¿Por qué el Cachorro es único?
La imagen de Ruiz Gijón condensa el estadio definitivo del ser humano: la transición entre lo terrenal y lo eterno
Su anatomía y su transmisión lo convierte en una imagen cargada de expresividad, culmen del barroco
El fenómeno de la Redención
La Esperanza de Triana proyecta la terminación del manto rojo de camarín de la Virgen
¿De qué modo representar la Semana Santa de Sevilla en Roma, capital de la máxima representación institucional del cristianismo? ¿Cómo desplegar la fiesta mayor del sur de España en un solo icono, una sola imagen que sirva de espejo, de estímulo, de condensación visual y emocional? ¿Qué única estampa sería identificativa de la ciudad en todo un Jubileo de las Cofradías ante el Santo Padre? ¿Con qué motivo y qué sustento y fundamento?
Ese concepto de Semana Santa total bien pudiera asemejarse a la sola figura del Cristo de la Expiración. Todas las artes y las ciencias, todas las ramas del conocimiento humano se han acercado, por su renombre y su significación, a la figura inequívoca e irrepetible del Cachorro de Triana. El Santísimo Cristo de la Expiración, más allá de ser un emblema de la Semana Santa de Sevilla y la religiosidad popular de la ciudad, es en sí todo un icono plástico y visual. En sí encierra algo más que una escultura representativa de la persona más influyente de todos los tiempos, más que una herramienta directa para alcanzar la divinidad y la presencia de Dios: es la identificación de la fragilidad de la vida humana, es la clarividencia que nos cita con el final de nuestros días.
Efectivamente, el Cachorro es alguien que no se parece a nada, es definitivamente único. Es un valor incalculable de la fiesta que, gracias a los milagros y a los trianeros, se ha mantenido vivo y palpitante en los confines de la calle Castilla. Y son varios motivos los que confirman esta singularidad a todos los niveles: artística, histórica, social y antropológica. No descubriremos nada en estas líneas, pero sí trazaremos una semblanza que aglutina todas estas razones. Una creación definitoria de una ciudad y del ser humano al servicio del arte y la trascendencia.
La leyenda y el mito
Su propio apelativo, su sobrenombre universal, es en sí mismo casi una entidad independiente de la propia advocación. Su origen se pierde en el devenir de los tiempos, hasta la primavera de aquel 1682 en que se contrata la ejecución de un crucificado expirante para la cofradía del Patrocinio. Sería Ruiz Gijón, escultor utrerano, discípulo de Andrés Cansino y de Pedro Roldán, el encargado de materializar una obra que no solo pasaría a la posteridad de la Semana Santa, sino que cerraría un círculo académico irreproducible en el arte hispano.
La palabra Cachorro, cuya primera atribución es imposible de fijar, se enfrenta a la dicotomía de la leyenda y la certeza. O, al menos, a la versión "técnica" y teológica más cercana posible: la identificación de Cristo como el cachorro del león de Judá, que es Dios, tal y como recoge el Génesis 49:9. Por otro lado, la célebre leyenda que forma parte del imaginario de la ciudad: aquel gitano de la cava, apodado el Cachorro, que fue mortalmente apuñalado y cuya agonía inspiró a un Ruiz Gijón caviloso y necesitado de modelos. Sea como fuere, su sobrenombre ha traspasado los límites del propio título de la cofradía, de su secular capilla y de su barrio. Basta decir el Cachorro para concentrar un todo indivisible formado por infinidad de aristas.
Obra cumbre
Así lo han descrito infinidad de expertos a lo largo de los casi 350 años de vida -qué paradoja- del Cachorro en su barrio. Porque el Cristo de la Expiración, desde el instante de su bendición y hechura, se consagra como la obra definitiva de toda la escuela barroca andaluza y, por qué no, española en el arte de la imaginería. De aquella transición manierista hasta la excelencia de las gubias de Mesa y Montañés, pasando por los conjuntos armoniosos y ondulantes introducidos por las referencias de Bernini y Rubens en la obra de Roldán. Todo este barroco alcanza su cénit, su muerte y su eternidad, en el Cachorro.
Porque, como apunta el historiador Ramsés Torres, el Cachorro es el barroco pleno porque en sí mismo expresa el movimiento, es el gerundio de los tiempos verbales: es lo que está pasando, es decir, está muriendo. Ni es el instante previo a la agonía ni la agonía confirmada: es la transición entre lo que vive y lo que muere. Y todo ello se acentúa a base de recursos geniales que desplegó Ruiz Gijón en su obra maestra: el sudario con tres nudos, atormentado, en pleno Gólgota y con infinidad de pliegues, la caja torácica plenamente henchida, la piel adherida a unas costillas infinitas que abrigan el último aliento, y por supuesto el rostro. Los ojos del Cachorro, la absoluta asimetría, la media pupila bajo el párpado derecho, la dirección perdida y desviada, los cabellos como auténticos zigzags con los que el viento traza su rebelión. Y la boca, ligeramente abierta, los dientes tallados, por los que ya no habrá de regresar el aire.
Indica el profesor Francisco Huesa el paralelismo entre la boca del Cachorro y la de Dafne en la escultura de Bernini. Ambas buscan la muerte como única vía de escape al sufrimiento: una al amor, otro al sufrimiento, al martirio, a la pasión. Gijón reinterpreta el mito y le ofrece al Cachorro ese trance final que, en virtud del cristianismo, se asume como la redención del hombre. Puro barroco, en suma.
Camino a lo eterno
A la sola imagen en sí del Cachorro, su significación artística y el halo magnético que provoca la leyenda, se le suma la pertenencia a un barrio como Triana, también cargado de particularidades sociales y antropológicas, lo que provoca la identificación con sus gentes. Un barrio con una Semana Santa propia y definida, con una religiosidad forjada en base a su genética insobornable y su modo de expresar la vida. De la música a la literatura, de la gitanería a los civiles, el río como frontera invisible sobre cuyas aguas se acerca a morir... Del Pali a Aquilino Duque, de Rolando Campos a Manolo Cuervo... Y todos los que le han cantado: los Mairena, el Rerre, Juan Lara, Centeno...
Y sin Triana no se alcanzaría a comprender el Cachorro, pero tal es su universalidad que ya soñamos con inscribirlo en el abrazo pétreo de San Pedro. El Cristo eterno en la ciudad eterna. Barroco sobre barroco. De Bernini a Gijón. Occidente en un suspiro. La historia del hombre mediterráneo -grave, sereno, infinito- en un pestañeo.
Precisamente en uno de los versos que Aquilino -inalcanzable poema- le dedica al Cachorro, se recoge el desgarro de toda una ciudad y la pregunta que despierta en el aire a su paso: ¿Quién pudo hacerte interminable el tránsito? Esa es la clave y la incógnita que por dentro bulle, que nos martillea y atormenta. Por eso es único: porque nos pregunta, interactúa directamente con las profundidades del espíritu. Tuyos son estos ojos que te lloran... Y en esa espera de la muerte vivimos todos nosotros. Como esperando también nuestro último adiós. El que también ahogaremos un día para que él siga viviendo.
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