OBITUARIO
Muere Teresa Barrio, madre de Alberto Jiménez Becerril

Regina Mundi: Un hogar feliz para quien no tiene nada

21 enfermos crónicos, sin recursos ni familia conviven en este hogar de las religiosas del Sagrado Corazón que tanta vinculación tienen con la Virgen de los Reyes

La colecta extraordinaria de este martes será dedicada a este hogar

Procesión de la Virgen de los Reyes 2024: novedades, horario e itinerario

Los acogidos en la casa de Regina Mundi en San Juan de Aznalfarache. / Juan Carlos Muñoz

Tiemaba es un chico de Mali que llegó a España en patera, como tantos otros, buscando un futuro mejor y una oportunidad para ayudar a su familia. Cayó enfermo y lo tuvieron que operar del corazón. Tras una larga estancia y convalecencia, tuvo que abandonar el hospital. Sin papeles, no tenía a donde ir. En la calle estaba condenado porque debía seguir unas pautas médicas y tomar una estricta medicación. Pero la providencia llamó a su puerta y aparecieron las religiosas del Sagrado Corazón y la residencia Regina Mundi. Ellas lo acogieron, le hicieron un contrato de trabajo. Tiemaba, dentro de sus limitaciones, ayuda a mantener la casa. Barre y limpia el jardín. Hace las pequeñas tareas que le permite su maltrecho corazón. Está atendido, toma su medicación y con lo que le pagan puede mandar dinero a su familia. Además, en el tiempo que lleva acogido ha aprendido a leer y escribir en español. Regina Mundi le ha dado la vida. Ha encontrado un hogar y es feliz.

La de Tiemaba es sólo una de las pequeñas grandes historias de Regina Mundi. Esta casa a los pies del cerro de los Sagrados Corazones, en San Juan de Aznalfarache, no es una residencia al uso. Es un hogar en el que los que no tienen nada encuentran amor y una cuidada asistencia en un ambiente familiar, de cariño y respeto. Esta casa para personas pobres y desamparadas es un regalo de Dios para las 21 personas que forman parte de ella. Todos son enfermos crónicos, sin familias y sin más recursos. Pero Dios, a través de las religiosas del Sagrado Corazón, les ha regalado esta segunda oportunidad. Y ellos están agradecidos. Los que pueden hablar lo manifiestan con la boca. A los que no pueden se les lee en los ojos. 

Yoni, a la izquierda, con una de las colaboradoras de la casa. / Juan Carlos Muñoz

Las religiosas del Sagrado Corazón no pueden pedir ni manifestar cuáles son sus necesidades. No tienen ayudas públicas. Viven y mantienen la casa gracias a lo que voluntariamente les dan particulares, instituciones o empresas. “Dios mueve los corazones generosos”, advierte la hermana María Ángeles, superiora general de la congregación. “La providencia nos surte de todo lo que necesitamos”, apostilla la hermana Elisa, superiora de la casa. Este año, la Asociación de fieles de la Virgen de los Reyes vuelve a destinar la recaudación de la colecta extraordinaria de la novena de mañana martes a esta gran obra de la Iglesia. “Son muchos los lazos que nos unen. Durante todo el año suelen colaborar. Todos los años, el domingo anterior a la Navidad hacemos aquí una misa y pasamos una jornada de convivencia”. Gracias a esta especial vinculación, en los últimos 20 años la asociación ha dedicado la colecta extraordinaria en ocho ocasiones a esta casa de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón. Las colectas se han realizado en los años 2002, 2005, 2010, 2012, 2014, 2016 y 2019 y 2022. En total, los fieles han colaborado con 82.543 euros a esta noble causa.

Las hermanas María Ángeles y Elisa con Andrei. / Juan Carlos Muñoz

Los acogidos en Regina Mundi responden a casos muy diversos, pero todos tienen algo en común: no tienen otro sitio al que ir, y no cuentan con familia ni recursos económicos. Sólo hay dos excepciones que no atienden en Regina Mundi. “Desde hace tiempo no acogemos a enfermos de saluda mental porque pueden alterar mucho la convivencia, ni a personas con adicciones. Nosotras tenemos autonomía para decidir a quien acogemos, siempre dentro de nuestras posibilidades.Tratamos de mantener el ambiente familiar. Es importante que colaboren entre ellos. Así se crean lazos afectivos. Se conocen y se interesan por los demás. Es uno de los fines que perseguimos”, señala la hermana María Ángeles.

