¡Ya pasó!

Si hubiera que resumir el Congreso en un titular éste sería: La Iglesia asume y proclama la importancia de la religiosidad popular como expresión de fe e instrumento de evangelización

¡Vaya usted con Dios!

El cardenal Farrell durante su intervención en el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular.
El cardenal Farrell durante su intervención en el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular. / Redacción Sevilla

14 de diciembre 2024 - 16:48

Confieso que tenía alguna reticencia respecto al II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular. Desconfiaba de que cinco cardenales, todos con altas responsabilidades de gobierno en la Santa Sede, se acomodaran a hablar en Sevilla de religiosidad popular en un lenguaje accesible, tratando temas de verdadero interés cofradiero y no a impartir magníficas lecciones de teología. La realidad es que sus intervenciones han sido acertadas y cercanas. Además en un lenguaje inteligible.

Sus intervenciones se encadenaron en un relato continuo, comenzando por el reconocimiento de la importancia que tiene la religiosidad popular. Un reconocimiento refrendado por el Papa.

Esa religiosidad se asienta en siglos de experiencia, espiritualidad y cultura, una tradición que ha de servir de base para plantear y desarrollar horizontes teológicos que refuercen y profundicen en su importancia. La via pulchritudinis, la belleza, es un camino privilegiadoa de contemplación y de evangelización.

“Donde hay hermandades allí hay vida, y vida en abundancia”, proclamaba monseñor Peña, asombrado al comprobar todo lo que hacen las hermandades y la participación de los hermanos. “El papa apoya grandemente vuestra piedad popular como una manera legítima de vivir la fe”; pero sin olvidar una realidad subrayada por la doctrina de la Iglesia: el centro de la piedad popular ha de ser siempre la liturgia y la participación de los hermanos en la misma.

Centrado el tema, el cardenal Farrell asumió el papel de director espiritual de hermandades para explicar a las juntas de gobierno, y a todos los hermanos, que “no es aceptable que en una hermandad se guarden rencores, se hable mal de los demás, se rompan relaciones y no se vuelvan a dirigir la palabra. Todo eso no es cristiano. Las hermandades han de ser, ante todo, lugares de formación cristiana para sus miembros. El perdón nunca debe faltar en ellas por lo que no es aceptable que en una hermandad se guarden rencores.”

La línea argumental del discurso congresual se complementaba con mesas redondas sobre temas muy diversos, todos relacionados con las hermandades. Entre los intervinientes había cardenales, teólogos, catedráticos y profesores universitarios, orfebres, restauradores y alguno más. Un poco de todo. Se trataron temas relacionados con las hermandades. Como suele ocurrir en estos casos entre los ponentes los hubo muy buenos, buenos y alguno que se podría haber ahorrado el viaje.

Si hubiera que resumir el Congreso en un titular éste sería: La Iglesia asume y proclama la importancia de la religiosidad popular como expresión de fe e instrumento de evangelización.

Y las Hermanas de la Cruz.

Hablar de las Hermanas de la Cruz es sonreír. Reconforta verlas pasar por la calle, en pareja, con la cabeza baja y su andar ligero, con prisas por llegar a ese enfermo al que tienen que cuidar o a esa casa en la que tienen que pedir.

Si alguien pensaba que su ponencia, la última, iba a ser un discurso melifluo y primoroso, lleno de frases bonitas, se equivocó. Con un lenguaje claro, rotundo, culto y exigente, al servicio de un texto perfectamente construido, fue desgranando la necesidad de la caridad no sólo para remediar necesidades, sino para acercar almas a Dios. Alguna vez se le quebró la voz, al referirse a los pobres y al leer escritos de la Madre Fundadora.

Alabó por su generosidad a las hermandades, al mismo tiempo que las exhortó a ejercitar la verdadera Caridad sin dejarse arrastrar hacia planteamientos filantrópicos. Cuando salía, los congresistas puestos en pie, emocionados, la despidieron con una gran ovación por la que se colaba la voz del Sacri: “Eres la paloma blanca, divino broche de oro,…”.

Un Congreso con una organización compleja que funcionó perfectamente y superando expectativas. ¿Y ahora qué? No hay tiempo para la autocomplacencia, comienza una nueva fase: la de hacer los deberes. La Iglesia institucional ha reconocido formalmente la importancia de la religiosidad popular, pero también ha puesto deberes a las hermandades; el principal, a mi juicio, el encargo de la elaboración de un cuerpo doctrinal riguroso que de soporte a la religiosidad popular. Instituirse en esas minorías creativas a las que aludía Benedicto XVI. La Iglesia y la sociedad necesitan a las hermandades y su efecto santificador. Se espera mucho de ellas, Las líneas de trabajo han quedado establecidas, ahora sólo queda una cosa: ponerse manos a la obra.

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