La salida de la Paz en 2022: Al principio fue el blanco

El jubileo de la pestaña

En su discurrir por el Porvenir, la cofradía evidencia que no hay vuelta atrás

La Semana Santa ha venido para quedarse en las calles de una ciudad donde no faltan la chavalería y los globos

Pétalos a la Virgen de la Paz tras salir de San Sesbastián. / Antonio Pizarro

Son grandes y corpulentos, pero las lágrimas acaban de surcar sus ojos. “Ahora sí, chorla, ahora sí”, se dice un costalero a otro (con beso sonoro en la frente) tras la salida del Señor de la Victoria de la parroquia de San Sebastián. Perdonen este arranque tan sensiblero de la crónica que ahora leen, pero éste que les escribe, que cada vez rehúye más la sensiblería propia de estas fechas, también se deja llevar por la emoción que embriaga el momento (expresión cursi donde las haya). Han pasado 1.092 días desde que estas puertas se abrieron por última vez, más de tres años sin nazarenos en unos jardines colmatados de un público que intenta esquivar el sol, que está pegando fuerte.

Bajo la escuálida sombra de un jazmín sin flor y sentada en un poyete, Eva María Avecilla espera que pase el largo cortejo de la Virgen de la Paz. Nazarenos blancos en continua sucesión. Ella es de Dos Hermanas, pero hace más de 20 años se vino a Sevilla, con su marido, Paco Flores, que nació en la calle Brasil, fue costalero en la primera cuadrilla de la hermandad y ahora hace las veces de auxiliar de la cofradía.

Eva María, en su juventud, veía la Paz por la tele y ahora, en su madurez, se encarga de las labores de costura en la corporación. Dalmáticas, una túnica para el Señor y el manto de tisú de plata que estrena este año la dolorosa han salido de sus manos. 18 kilos que ella misma ha pesado en su casa. “El manto lo ha donado Concepción García y lo he cosido yo”, refiere. Su marido tiene el número 66 en una hermandad que conforman más de 5.000 miembros.

Siguen saliendo nazarenos. Su discurrir, a la sombra, no se hace pesado. El cortejo se adentra por Río de la Plata, nombre de calle que encaja a la perfección con esta cofradía alba y argéntea. Y es que el blanco estuvo siempre en el origen de todo.

También en este porche se encuentra Luisa Martínez, que a sus 85 años de edad y 45 de hermana sigue ejerciendo de camarera de la Virgen, labor que acomete con su compañera de faena, María del Carmen Villanueva. Luisa no se despega de su marido, en silla de ruedas. El esposo de María del Carmen es Eduardo Galzón, que tiene el número 35 de hermano, cifra que repite hasta en tres ocasiones para dejar clara constancia de su antigüedad al periodista.

La salida del Señor de la Victoria ha sido el primer chute de emoción de la jornada, que se aventura calurosa. En el carro que sigue al primer paso no faltan botellas de Aquarius, extintor, la caja de herramientas y un material que hasta ahora no era habitual: 80 mascarillas, elemento, por cierto, que brilla por su ausencia en este enclave y en las calles colindantes.

Con el primer paso se marcha también la escolta del Regimiento de Guerra Electrónica 32. No es que yo sepa mucho del mundo castrense, sino que la cabo Carolina Garrido me ha dado cuenta de la vinculación con la corporación de San Sebastián. Garrido lleva varios años desempeñando esta función. Se muestra muy ilusionada tras dos Domingos de Ramos sin acompañar al Señor de la Victoria hasta la Catedral. Previamente le ha sacado brillo a su HK, el fusil que cargará en esta jornada luminosa, como marca el ideario -tan tópico como bello- de la Semana Santa. Uno de los integrantes ha repartido gominolas. "Hace falta azúcar para soportar tantas horas", asevera. Delante del paso, el secretario general de la diócesis, Isacio Siguero, con manteo.

Sale la Virgen de la Paz. Segunda saeta de Álex Ortiz. El paso blanco se pierde en la espesura de la arboleda del Porvenir. Luego vendrá el vergel del Parque de María Luisa. Las calles se pueblan de chavalería. Sin mascarillas y dispuestos a gastar suela de zapatos. Ellos con sus primeros trajes y pantalones tobilleros, sin miedo a la embestida de un pisotón ajeno; ellas, con faldas cortas y tacones imposibles que las hacen andar como pasos mal igualados. Los balcones de los chalés del Porvenir rebosan de público. No falta a la cita el tío de los globos. Hasta que no aparece no se constata que la fiesta ha vuelto con todos sus avíos. Como Dios manda.

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