El modelo económico de las hermandades
El modelo económico de las hermandades
Hay que plantearse reducir gastos, seleccionar prioridades de gasto e inversión y, lo más importante, el diseño de un plan estratégico que garantice la supervivencia de la hermandad en el tiempo
Intelectuales cofrades
A veces se dice eso de que “las hermandades tienen que salir a la calle”, pero esa afirmación no tiene mucho sentido. Las hermandades no tienen que salir a la calle porque están en la calle, no tienen que abrirse a la sociedad porque ellas forman parte de la sociedad, por lo que todas las corrientes de pensamiento, valores, modelos de convivencia que circulan por la sociedad están afectando, positiva o negativamente, a las hermandades. Importa identificar esas corrientes y los modelos que generan para asumirlos o, por el contrario, rebatirlos con argumentos.
"Nada humano me es ajeno". Esta sentencia, atribuida al dramaturgo romano Terencio, debería ser el lema que el hermano mayor y su junta de gobierno debieran tener siempre presente (no hace falta que incorporen un nuevo guión a la cofradía).
Entre esas cuestiones que no resultan ajenas está la economía de la hermandad. Si alguien estudiara en detalle los presupuestos de las hermandades y sus previsiones de ingresos y gastos, o el extraordinario de inversiones es posible que no entendiera algunas cosas. Por ejemplo que una hermandad con unos ingresos anuales de 100, presupueste un gasto corriente de 120 e inicie además el bordado de un manto nuevo o la compra de un inmueble para la casa de la hermandad.
En principio en una hermandad sólo hay dos fuentes de ingresos regulares: las cuotas de hermanos y, en su caso, las cantidades abonadas por el Consejo por la explotación de las sillas, aunque en los pueblos de la provincia esta ayuda no existe. ¿Y el resto de ingresos hasta nivelar el presupuesto o atender gastos extraordinarios? Aquí es donde entra en juego la habilidad del mayordomo y el ingenio de todos para conseguir ingresos no presupuestados: rifas, tómbolas, fiestas, cenas, festivales, cuotas extraordinarias y, si hace falta, con créditos bancarios o particulares, de hermanos.
Al final las cuentas salen, además “siempre se ha hecho así”. Es bueno que se estimule el ingenio y la generosidad de los hermanos, pero plantear el presupuesto fijando primero los gastos, corrientes y extraordinarios, previendo unos ingresos que no cubren los gastos es, al menos, atrevido. El caso es que, al final, todo suele terminar bien, apelando a la generosidad de los hermanos y amigos que tratan de cubrir esos gastos.
El pasado mes de septiembre el Papa dirigió una carta a los cardenales en la que, con un lenguaje muy cercano, les exhortaba a que trasladaran a las instituciones de la Iglesia la necesidad de usar los recursos económicos "con rigor y seriedad" y abogaba por la "reducción de costes…, evitando lo superfluo y seleccionando bien nuestras prioridades, conscientes de que hoy estamos ante decisiones estratégicas que hay que tomar con gran responsabilidad, para garantizar el futuro de la misión". Termina la carta señalando "la necesidad de que cada institución trabaje para encontrar recursos externos para su misión".
Tres son las indicaciones que el Papa hace a todas las instituciones de la Iglesia, también a las hermandades: reducir costes, seleccionar prioridades de gasto e inversión y trazar un plan estratégico para garantizar el cumplimiento en el tiempo de la misión de la hermandad, animándolas además a abrir el abanico para encontrar fuentes de financiación externas a coste reducido. Unas sugerencias que tienen muy bien aprendidas los empresarios de las pymes y los padres de familia.
En contraste con esas recomendaciones, el mayordomo de una hermandad me comentaba que iban a comenzar el bordado de una nueva saya porque “una imagen de esta categoría necesita, por lo menos, catorce sayas”. Se ha normalizado un modelo de gestión económica en las hermandades que se puede calificar, al menos, como atrevido. Conviene ir pensando un modelo más centrado. Esto no se cambia en dos días, desde luego, pero habría que empezar.
Hay que plantearse reducir gastos, seleccionar prioridades de gasto e inversión y, lo más importante, el diseño de un plan estratégico que garantice la supervivencia de la hermandad en el tiempo. No se puede, o debe, confiando en la generosidad de los hermanos y en el que el banco no se atreveré a ejecutar un crédito por el riesgo reputacional que conllevaría.
No es prudente mantenerse siempre en la cuerda floja.
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