido al importante número de encargos que recibían, buscaban dibujantes", recuerda este diseñador, quien vio en en esa necesidad una oportunidad para volver a la capital andaluza.
Su primer gran proyecto le llegó pocos años después, cuando se puso en marcha el retablo del Cachorro, un reto para el que contó con la ayuda de Juan Borrero -"del que tanto aprendí"- y de Villarreal. "Las medidas y escalas debían ser exactas para las maderas, no podía existir ni el más mínimo margen de error", recuerda.
El principio de ergonomía
El diseñador como hombre del Renacimiento, ya que engloba un buen número de saberes: arquitectura, ingeniería, dibujo... Y un aspecto indispensable en el que incide este vecino de la discoteca Holiday: el conocimiento del trabajo en los talleres que darán vida a los proyectos, aspecto fundamental para el éxito. Aquí emplea un concepto poco escuchado en el ámbito cofradiero pero esencial, el de "ergonomía". "La pieza que diseñas debe ser útil", asevera este profesional, que pone de ejemplo un cirial. "Cuando lo proyectas has de tener en cuenta siempre para qué va a servir y que ese enser se limpiará todos los años, por lo que no debe contener elementos que dificulten o impidan tal misión", incide.
No son pocas las veces que, al contemplar ciertos diseños, se ha percatado del desconocimiento del autor sobre la labor artesanal, al resultar imposible su ejecución por completo. Para evitar tal extremo, es imprescindible saber cómo se trabaja en los talleres y el proceso para sacar adelante una pieza.
Desde que a Javier le encargan un proyecto hasta que lo entrega, se suceden varias fases. La primera es conocer qué busca la hermandad. "Eso no lo puedes traicionar", advierte. Luego viene una fase de documentación, trabajo que califica de "introspección". Después llega el momento de plasmar la idea con el lápiz, un proceso en el que recomienda ir mostrando a los hermanos los resultados para "evitar sorpresas" y caras largas al final. "Siempre buscas llevarte ese trabajo a tu terreno", admite Sánchez de los Reyes, a quien no han sido pocos los asesores artísticos de hermandades que han intentado "dirigirle" la mano a la hora de dibujar. "Estos expertos son aconsejables en las cofradías para dar indicaciones al diseñador, pero nunca deben limitar la creación artística", aclara.
Hasta 25 rotuladores
Todo encargo entraña dificultad, pero hay algunos, además, que requieren de mucho tiempo. En esta categoría entra el nuevo manto para la Virgen de la Esperanza de Málaga, de enormes dimensiones. Para el boceto tardó dos meses, en los que empleó entre ocho y nueve horas diarias. Cuando lo amplió a una escala mayor gastó 25 rotuladores, utensilio indispensable para sus dibujos, junto a un lapicero que sigue siendo el mismo que utilizó cuando diseñó el retablo del Cachorro. Veinte años lo contemplan.
Como base para los dibujos, en su estudio se suceden el papel vegetal, un tipo de cartulina muy especial y el papel caballo, pensado para las acuarelas, cuando el diseño cobra color. En este material estampa ahora la túnica del Nazareno de la Hermandad de la O, que reproduce la original de las Hermanas Antúnez (1891). La reconstrucción ha requerido de una veintena de fotos antiguas, con las que ha desplegado una verdadera labor de ingeniería, al cruzar los datos que aporta este archivo con las piezas bordadas existentes. Así ha solventado los "ángulos muertos", es decir, las zonas de la túnica de las que no hay constancia gráfica. El resultado será un enser que se aleja del tipo de túnica de nueva factura (con el modelo fijado por el sastre Cerezal para el Gran Poder) y se acerca más al batón, al caer por los lados y apenas dejar descubiertos los pies.
El oficio tiene una cara B. Las horas de trabajo pasan factura en la espalda y las manos. "Se me caen las cosas", admite este diseñador, quien en más de una ocasión ha subido a la azotea para componer dibujos de grandes dimensiones. Allí, en las alturas, diseños de inspiración regionalista, decimonónica o del XVIII han compartido uso con la colada de los vecinos. Alfileres de tender y ropa recién lavada ("de todo tipo") junto a la simiente de mantos y sayas. Enseres que, cuando cobran vida, a más de un cofrade le hacen musitar lo que cantaba aquella italiana de pelo rubio: "Explota, explota mi corazón".
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