La pureza de las glorias en San Jerónimo y Los Pajaritos

San Jerónimo volvió a acompañar, por segundo año consecutivo, a la Virgen de Belén

En Los Pajaritos procesionó la Candelaria Madre de Dios acompañada de la Cruz Roja

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La Candelaria Madre de Dios procesiona por su barrio // A paso mudá

En absoluto se detiene el tiempo de glorias en este mes de junio. Todo lo contrario: al amplio calendario de procesiones eucarísticas y sacramentales se unen otras devociones, como el Sagrado Corazón, y otras que guardan una vinculación indisoluble con su entorno. Es el caso de los barrios de San Jerónimo y Los Pajaritos, que muestran y exhiben su particular -y riquísimo- modo de entender la religiosidad popular.

Desde el norte de la ciudad, por la feligresía de la parroquia del Rosario, salió la Virgen de Belén por segundo año consecutivo tras la recuperación de esta procesión. Esta talla, encargada por un grupo de feligreses de la extinta parroquia homónima del convento de San Benito de Calatrava, cumplió medio siglo de su hechura en el año 2022 y no salía en procesión desde el año 2005.

La imagen, acompañada musicalmente por la banda de música Ciudad de Dos Hermanas, salió alrededor de las siete de la tarde y visitó la parroquia de San Jerónimo antes de efectuar su entrada poco antes de la medianoche.

Al este de la ciudad, más allá del Tamarguillo, el barrio de Los Pajaritos acompañó a la Candelaria Madre de Dios, que cada mes de junio reúne a los cofrades del barrio en torno a su procesión. La imagen, obra de Juan Luis Vasallo de 1957, abandonó durante unas horas su parroquia para devolver las visitas y los rezos de tantos y tantos vecinos que a Ella se encomiendan para que sean escuchadas sus plegarias, sus oraciones e intenciones.

Como curiosidad, una de las levantás del paso se dedicó a José Luis Sanz, alcalde electo de Sevilla, que asistió a la primera procesión tras las elecciones celebradas el pasado 28 de mayo. El paso anduvo a las órdenes de Ricardo Almansa, capataz, entre otras, de la hermandad de la Sed o la Milagrosa.

En un barrio castigado por la exclusión y el desinterés general de las administraciones -solo las campañas ficticias inciden en el compromiso de una revitalización- la procesión de esta imagen adquiere ese carácter humano e identitario que permite a los vecinos desahogar sus preocupaciones y fortalecer la raíz de esa atmósfera donde han crecido, han estrechado sus vínculos y luchado por el futuro de su sangre. Aquí encontramos, ciertamente, la razón -qué paradoja- de una labor social impagable: compañía, reunión, cercanía, subsistencia. Sin aditivos, sin debates banales, sin más certeza que sobrevivir.

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