El Evangelio de la Alegría
El sayón
El costalero interino. Microrrelatos de Semana Santa
Cuando fueron a sacarlo del almacén, sencillamente no aparecía. Sí estaban, como siempre, el apolíneo romano, el caballo, los demás sayones. Hicieron como pudieron para disimular su falta en el misterio, aunque era difícil: era el más feo, el de cara más cruel y el que mostraba más ensañamiento. También por eso era el más conocido, y el protagonista de todas las bromas.
A poco de salir el paso, pendiente todo el mundo de la clamorosa ausencia, que parecía hacer menos cruel el sufrimiento del Nazareno, nadie reparó en aquel saetero tan mal encarado que le cantó con más sentimiento que afinación:
Yo, Señor, puse en tus hombros
la cruz con que vas cargado.
Mucho pesa, Jesús mío:
la labré con mis pecados.
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