Una profunda preocupación

El autor reflexiona sobre la lamentable evolución de la Madrugada.

José León-Castro Alonso

05 de abril 2015 - 01:00

ME gustaría que estas líneas fueran continuación de aquellas otras que en este Diario publiqué a fecha 12 de abril de 2012 con el título "Nuevos rostros junto al Señor". Siendo el mismo me puedo permitir reafirmarme en cuanto entonces dije y, sin embargo, todo ha cambiado tanto que sólo las mismas personas y los mismos talantes permanecen reconocibles. Hace sólo tres años de aquellas reflexiones y, aunque más viejo, quisiera creer que mantengo incólumes mis convicciones si bien absolutamente escéptico de todo lo que me rodea. Parafraseando a Dante, diría lasciate ogni speranza voi ch'estai. Debería comenzar preguntando tantas cosas a tantos pero, no, las respuestas serían las de siempre, zafias, vulgares, hueras y, lo que es peor, maniqueas. Lo que tengo muy claro es que todo esto que tanto nos gustó ya no puede satisfacernos porque está absolutamente agotado, manipulado, empobrecido y vaciado de su esencial contenido. Lo digo desde la legitimidad que otorga no haber dado nunca el perfil, con respeto pero consciente de que los profesionales nos han superado y de que en palabras de León Felipe: "No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero."

Me pregunto también si los Rajoys, Zoidos, Bourrellieres y toda esa caterva de fatuos dirigentes y adláteres, con contadísimas excepciones, no han convertido su ego e incompetencia en perversa complicidad, hasta adormecer los sueños de los que aún con cierta edad seguimos creyendo en Algo más, y de los que, desde muy jóvenes, fueron educados en la Verdad y en la sincera hermosura que hoy se nos está cercenando.

Me sigue cabiendo el privilegio, que agradezco, de ir muy cerca del Señor en la Madrugada, de haber vivido otros tiempos en que el buen criterio y la generosa entrega eran los únicos impulsos motores. La reflexión de hoy me produce, junto a la tristeza de entonces, una profunda preocupación y, sobre todo, una incontenible rabia. Es cierto que todo estaba abonado para una estéril cosecha. La Sociedad, la Familia, la Universidad, los valores, nuestra vida toda en manos de negligentes sembradores. Y de ahí estos lodos. La fragilidad de un gobierno rector de un pueblo, el chabacano mimetismo de unos munícipes incapaces de resistirse al anclaje de obsoletos modelos, el ciego egoísmo de los que ignoran la gratitud de un ideal distributivo y olvidan el gozo de un espíritu de concordia, y hasta la ambigüedad, por ser generosos, de quiénes hacen del silencio y el conformismo su línea pastoral, son sólo algunas referencias del mal que nos habita.

Afirmaba S.S. Francisco en su homilía del Jueves Santo que no quería "pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, aburridos. Éste servicio y cercanía a la gente cansa, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría". No quisiera ser agorero, pero con esta grey y estos pastores, a buen seguro que no tardará en hacer aparición el lobo. Señor, no nos abandones, o que pase de mí éste Cáliz.

Descendiendo a la vacuidad de un balance de la Semana Santa, habrase de convenir que todo estaba cantado a demasiadas voces, ninguna de las cuales mínimamente afinadas. Coherencia, firmeza, solidaridad, sentido común, eran notas que excedían del pentagrama. Por contra, improvisación, ignorancia, y un obsesivo apego a la poltrona, componían la partitura de la más destemplada orquesta que uno recuerda en mucho tiempo. Sólo el omnipotente maestro de ceremonias, el Cecop, parecía tener el oído presto. Nazarenos salvajemente arrollados en Orfila, imperdonable recreo por completar en el paso las luces que faltaban en la voluntad y en la mente, y bocas ávidas de alcohol en lugar de plegarias en acción de gracias. Pero no, un mero escape de gas, no sé bien si natural o mental, venía en dar la explicación más satisfactoria y para muchos la más oportuna y salvífica.

Y no obstante, desde estas nuevas reflexiones alcanzo a entender, y así quiero transmitirlo, que las causas son muchísimo más graves que las consecuencias. Las expresiones de irreprimible angustia, de honda pena, de indisimulada preocupación, otrora visibles únicamente en rostros adultos, ésta madrugada eran perceptibles en gentes más jóvenes, que hay muchos moralmente sanos, buenos y comprometidos. Víctimas del mundo feroz que les hemos legado, aún habrán de padecer lo peor de la crisis pues cándidos habríamos de ser si no asumiéramos que seguirán persiguiéndonos maletas, coletas y falsos profetas con sus pérfidos mensajes que sólo a la más absoluta ruina moral conducen.

A los adultos cito, y les incito a reflexionar, la admonición de Isaías (1,13): "No traigáis más vuestras vanas ofrendas, el incienso me es abominación. Luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas: ¡no tolero iniquidad y asamblea solemne!. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece mi alma". A los jóvenes sólo puedo advertirles y tratar de infundirles todo el ánimo que a mí me falta.

¿Qué nos queda Señor, qué nos cabe todavía por hacer ante tanta interesada y consentida permeabilidad?. ¿Por qué esta nueva plaga de maléficos títeres, de sicarios al servicio del hedonismo y la corrupción, de artífices y coadyuvantes de éste teatro en el que tanto drama se adivina?. Y ni el Silencio, ni la Esperanza, ni tu Gran Poder, me ofrecen ya respuesta.

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