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La pasamanería. La hermana no tan pequeña del bordado

El aprendiz

Sergio Guzmán es la tercera generación de una familia que lleva un siglo dedicada a confeccionar borlones, flecos y cíngulos

Un trabajo minucioso al que le ha salido un competidor asiático de calidad cuestionable

Flores de talco. Una fantasía de metal en los altares de culto

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El aprendiz: Sergio Guzmán, pasamanería / José Ángel García

Suponen la otra música de la Semana Santa. Una melodía que atrapa los oídos cuando los flecos de bellota chocan contra los varales de un palio. Detrás de este efecto sonoro hay muchas horas de trabajo y una labor artesanal ensombrecida durante demasiados años por su hermana mayor, el bordado. La pasamanería llena la mitad de la casa que Sergio Guzmán posee en la frontera entre el Polígono de San Pablo y Santa Clara. Este sevillano pertenece a la tercera generación familiar que se encarga de este oficio, que comenzó su abuelo, Emilio Guzmán, maestro de arte mayor de la seda de Barcelona y miembro del jurado de la Exposición Iberoamericana de 1929.

"Mi abuelo se dedicaba a confeccionar galones y borlones para los uniformes militares", refiere el artesano, quien conserva contratos de aquella época en la que llegaban encargos de Francia y del resto de España para usar estos artículos en los trajes de comunión. Poseía una fábrica en la calle Hombre de Piedra. Su padre, Enrique Guzmán, y su tío fueron quienes derivaron el taller hacia las cofradías. Sergio, antiguo alumno del San Francisco de Paula, estudió Imagen y Sonido en el IES Néstor Almendros, en Tomares, pero en 1994 se dio de alta de autónomo para retomar la senda familiar y entregarse a este oficio que requiere de una paciencia milimétrica. Cuenta con la colaboración de su esposa, Elena Álvarez.

Han sido semanas de intenso trabajo. De quitarle horas a la vida para que todo se acabe en las fechas previstas. Pasado el ecuador de la cuaresma (expresión manida donde las haya), ahora vienen los encargos de última hora, los que obedecen a desperfectos descubiertos cuando el ajuar y las insignias se sacan de las vitrinas. Una pesadilla para los priostes.

Los tipos de flecos

Borlones, flecos y cíngulos. Los tres artículos que salen de las manos de Sergio Guzmán. Muchos trabajos le vienen directamente de las hermandades y otros, de tiendas especializadas a las que surte o de talleres de bordados. Entre los encargos de este año, destacan tres pequeñas borlas para los paños de bocina de la Amargura. Una auténtica virguería en la que ha empleado un mes, al reproducir el diseño original. Entre otros elementos, tienen malla, perlas diminutas y un fleco torcido, unos de los muchos tipos que aquí se elaboran, como el de tirabuzones (también llamado de macarrón), el de camarañas (cuyo cuidado es similar al peinado del pelo) y el de canutillo, que únicamente se confecciona en este obrador.

Sergio Guzmán, delante de una amplia gama de moldes con los que confecciona los borlones. / José Ángel García

Sergio heredó de su abuelo dos máquinas tejedoras de madera con las que aún realiza estos artículos, indispensables para rematar obras de bordado y orfebrería. La pasamanería precisa de la aportación de otros gremios, como la labor del tornero, que se encarga de los moldes que sirven de base para los innumerables proyectos que salen del taller, donde se encargan periódicamente entre 10.000 y 20.000 piezas; el hilo de oro, que procede de Barcelona, al estar allí el único fabricante de este material que queda en España; y otros elementos como las lentejuelas y la más diversa pedrería. En este punto, el artesano concreta que en su oficio lo más habitual, al contrario que en el bordado, es trabajar con oro entrefino.

De la dehesa al palio

De los trabajos más complejos a los que se ha enfrentado recientemente se encuentra la renovación de los flecos del palio de la Virgen de la Merced, de la Hermandad de Pasión. En este cometido tardó tres años -coincidieron con la pandemia del Covid-, tiempo en el que confeccionó 16.800 bolitas revestidas de hilo de oro. Para ello, se reprodujo el modelo primitivo, que cuenta con la pieza por la que este tipo de fleco recibe el nombre de bellota. Se trata de un remate, cuya base es madera de haya, que tiene la forma del fruto tan presente en los árboles de las dehesas. Detalle ya prácticamente ausente en casi todas las bambalinas, que requiere de un trabajo microscópico.

Una de las tejedoras de madera que heredó de su abuelo, Emilio Guzmán. / José Ángel García

El otro proyecto de envergadura fue la nueva flequería del palio de la Macarena, donde la dificultad se encontraba en ir adaptando el enrejado a la continua línea curva que perfila estas conocidas bambalinas, restauradas en el taller de Sucesores de Elena Caro.

Entre los borlones que han salido de sus manos, se encuentran la réplica de unos antiguos del Señor de Pasión y también los que ha confeccionado para el Cristo de las Tres Caídas de Triana. En esta disciplina juega con el pasado y la imaginación. "A veces me baso en modelos antiguos, incluso de los que aparecen en grabados, y en otras ocasiones compongo diseños nuevos con las piezas torneadas de las que aquí dispongo", explica Guzmán.

En una pasarela de París

Esa innovación le ha llevado a incluir cristal de Swarovsky para los flecos de un palio de Granada o a elaborar un encargo para una firma de alta costura que presentó su colección hace varios años en la Semana de la Moda de París. Incluso algunos de sus artículos podrían tener cabida como complementos del traje de flamenca.

Composición de un borlón, con piezas ya envueltas en hilo de oro. / José Ángel García

Pero la pasamanería artesanal de Sevilla, que cuenta su historia por siglos, se enfrenta ahora a un gigante con muchos tentáculos. Viene de China, pero también de Pakistán, donde ha salido un competidor que abarata los precios mediante el empleo de productos en los que prima el plástico y una calidad en el acabado bastante cuestionable. Flecos de tal procedencia se han visto ya en palios de hermandades de renombre y en algunas piezas de corporaciones muy señeras de la ciudad.

Un enemigo muy desleal que amenaza un oficio que ha estado demasiado tiempo ninguneado en las artes cofradieras, como reconoce Guzmán, quien advierte a las hermandades: "Una buena pasamanería engrandece la obra de bordado, pero una mala, le resta mérito". Avisados quedan.

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