Así que pasen cinco años

Retahílas

De la foto de 2020 con el alcalde Espadas y el arzobispo Asenjo el único que sigue es Francisco Vélez al frente del Consejo

El Sábado de Pasión en Sevilla, en directo

Programa de la Semana Santa de Sevilla 2025

Una inhóspita Avenida de la Constitución en la Semana Santa de 2020
Una inhóspita Avenida de la Constitución en la Semana Santa de 2020 / Juan Carlos Vázquez

HAY quien se queja de que el pregón de José Joaquín León durase dos horas. El tiempo es muy relativo. El pregón de Julio Cuesta duró tres años. El cometido más largo de su vida, por los estragos de la pandemia del coronavirus. Más llevaderos han sido otros de sus encargos, como un doble destino capicúa. Fue el comisario a quien el alcalde Juan Espadas le encomendó la conmemoración de los 25 años de la Expo 92; a quien el alcalde José Luis Sanz le ha pasado los trastos de conmemorar el centenario de la Exposición Iberoamericana de 1929. El año que nace Manuel Olivencia, que fue el comisario hasta que fuera cesado por su antiguo alumno Felipe González Márquez.

El pregón de Julio Cuesta es un símbolo de lo que hemos cambiado en un lustro. La ciudad, el país, el mundo entero se paralizó. Entonces lo vivías con angustia, pero ahora es inevitable recordarlo con una sonrisa en los labios. La pandemia globalizó el dolor y prácticamente su incidencia coincidió con la conmemoración del quinto centenario de la primera Vuelta al Mundo. Cinco naves que salieron del Puerto de las Mulas de Sevilla, junto a la actual zona recreativa del Círculo de Labradores, y después desde Sanlúcar de Barrameda. Sólo regresó una, la nao Victoria capitaneada por Juan Sebastián Elcano, cuya estatua preside la Palmera junto al único puente que inauguró Franco. El marino que mandaba la expedición, el portugués Fernando de Magallanes, murió en una escaramuza con indígenas en Filipinas, el archipiélago donde Coppola rodó la guerra del Vietnam en ‘Apocalypse Now’.

Se suspendió todo. Se cerraron colegios, fábricas, cines, teatros, oficinas, tajos. Se potenció el teletrabajo, que según muchos ha venido para quedarse. Se instituyó la distancia social y el saludo a cobro revertido. Fui testigo del último partido de Primera que se jugó en España. 8 de marzo de 2020. Un amigo que se lesionó jugando al paddle me dejó su carnet y fui a ver el Betis-Madrid. Cogí el 6 en Torneo y parecía una caseta de Feria en hora punta. Era el canto crepuscular de una sociedad a punto de confinarse. Marcó Sidney para el Betis, empató Benzema y Tello le dio los tres puntos a los de Heliópolis. Tardó en volver el fútbol y cuando lo hizo fue sin público, como si en los estados hubiera caído una bomba de neutrones.

Muy pocos días antes de todo aquello, Rogelio Gómez Trifón nos invitó a unos cuantos amigos al restaurante Bajo Guía en la calle Adriano (que cinco años después ya no existe). Quería compartir su alegría por las bodas de oro con Blanca, la montañesa con la que ha compartido una vida plena en la Flor de Toranzo. Como empezaban a surgir los rumores de cierre total, el bueno de Rogelio decía que si no había Semana Santa en Sevilla cogía el coche y cruzaba la península entera para plantarse en Santander. Las dos ciudades unidas por la Menéndez Pelayo cuando Santiago Roldán creó la sede en Sevilla con ayudantes como Perico Romero de Solís y Antonio García-Baquero, la que en septiembre de 1984 trajo a Borges, Torrente Ballester e Italo Calvino. No hubo Semana Santa ni Rogelio pudo viajar hasta Santander. Los coches quedaron presos en esas cárceles sofisticadas que son los garajes.

Entre los asistentes a aquel entrañable almuerzo con aires de ángel exterminador de Buñuel, estaba Paco Robles. Fue la última vez que lo vimos el resto de comensales y el milagro es que luego lo volviéramos a ver. En los días más duros de la pandemia, sufrió un ictus y pasó 21 días en la UCI. No daban un duro por él. Le vio las orejas al lobo, hasta que de pronto se dio cuenta de que lo que estaba viendo era el regazo de la Virgen y la mirada bondadosa de Cristo. Los días que estuvo ingresado leí durante el encierro dos de sus libros, ‘Tontos de capirote’ en los días de Semana Santa sin cofradías en la calle, y ‘La Feria de las vanidades’ en los de Feria sin trajes de volantes por el real.

