Atracadores
Buscan a una banda de ladrones de viviendas que actúa en el Aljarafe

El poder desbaratador de la lluvia

La amenaza de chubascos pone en jaque el Miércoles desde el principio, la lluvia fina deja a dos cofradías sin salir, otra se vuelve sobre sus pasos y tres hallan refugios ante la amenaza de fuertes precipitaciones nocturnas

El poder desbaratador de la lluvia / Juan Carlos Muñoz

La mera amenaza de lluvia tiene capacidad para desbaratar una jornada de Semana Santa. No cunde el pánico, por fortuna, por la detención de un descerebrado que, al parecer, tenía intención de atentar contra la Semana Santa. El público digiere la noticia en la incomodidad de su silla de Quidiello al paso de la Virgen de Consolación, mientras el famoseo de AVE, balcón, copa y puro va tomando posiciones para los considerados días grandes. Las eses toman el medio ambiente. Todo es “espectacular”, “maravilloso” y “precioso”, naturalmente. Esta gente que huele a laca, te cuentan mil veces que están en el “Alfonso” y siempre sonríen para decirte lo mismo un Domingo de Resurrección que un Jueves de Feria. Es lo que tiene el turismo VIP de “experiencias”. Todo cabe en esta Semana Santa que ayer estrenó cielo panza de burra, al ex presidente Aznar en el Arenal en el día más baratillero del año y, cómo no, a esa vieja conocida de la Semana Santa que es la lluvia. Bueno, en realidad, bastó su anuncio, su probabilidad, su amago para que una cofradía, el Carmen, se quedara en la Catedral sin que en ese momento se entendiera muy bien esa decisión. ¿Forzar una salida a deshoras para captar más público? ¿Inexperiencia en la toma de la decisión? ¿Un acto de eso que hoy se define como postureo? Doctores tiene la Iglesia. O no, que diría Rajoy. Ojú, Rajoy y Aznar en el mismo párrafo. Esto acaba en avalancha…

La Virgen de la Palma de la Hermandad del Buen Fin refugiándose en la iglesia de la Anunciación. / Belén Vargas

Comentarios sobre la detención

El personal de media tarde no comenta mucho la detención del terrorista, sino el éxito del Martes Santo. Ya se sabe que los parisinos acudían a las cafeterías y a los teatros cuando ya se oían los motores de los tanques nazis entrando en la capital. La vida sigue. En aquel París y en la Sevilla de hoy. ¿Qué han detenido a quién? ¿Un loco? Y la gente dice lo que siempre contestaba aquella alcaldesa: “¡Qué horror, qué horror!”. Pero nada más, que ya viene la Piedad del Baratillo con su fina cornetería que es una belleza entre tanto ruido de trompeta. El público comenta acaso algún matiz al éxito del modelo del Martes Santo. Pero la fiesta no se interrumpe. Pocas cosas alteran a la ciudad en Semana Santa. Ese poder solo lo tiene el riesgo de lluvia y la caída de cuatro gotas. Quizás ahí radique su autenticidad, en que la Semana Santa es la ciudad en sí misma, es la exacta representación del carácter indolente, pero también seguro del sevillano. Ojos que no ven… y que salga la cruz de guía. Aquí tardamos años, demasiados años, en reconocer al guardia civil que nos libró del atentado de la Gavidia que se hubiera producido aquel Viernes de Dolores. Tal vez algún día, o en las próximas horas, nos enteremos de más detalles de las intenciones aviesas de la criatura detenida. Entre esa detención difundida por todos los telediarios y la amenaza de lluvia percibida por todos los sevillanos, la Madrugada (“Madrugá” para el famoseo) se puede quedar sólo para los abonados.

Cofradías aceleradas

Todo se aceleró en la tarde del Miércoles por ese inicial miedo exagerado al agua. Las cofradías cogieron velocidad. No ritmo, sino velocidad. Que no es lo mismo. San Bernardo pasó en dos horas justas en la ida a la Catedral, cuando otros años tarda bastante más. Y la cruz de guía entró en la parroquia del arrabal precipitadamente. Nunca cayó mucho agua, pero ya se sabe… La Sed iba a la velocidad de una cofradía de ruan. Resultó de gran belleza ver cómo avanzaba bajo un cielo gris la que está considerada como Madre de la Iglesia, con esos candelabros de cola que tienen barcas en la base.

Algunos acólitos deberían cuidar el lenguaje cuando van revestidos como tales . “¡Le echamos huevos y llegamos a la Catedral, o al Salvador!”. El coaching ha desembarcado en las hermandades, como en tiempos ya lo hicieron las formas propias de los aficionados del fútbol tanto para celebrar una salida como para pronunciarse en contra. Ocurre como con algunos invitados a ver las salidas desde el interior del templo, que bien pudieran no sólo ir adecuadamente vestido, sino evitar la manía de mascar chicle. Todas las hermandades refugiadas volvieron anoche a sus templos.

Aquel Jueves Santo de 2003

No hace mucho tiempo que una cofradía decidía si salía o no en función del aspecto del cielo cinco minutos antes de la hora oficial de poner la cruz de guía en la calle. El Jueves Santo de 2003, con la Infanta Elena y Jaime de Marichalar de paseo por las calles del centro, se quedaron todas las cofradías en sus templos, menos dos. Contra todo pronóstico salieron la Quinta Angustia y el Valle. ¡Qué casualidad que tenían dos grandes hermanos mayores! Luis Rodríguez-Caso y José María O´Kean. Ni partes de sesudos analistas ni gaitas. El ojo. Como siempre se había hecho. Y tener los refugios preparados, que no hicieron falta. Hoy existe una aversión al refugio, cuando no hay cosa más cofradiera que una cofradía buscando posada, una llamada al Salvador, a la Anunciación o a la Magdalena para tener previsto a los sacristanes con las llaves por si acaso. Aquel Jueves Santo tuvimos dos cofradías en la calle gracias a dos grandes cofrades, ya desaparecidos, de cuyo ejemplo deberíamos tomar nota.

