La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Aquellos cofrades de principios del siglo XIX, que con suerte acompañaron a su cofradía un par de veces o tres en el marco de dos o tres décadas, envidiarían hasta el delirio el extraordinario momento que vivimos los cofrades del hoy. En el marco de los debates por la restricción de nazarenos, la masificación o el desbordamiento de la fiesta (cuestiones estas dos últimas a tratar, por supuesto), el 1800 fue devastador para nuestras hermandades, que con suerte hacían estación en contadísimas ocasiones.
A estas disquisiciones se suma, huelga recordarlo, la propia organización logística de la fiesta, que desde 1604 (año en que se establece la obligatoriedad unitaria de acudir a la Catedral) vertebra el grueso de las conversaciones cofradieras. Las disputas por el orden de paso, los minutos y las calles no es cuestión reciente ni mucho menos. Lo único que se ha modificado es, si acaso, el modo de expresar esa disconformidad: primero ante notario o en el palquillo, ahora, en el palquillo y en las redes sociales, con la música o con otras señales de protesta.
Si echamos la vista atrás, buceando por las crónicas y los libros, encontramos que las hermandades (salvando afortunadamente las distancias) también rechazaron de plano ciertas disposiciones o mandatos provenientes de instancias superiores, hasta de regímenes autoritarios si nos atenemos al plano político, puesto que las cofradías son Iglesia y a ella misma se deben. En el año 1810, época dura para el mantenimiento vital de las hermandades tras la invasión francesa, solo tres cofradías salieron en procesión aquella Semana Santa.
En aquel momento reinaba en España José I, hermano de Napoleón Bonaparte, quien delegaba en la figura conocida como comisario regio (un escalón por debajo del mariscal Soult) todas sus disposiciones. En Sevilla hubo, como apunta nuestra amiga Rocío Plaza en su libro Los orígenes modernos de la Semana Santa de Sevilla, II, editado por ElPaseo, dos comisarios regios: Blas de Aranza y el conde de Montarco. Aranza se convirtió en el primer depositario de estas facultades cuando los franceses tomaron la ciudad, y él fue el encargado de gestionar todas las salidas procesionales aquella Semana Santa.
Uno de los testimonios más directos que conservamos de aquella época es la Historia crítica y descriptiva de las cofradías de pentencia, sangre y luz, de Félix González de León, que nos indica que el Prendimiento saldría "a invitación del gobierno francés" y el Gran Poder "para que la viera el rey José Napoleón". Ambas circunstancias son ciertas, pero existe otro testimonio que nos permite arrojar algo más de luz acerca de esta situación. El cronista oficial de la ciudad José Velázquez y Sánchez, en 1872, en el Diario de 1800 a 1854, comenta que las cofradías no salieron a la calle aquel año de 1810 por una sencilla razón, puesto que "el verdadero móvil de su resolución unánime era el odio al gobierno intruso". Solo tres cofradías aceptaron la "intimación". las citadas del Gran Poder y el Prendimiento y la Carretería. Ante dicha situación, "el nuevo rey, que había mostrado afán por estas procesiones, no salió del Alcázar, aunque los cabildos le habían dispuesto sitios de preferencia en el vestíbulo de las casas consistoriales y en el atrio de la puerta del Colegio de San Miguel".
Un testimonio que reforzó el propio González de León, cuando al cierre de la Semana Sansta, el 20 de abril, el rey comunicó una orden en que se "mandaba que las que pudiesen salieran porque el rey quería verlas", algo que no sucedió, en vista de los habituales plantones que protagonizaba el rey José.
Sin embargo, son varios los motivos que impulsaron a las hermandades a negar o aceptar dicha invitación, más allá del rechazo al gobierno francés. La junta de gobierno del Gran Poder, convocada a petición de su alcalde primero Francisco Bucareli, volvió a reunirse ocho años después de la última vez (1802) ante la "necesidad de dar respuesta urgente". Aquello se tornó en una reunión de todos los hermanos mayores posibles convocada por Manuel Benjumea, mayordomo del Gran Poder. Allí todos expusieron las diferentes dificultades o inconvenientes que imposibilitaban la salida de las cofradías, "a pesar de que todas tendrían mayor satisfacción en dar gusto a SM", apunta Rocío tras la consulta a un libro de actas de la hermandad.
Tras oír la cédula enviada por el provisor, hubo acuerdo: "que se pongan las efigies en los pasos y estos se prearen para la procesión que deberá hacer su estación cuando SM tenga a bien mandarlo, siempre que el Gobierno preste sus auxilios necesarios para la decencia y decoro debido al culto". La economía era esencial para poder salir a la calle.
De este modo, tras numerosas reuniones en un periodo de tiempo de escasas horas, solo salieron tres cofradías a la calle y en un mismo día: el Viernes Santo. El orden fue el siguiente: Prendimiento (con nazarenos), el Gran Poder (sin ellos) y la Carretería, con nazarenos. Esta última salió a la calle gracias a que varios hermanos "se comprometieron a satisfacer de sus propios intereses los costos necesarios para sacar en procesión las santas imágenes". El Amor también estuvo a punto de salir a la calle aquel año pero la cuestión no prosperó.
Como curiosidad añadida, una vez terminada la estación de penitencia de la Carretería, se registraron más complicaciones. Los siete hermanos que sufragaron la salida de la corporación del Arenal se convocaron el 6 de mayo para tratar un asunto importante: algunos no habían abonado finalmente las cantidades y la deuda ascendía a los 189 reales. En una reunión acordaron pagar entre sí los costos para evitar escándalos, resultando 27 reales cada uno y santas pascuas. Así lo recoge el libro de actas de la hermandad entre 1791 y 1834, recogido por Plaza.
Sea como fuere, las cofradías, una vez más, pugnando por su autonomía y su capacidad de decisión, en este caso, ante un régimen político desastroso para su porvenir.
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