Semana Santa de Estepa. Silencio de siglos con los Estudiantes
Reliquias de la provincia
La cofradía más joven del municipio sale la madrugada del Miércoles Santo con un cortejo regido por la más absoluta austeridad
Retomamos esta serie cuaresmal volviendo la mirada a uno de los municipios sevillanos que ya fue protagonista en uno de los capítulos de la segunda edición: Estepa. Entre olivos y en la frontera con Málaga, esta localidad, famosa por su aceite y mantecados, atesora una Semana Santa rica en peculiaridades y formas, muchas de ellas perdidas por el auge del estilo de la capital hispalense, que ha ido ganando terreno a la estética y costumbres propias de las cofradías de Andalucía oriental.
Hoy nos detenemos en una corporación con poca antigüedad pero cuya procesión tiene cierto aire castellano en el epicentro de Andalucía. Hablamos de la Hermandad de los Estudiantes, la más joven de Estepa. Su fundación se remonta a 1957, una época en la que se organizan nuevas cofradías en este municipio, como la de las Angustias y el Calvario. Las tres tienen en común estar vinculadas a colectivos profesionales y ser de corte serio, un perfil muy distinto al habitual entre las más antiguas de esta población de la Sierra Sur.
El origen resulta bastante curioso, pues hay que buscarlo en una tuna universitaria formada por estepeños que cursaban la enseñanza superior aquellos años en Sevilla. Entre ellos se encuentra el primer presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo. Su idea era trasladar el modelo de la Hermandad de los Estudiantes de la capital a Estepa. Para ello, buscaron, ante todo, la austeridad y realizar la estación de penitencia la misma jornada: el Martes Santo.
Este día, por la tarde, recorre las calles estepeñas la cofradía de San Pedro, a la que ya nos referimos en la segunda edición de esta serie. Debido a la algarabía que la acompaña, los hermanos fundadores de los Estudiantes decidieron retrasar la salida del cortejo penitencial a la madrugada del Miércoles Santo, a una hora bastante inusual, las dos de la mañana, cuando el silencio se adueña de todo el pueblo.
En aquella época la corporación hacía estación de penitencia con la única aprobación del párroco de San Sebastián (su sede canónica), Manuel Lazaleta. Las primeras reglas no fueron ratificadas por el Arzobispado hasta principios de la década de los 80.
Su titular es un crucificado que recibe el nombre de Cristo del Amor. Se trata de una imagen de la segunda mitad del siglo XVIII con varias atribuciones, aunque las últimas la relacionan –con bastante acierto– con la obra de Diego Márquez, uno de los referentes de la escuela antequerena. Se trataría de uno de los crucificados barrocos de este imaginero, que en sus últimos años evoluciona hacia una concepción más clásica del arte religioso. En su origen, estaba enclavado a una cruz plana, que fue sustituida por una arbórea.
De rodillas al toque del tambor
Pese a la poca antigüedad de la hermandad, su estación de penitencia se ha convertido en una de las señas de identidad de la Semana Santa estepeña. La severa austeridad con la que el centenar y medio de nazarenos salen a la calle, en plena madrugada de una jornada laborable, concita a numeroso público de la localidad y de municipios cercanos a presenciar su discurrir.
El silencio, como se dijo antes, es absoluto. Sólo lo rompen los toques secos de tambor. Se trata de la única señal que reciben los nazarenos para andar, pararse o realizar la doble genuflexión. Los integrantes del cortejo (con túnica y antifaz negros) rezan las estaciones del vía crucis, las cuales se desarrollan delante de los templos y lugares emblemáticos del municipio. Durante su lectura, permanecen arrodillados, mientras se lee la meditación y se reza el Padrenuestro. La persona que realiza el toque de tambor se sitúa en mitad del cortejo. Junto a la cruz de guía y el paso se encuentran los lectores. Con dos toques, la comitiva se para. Con tres, los nazarenos se arrodillan. Al siguiente toque, se reanuda el andar. Así, hasta que la cofradía vuelve a San Sebastián a las cinco de la madrugada.
Los nazarenos, como suele ser habitual en las cofradías que salen de noche en este municipio serrano, no llevan cirio, sino faroles, lo que evita que el cortejo se quede sin luz al soplar el viento de la noche. Tampoco se incluye la figura del demandante, tan propio en las cofradías de capa estepeñas.
El paso del Cristo ha adoptado los últimos años el estilo sevillano, al ser llevado por costaleros. Pero no siempre fue así. Desde sus inicios recorría las calles de la localidad en unas pequeñas andas, portado a hombros por hermanos vestidos de nazareno, a semejanza de cómo se hace en la cercana provincia de Málaga. El hermano mayor de la corporación, José María Martín, reconoce que esta forma de salir en procesión suponía una dificultad, pues requería de personas fuertes que a la mañana siguiente tenían que trabajar, por lo que se optó por el modelo sevillano, el cual “tiene más aceptación actualmente en la localidad”.
La dolorosa de la hermandad, la Virgen del Valle, no sale en la cofradía. Se trata de una imagen que se incorporó en 1990 y que recientes estudios la han catalogado como obra de Diego Roldán, nieto de uno de los referentes de la imaginería barroca, Pedro Roldán.
El silencio, la noche y la cal envuelven a la cofradía de los Estudiantes de Estepa, que cada madrugada del Miércoles Santo trae aires de siglos a la hermandad más joven de esta tierra.
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