Las cofradías están como los niños de hoy: hiperprotegidos. Los meteorólogos son como esos padres-helicópteros que todo lo controlan. Forman parte de esa sofisticación que ha experimentado la Semana Santa en los últimos 25 años. Las cofradías se han mojado siempre y se han refugiado siempre. Uno en estas lides sólo se fía ya de Maldonado, aunque es consciente de los miles y miles de incautos que ponen flores en los altares de las web norteamericanas, en el tipo que vive en los Estados Unidos y en otros gurús del asunto. Los meteorólogos a la Semana Santa son lo que los vaticanistas a las vísperas de un cónclave. Al final hay uno que siempre acierta, después de que todos hayan manejado todas las opciones.

El sabor de San Bernardo

Mientras unos debaten sobre el escaso horario nocturno de San Esteban, otros sostienen el vaso de trago largo y un tercero tiene los ojos clavados en el teléfono móvil, pasa la cofradía de San Bernardo con todo su sabor, su costumbrismo auténtico, sus dos versiones del mismo barrio: la del antiguo y la del reformado, la de los vecinos de toda la vida y la de los que han comprado con el metro cuadrados por las nubes. Una madre ofrece un paquetón de patatas fritas al nazareno, que va cogiendo una patata tras otra, una madre rubia con tacones rojos acompaña a una nazarenita destocada que deja ver sus pendientes de perlas, otra madre pelirroja de pelo muy corta con la mochila colocada por delante camina tras un nazareno de mediana edad, hay varios acompañantes masculinos con camisas de leñador, algunos padres muy trajeados… Personajes tan distintos, todos con sus pegatinas. ‘Cristo 2019’ o ‘Virgen 2019’. Y muchos carros, termos, botellas de agua, chucherías… ¡Qué cofradía mas bella en sus contrastes!

Esta Semana Santa se aprecia de nuevo el trabajazo de Lipasam después de pasar una cofradía. El trabajo es inmediato, tanto que los operarios son el tercer paso de muchas cofradías. Lo mas curioso es que con cada cuadrilla de barredores va una especie de coordinador, con su peto fluorescente de la empresa municipal, que indica a los trabajadores cuando deben empezar a activar las escobas y las maquinarias para que no hagan ruido que moleste a la interpretación de una marcha. Van tan cerca de los pasos de palio que han de tener cuidado de no arrastrar mucho los carros o provocar mucho estruendo con las aspiradoras. Mayor muestra de tacto no cabe. Así se cuida la Semana Santa. Con la suma de todos esos pequeños detalles: desde la indumentaria de un concejal en la presidencia de la Ciudad hasta el bar que apaga la luz a la entrada de una cofradía.

Jornada diezmada

A la caída de la tarde nos quedamos sin el Cristo de Burgos y Los Panaderos. El Buen Fin se refugia en la Anunciación. El paso de misterio de La Lanzada se queda en el Salvador y el palio en la Catedral. La crisis de las cuatro gotas diezma la jornada. Hay miedo a que las gotas se multipliquen. Las Siete Palabras se vuelven después de haber salido. La Sed mete a los nazarenos apresuradamente en la parroquia de la Concepción, donde son recibidos como héroes. Los vendedores de agua no han hecho esta vez una gran venta. Se ven muchos paraguas gigantes, de los que usan los jugadores de golf, y gabardinas. El viento frío entra en una Semana Santa que, ya se ve, pende del mero anuncio de lluvia. No de la lluvia, sino del riesgo. Y si encima cae una lluvia fina, se forma el espectáculo. En los palcos de la Ciudad, mientras tanto, se duda de la forma en que se ha dado a conocer la detención del ciudadano marroquí. La Virgen de la Caridad, la del Baratillo, pasó con el mismo fajín de hace veinte años. Es mejor ahorrarle al lector los comentarios de los costaleros al saber que el denunciante pide la identificación de todos los que portan el paso con una Dolorosa que luce el fajín del general Franco. Está claro que el abogado denunciante no tiene ni pajolera idea de qué sentimiento lleva a los costaleros a meterse debajo de un paso. Menos idea que los que pillan el AVE para ver la procesión de un amigo con derecho a mesa (sin mantel) en uno de esos restaurantes próximos a la carrera oficial. El Baratillo se refugia en la Catedral, donde coincide con el Carmen y con el palio de la Lanzada.

Miedo a un frente nocturno

Dice Moreno Bonilla que la Semana Santa es poliédrica. El Miércoles Santo desde luego que lo fue. Unos comentaron lo del marroquí, otros seguían con la barrila del Mates, una cofradía joven se quedó inexplicablemente en la Catedral, otros se quedaron con la matraca del fajín, la mayoría con los dichosos porcentajes… Y alguno nos fijamos en cómo una cofradía refleja la evolución de un barrio: tacones rojos y mochilas, perlas y camisetas de tirantas, pelirrojos y rubias. Y siempre el Cristo de la Salud, el de los claveles rojos, el de los lirios salpicados, el de los toreros, el del puente bonito, el que duerme en la Alcazaba y al que rinden culto los bomberos. Si eso es un poliedro, bendita geometría. Y lástima de las cuatro gotas que dejan el día desbaratado. El único frente que puede con las cofradías es el nuboso. El popular nunca pudo.E

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