Reflejos en un cristal
Mis naufragios en el mar de la vida, mis errores y los dones que tú me diste, los aciertos y los compromisos, los proyectos, los que salieron y los que erraron…todo está en Ti
Es Viernes de Dolores. En el recogimiento de la Iglesia del Convento de la Paz hay un cierto anuncio de la tarde del Viernes Santo. Las magníficas andas esperan ser pesebre definitivo del cuerpo ofrendado de su Señor Descendido. La Piedad de María espera en el vértice de esta montaña santa –en esta hora solamente con el lienzo blanco– con las manos extendidas para acoger a este Hijo. Hemos visto muchas veces –insoportablemente demasiadas– este gesto en madres del hambre, en madres de la guerra. Es como una nueva Anunciación. “Hágase en mi tu Palabra”. Es la ofrenda dialogada que nace del Misterio. La Madre acogiendo al Dios abajado. Sus Siete Palabras besadas y abrazadas por la pequeña comunidad de sus discípulos.
El Viernes Santo ha sido testigo aparentemente de la desintegración de la comunidad de Jesús. Y entonces, en este silencio de la humanidad –como en otros clamorosos silencios ante nuevas cruces– contemplaremos a esta comunidad naciente a los pies de la cruz.
Continúa el traslado. Las hachetas iluminan este camino. El muñidor –como en la tarde santa del Viernes– le precede. Veo en el cristal enfrentado a la Cruz Alzada, su reflejo desvaído con las luces. Y pienso que en gran parte de este día hondo, severo y magnífico del Viernes Santo, ya casi todo es un reflejo hermosísimo de lo mejor que hemos vivido. La Semana más esperada y prometida comienza a agotarse. Ese es uno de sus signos o casi milagros. Irrumpe antes de que llegue por cualquier detalle que toque el corazón o comienza a irse antes de que realmente finalice.
Como en aquellas tenues luces reflejadas en el cristal, contemplamos todas las estaciones de la vida vividas en solo una semana. Reencuentros, ofrendas. Como en una secuencia vivida en la serenidad de la tarde –con los cuerpos aún agotados de la Madrugá– contemplamos el azul elegante y único de la Carretería en la conjunción antigua y magnífica de su misterio y en el eco decimonónico de su Palio. Como en un reflejo, la estampa que me sigue recordando a las fotos sepias de Luis Arenas de la Soledad conventual de San Buenaventura. Manos oferentes y lienzo blanco en un extremo de la cruz vacía. El Dios expirante del Cachorro que nos afirma aún antes de ser cumplida, la Resurrección del Justo. Mirada a lo alto que abre todos los cielos y a nosotros a una tierra nueva. La mano sobre la roca de Jesús caído en San Isidoro. La palabra de misericordia del Crucificado de la Conversión aproximado hasta vencerse sobre el arrepentido: “hoy estarás conmigo…”
Y advertimos en esta tarde única y serena que hay una luz distinta que nos habita. En la palabra del poeta Romero Murube, “por el hilo de oro de la tarde de marzo, viene caminando Jesús Nazareno”.
Sellados en su silencio los sagrarios conventuales y aquellos otros sagrarios pobres, especialmente cuidados para la tarde del Jueves Santo en el Monumento. Quietud en esta tarde definitiva. Caminamos como náufragos de la Pascua, buscando el altozano. Que nos alivie su mirada dulcísima de la quietud de los templos vacíos. Todo consumado y todo vuelto a nacer. Comprendimos en ese momento, en la primera hora de la noche del Viernes, con nuestras soledades, lo cerca que estábamos de la ofrenda de la propia vida y lo lejanos de volver a esperarla. Y viene caminando a nosotros, levemente, Jesús Nazareno. Leve Cordero de Dios ahormado a la silueta de la cruz en la tarde.
Mis naufragios en el mar de la vida, mis errores y los dones que tú me diste, los aciertos y los compromisos, los proyectos, los que salieron y los que erraron…todo está en Ti, en tu cabeza suavemente vencida. Repiten mis ojos las palabras de Isaías: “He aquí a Dios mi salvador: estoy seguro y sin miedo, porque el Señor es mi fuerza y mi poder, él fue mi salvación…fuiste fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aprieto”. Y les respondes desde el altozano de tu mirada: “No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Porque yo soy el Señor, tu Dios, el santo de Israel, tu Salvador”.
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