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Un paso en San Jacinto... Medio siglo después

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Desde 1976 no salía un paso procesional desde este histórico templo trianero

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El palio de Ojeda en el interior de San Jacinto / Hermandad

Es de sobra probable que muchos lo recuerden de manera más o menos nítida, pero en los ojos contemporáneos y recientes la estampa supone toda una revelación. La describen los libros y las crónicas, y rebuscando en los álbumes apenas nos la rescatan gráficamente una serie de fotografías en color pálido y viejo. Ahora, en estos días, generaciones de cofrades cuentan con una oportunidad de oro para reencontrarse con el pasado de la Semana Santa.

En la parroquia de San Jacinto, siempre vigilante del día a día de Triana, se levanta, como si no hubiera pasado el tiempo, el paso de palio de la Virgen de la Estrella. El que durante buena parte del siglo XX conocieron estos muros, el del Jueves Santo del 32, el que venía de San Gil. El de Juan Manuel. La priostía tacha del calendario las jornadas de trabajo que restan hasta el próximo 31 de octubre, fecha en la que se cumplirán justamente veinticinco años fue canónicamente coronada esta sobrecogedora dolorosa trianera. A las cuatro y cuarto de la tarde volverán a abrirse las puertas del templo dominico y unos minutos después asomará por entre las sombras del dintel el imponente conjunto mariano de esta cofradía, sin duda uno de los más emblemáticos y ricos de toda nuestra Semana Santa.

Es una ocasión excepcional, por tanto, para comprender y visualizar de primera mano, a través de nuestros propios sentidos, aquellas instantáneas sobre las que tanto hemos leído en los volúmenes de historia cofradiera. No solo para viajar al pasado de una corporación en concreto; también para devolverle a San Jacinto la dimensión espiritual que ha desempeñado y asumido a lo largo de los siglos. Durante décadas se irguió como un epicentro devocional incontestable del arrabal. Sobre el enladrillado de su atrio rozijo se posaron los pasos de la Esperanza de Triana, cuyo escudo aún se contempla en una de las capillas del templo como testimonio vivo e inolvidable de su estancia allí; también, por supuesto, los del paso de misterio de Las Aguas, que conserva aún de algún modo su genética y su impronta dieciochesca. Fueron casi doscientos años, con sus días y sus noches, hasta que un incendio les obligó a cruzar el río para buscar nuevos caminos. También por entre sus naves aún se respira la atmósfera de la marisma no tan lejana y resuenan los palillos y las palmas, como afortunadamente sucede en nuestros días cada miércoles de carretas.

Pero, por supuesto, San Jacinto no se entendería sin la vieja cofradía de las Penas. Casi medio siglo después, sus alturas y sus inmensidades vuelven a recrearse en la belleza absoluta de un paso, de un paso de palio. De qué paso de palio. Una vuelta a la vida. Un regalo. Un resurgir mejor soñado imposible. No dejen de ir a verlo. Antes de que la Estrella nos lo arrebate todo.

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