Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Emperatriz
El Jubileo de la Pestaña
El reloj marca las 11:30 del Martes Santo cuando el frío se mete en los adentros. Un aire gélido, que ya se creía olvidado a estas alturas del año, se cuela entre los compases de la marcha La Madrugá, el clásico de Abel Moreno que se repitió hasta la saciedad en los 90. La cita es en la esquina de Doña María Coronel con Gerona, ese cruce de calles aromatizado por el azahar precipitado en el suelo. El cielo luce un celeste mañanero del que ha estado viuda la fiesta religiosa estos días. Pasa la Virgen del Subterráneo en busca de los Terceros, la iglesia adonde no pudo volver el Domingo de Ramos por mor de la lluvia. No falta su pequeña bulla, con su grupo de cangrejeros, mientras la ciudad se afana en el quehacer diario de una jornada santa, pero laborable.
La Cena comparte con La Paz y Jesús Despojado una mañana de regreso a las sedes canónicas. Las dos últimas lo hacen desde la Puerta de San Miguel de la Catedral. Minutos antes se encendían los seis pasos casi al unísono en el trascoro. El termómetro no marca ni diez grados a las 9:00, cuando la Avenida de la Constitución presenta el trasiego de gente de un día normal en el calendario de Sevilla.
Personas que acuden a ver los pasos en este regreso matutino se cruzan con quienes van prestos a sus obligaciones laborales. Entre ellos se encuentra Francisco Román, canónigo y párroco de la Magdalena, que viene de oficiar misa en el templo de la calle San Pablo y ahora se dirige a sus cometidos catedralicios.
La agrupación musical Nuestra Señora de la Encarnación aguarda en la Puerta de San Miguel la salida del Señor de la Victoria, que encontró refugio ante la lluvia (más bien del barro) en el templo metropolitano (lo de llamar seo a la Catedral lo dejamos mejor para tierras mañas). La Virgen de la Paz pudo volver a la parroquia de San Sebastián, adonde ahora se dirige la comitiva. La formación musical tiene doblete este martes. A pocas horas de acabar en el Porvenir hará lo propio en la Calzá, cuando Pilatos presente al que es por todos de sobra conocido.
La presencia de público resulta muy notoria si se tiene en cuenta que es día laborable, la hora temprana en que comienza el triple regreso y, especialmente, el frío que hiela los huesos. El Señor de la Victoria se pone en la calle tres minutos antes de las nueve. El objetivo fijado por el Cecop (ese órgano que vela por la seguridad en la Semana Santa) es que todos los pasos se encuentren en sus templos antes de las 11:30, cuando empieza a salir la primera del Martes Santo, el Cerro. Los paneles que se colocan en la trasera de las parcelas de la carrera oficial impiden la visión diáfana de la salida. La gente se apelotona en los huecos que quedan libres de dichos obstáculos, lo que dificulta el tránsito de personas ajenas al mundo de las cofradías. Hay quien se abre paso a manotazo limpio.
La hermandad del Porvenir se dirige a su barrio a paso raudo. Cuando el misterio de Jesús Despojado traspasa San Miguel, los ecos de la agrupación musical se escuchan ya en la Puerta de Jerez. Se despuebla poco a poco la Avenida. La marcha de público foráneo da cabida a turistas extranjeros que han comenzado bien temprano la ruta por la ciudad. Algunos presentan una piel tan blanca que llega a confundirse con una policromía del XVIII. Los hay que se atreven con el pantalón corto, pese a que el mercurio ha descendido hasta esa zona que los guiris dejan a la intemperie: las pantorillas. Un amigo fotógrafo comenta la escena: "Creo que aquí, ahora mismo, sólo hablamos español tú y yo".
Suenan las Saetas del Silencio para el primer paso de la hermandad de Molviedro. El viento frío mueve la túnica blanca de Jesús Despojado. A muy pocos metros le sigue el palio de la Virgen de los Dolores y Misericordia, también con música de capilla. A la salida de la Catedral se interpreta Virgen del Valle. La delicia sonora de Gómez Zarzuela se ve interrumpida por el estruendo que provoca la persiana metálica de una tienda de souvenirs, que promociona sus artículos en nueve idiomas. Como una Torre de Babel en esta gran vía acostumbrada al trasiego de mochilas y maletas. A esta apertura nada silenciosa se le suman los improperios de una mujer que se abre paso entre los cofrades detenidos: ¡"Qué me dejéis pasar, leches!".
Estas horas más bien parecen sacadas de una mañana de diciembre. Hay quien cae en la tentación de comparar lo que se vive ahora en esta zona de Sevilla con lo que se organiza desde hace meses para el próximo día de la Inmaculada. "Una mini magna como aperitivo", refiere un fotógrafo con rostro de cansancio después de tres días con la cámara al hombro.
Aún es pronto para aventurar lo que ocurrirá el 8D, pero en temperaturas este Martes Santo no difiere mucho de la jornada en la que saldrá a la calle un cortejo con ocho pasos. Un desplome del termómetro que se percibe en la indumentaria de los presentes. Se recurre al chaquetón, al abrigo e incluso a la bufanda. Este frío traicionero ha dejado más de una garganta muda para el resto de la semana.
Los otros tres pasos en regreso los pone la Cena, que sale por la Puerta de los Palos cuando atiza un aire que hace honor al lugar donde sopla fuerte: Matacanónigos. Única zona de Sevilla en la que se pasa frío un 15 de agosto. El cortejo -caracterizado por la más amplia variedad cromática con la que visten sus integrantes- se dirige hacia la Cuesta del Bacalao. Desde allí busca la otra pendiente cofradiera de Sevilla, la de la Cuesta del Rosario. Son horas de carga y descarga. De repartidores, camiones y carretillas, desperdigadas por la calle por la que sube la variopinta comitiva cofradiera.
El de la Cena viene en silencio, mientras que al del Señor de laHumildad y Paciencia (se cumple medio siglo de que se recuperara su salida) lo acompaña hasta la mitad del recorrido la Escolanía de María Auxiliadora, en la que el forro polar sirve de escudo protector de las cuerdas vocales infantiles. Las cafeterías y bares se van llenando para el desayuno mientras el público gana en presencia. Una bulla se sitúa delante del paso de la Virgen del Subterráneo, a la que acompaña la banda de Tejera. Se huye de la sombra y se busca este sol postrimero de marzo, aún con la áspera piel del invierno encima.
Poco después de las once, el Señor de la Victoria ha vuelto a su templo. Mucho antes lo hicieron los titulares de Jesús Despojado. La Cena se encuentra aún por Doña María Coronel, donde la dolorosa de claveles rosas congrega un público fiel que, cada Domingo de Ramos, ya sea a la ida o a la vuelta, la espera en la esquina con Gerona. En ese cruce se escuchan siempre los compases que, por unos segundos, recrean ese tiempo sin tiempo del que habló Cernuda.
Todo se detiene en el instante en que Tejera toca La Madrugá. Antonio Santiago manda a sus hombres a seguir de frente cuando se adentran en Gerona. La marcha se apura en lo alto de la calle, con los ciriales llegando al Rinconcillo. Acaba este prólogo atípico del Martes Santo. De seis pasos. Y con un frío que, como está revirá (perdón a los ortodoxos del lenguaje cofradiero), cala hasta los huesos.
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