El alcalde de Sevilla, Juan Espadas, había dicho que para que Sevilla se quedara sin Semana Santa y sin Feria lo tendrían que convencer en la Organización Mundial de la Salud. Hay que ser optimista incluso en el puente de mando del Titanic. Había señales, pero no todos las tenían en cuenta. Oímos las risas malajes y los comentarios maledicentes cuando don Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla, que ofició en la Casa de Pilatos la misa por el marqués de Tarifa que en su viaje a Tierra Santa puso los cimientos del viacrucis a la Cruz del Campo, recomendó que los abrazos de la paz fueran gestuales más que corporales y que la comunión se tomara con la mano. Ya está aquí el aguafiestas, venían a decir, con lo a gusto que estamos en la Ciudad de la Gracia. Pero en los abismos claros de Romero Murube empezaban a aparecer nubarrones, un extraño invasor que llegaba por tren, por avión, en los telediarios.

Hubo suerte dispar en los centenarios. Conocida es la relación sentimental que por cuerpo y por carta mantuvieron Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. El centenario de la muerte del primero, en enero de 2020, se salvó por los pelos. El de la escritora gallega, a la que rendí tributo releyendo ‘Los pazos de Ulloa’, cayó en plena pandemia, cuando los programas de televisión y de radio se hacían con corresponsalías caseras y Manuel Barea emulaba a Raymond Carver con su diario de una pandemia, palabras limpias para un realismo sucio.

Los niños instalaban libros y ordenadores en el salón de la casa para conectarse con los profesores. Cada cual haría su terapia de distanciamiento. Veías en la azotea otras azoteas con gente haciendo running como Rajoy con su entrenador. Yo me leí uno detrás de otro las cinco novelas de Ripley de la edición que Anagrama hizo de los libros de Patricia Higshmith. Una pentalogía que le regalé a mi hija Andrea y que me sirvió de analgésico contra la melancolía. Ripley es insuperable. Miente hasta a su sombra, pero enternece. Es duro y tierno a la vez, como la prosa de Barea. Veías la calle, consagración de la primavera, oyes ahora las previsiones meteorológicas, y dices: mejor días de lluvia que estar leyendo ‘A pleno sol’ sabiendo que no va a salir ninguna. Que seguían cerradas iglesias, cines, teatros… todo menos los hospitales donde se preparaba el milagro de Paco Robles. El niño del callejón.

Recuerdo perfectamente la última torrija. Quedamos en la Campana. Estaban buenísimas. Quedé con mi amigo Antonio Falcón. Nos hicimos un intercambio de libros. Me regaló su libro de Memorias, que yo no imaginaba que sería su testamento, porque se lo llevaría el covid por delante. Cuando terminó la pandemia, la alcaldesa de Alanís, pueblo natal de Falcón, nos llevó a su amigo Pive Amador y a mí a presentar el libro en el pueblo natal de quien ocupó cargos muy importantes en el Gobierno central y el autonómico. Fue el creador del Plan Romero del Rocío y dirigió el colegio mayor Maese Rodrigo, un edificio levantado para residentes ilustres de la Expo 92 que se convirtió en un dinamizador cultural de la comarca del Aljarafe y toda la metrópolis. Yo le regalé un ejemplar de ‘Azabache de talentos’, antología de entrevistas que hice en Diario 16 antes de la Expo y me editó Salamandra. El libro me lo presentó Juan Manuel Suárez Japón, que era consejero de Cultura durante la Expo, con uno de los entrevistados, mi amigo Jesús Quintero. Fue en la Fundación Cruzcampo, acogidos por Julio Cuesta antes de que empezara a preparar el pregón que duró tres años.

Así que pasen cinco años, como la obra teatral de Federico García Lorca. La pesadilla pasó. El sueño continúa. De aquel marzo de 2020 que nos dejó sin abril a este abril floreado que en Feria será un Florido Mayo. De la foto de hace cinco primaveras, Juan Espadas ya no es alcalde de Sevilla; Juan José Asenjo ya no es arzobispo de Sevilla; sólo sigue Francisco Vélez al frente del Consejo de Cofradías. Se pasó de las calles sin gente a pedir que no vengan turistas a la Semana Santa de Sevilla.

stats