El joven Miguel Ángel llegó a Regina Mundi con 6 años. / Juan Carlos Muñoz

Actualmente, la mayoría de los acogidos son derivados de los trabajadores sociales. Antes, llegaban a través de particulares que conocían la institución o de las parroquias. En los últimos años, se han incrementado las peticiones de inmigrantes. “El que llega encuentra aquí su casa. Es para toda la vida”, dice la hermana Elisa. Hay personas que han estado más de 60 años viviendo en Regina Mundi, como Fernandito, que ya murió. Isabelita ha superado los 50. Las edades también diversas. La mayor es Angelita, de 95 años. El benjamín es Miguel Ángel. Llegó a la familia con 6 años y muy malito. El día 15 de agosto, festividad de la Asunción, cumplirá 24. “Es muy trabajador. Lo escolarizamos, pero está muy delicado de salud. Tiene a sus padres, pero no pueden estar con él”, explican las religiosas. Yoni también tiene a sus padres, pero tampoco pueden hacerse cargo de él. Llegó a este hogar con 17 años en unas circunstancias muy complicadas y ha cumplido 45. Apenas se puede mover y permanece tumbado en una cama. Aunque no puede hablar, sí entiende. “Lo dice todo con los ojos”, advierten las religiosas.

Regina Mundi cuenta con un buen número de colaboradores y voluntarios. Los acogidos tienen total libertad, pero al estar limitados físicamente, son ellos los que los acompañan a pasear, al cine o a comer. Uno de los chicos más activos de Regina Mundi es Andrés.“Es el más sociable de la casa. Hay días que tiene hasta dos o tres planes para salir. Muchas veces tenemos que advertirle que no planee nada si tenemos algo en la casa”. Su habitación es un tributo al Betis y a los toros. Algunos de sus tesoros son una foto firmada por Joaquín o un capote regalado por Espartaco. A Andrés le aburren los talleres. Él prefiere dictar cartas a los voluntarios. “Tengo 440. De muchos temas”, señala orgulloso. 

Rocío pinta con lápices de colores. / Juan Carlos Muñoz

Andrei lleva en Regina Mundi desde 2008. Le gusta mucho el ajedrez. Las religiosas bromean con él: “¿Cuándo vas a volver a Rusia?”. A lo que responde con un rotundo “no”. Se siente muy andaluz. Tiene una memoria prodigiosa para recordar fechas. “Se acuerda de los cumpleaños de todos”. Revela que su ídolo es Jesucristo. Abrazó el Cristianismo en 2017. “Vinieron siete curas al bautizo”, presume. Andrei pudo salir adelante gracia al trabajo de las religiosas y los voluntarios tras sufrir un terrible suceso. Le clavaron un destornillador en la cabeza durante una pelea. Pasó varios meses ingresado en el Virgen del Rocío hasta que lo llevaron a Regina Mundi porque no se podía quedar más allí. Llegó en un estado muy precario.

Junto a Andrei, que colorea unos cuadernos, esta Mari Loli, quien no para de sonreír. Pregunta por la comida. “Le gusta el arroz y los pinchitos”. Rocío también pinta. Es muy devota de la Macarena. Acude con regularidad a la basílica. “La hace feliz ir a verla”. El plan perfecto para ella es ir a rezar a la Virgen de la Esperanza y luego tomar un refresco y comer croquetas, queso y jamón. Macarena iba al colegio de educación especial. Lleva muchos años en Regina Mundi. Se conoce los nombres de todos. En Semana Santa va a ver San Gonzalo. Vanesa queda con los jóvenes para dar un paseo. Muchas veces va hasta el cercano Hipercor a comprarse algo. Isabelita llegó a Regina Mundi con 9 años. “Lleva toda la vida aquí”. 

La vida transcurre lenta a los pies del cerro de los Sagrados Corazones. Entre talleres y sesiones de fisioterapia, viven su día a día los acogidos de Regina Mundi. Siempre con una sonrisa en la cara o en los ojos y agradecidos por tener esta familia que los cuida.

1 Comentario

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último

Antonio R. de la Borbolla | Presidente de la Asociación Nacional de Soldados Españoles

“El soldado español se hace querer en todas partes”

ESPECIAL MATADORES (IV)

Roca Rey: ¿Estadística o regusto?

ENSEMBLE DIDEROT | CRÍTICA

Guerra y música en Berlín