El Señor de los solitarios
Manolo Caballero
La Bocamanga
¿Qué haré ahora el Lunes Santo cuando de regreso a casa tras mi Estación de Penitencia en el Beso de Judas, cómo él me decía, no lo encuentre con la bocina delante del palio del Museo?

Este artículo de hoy es de los pocos que me quedan por escribir en la vida. Uno nunca quiere que lleguen pero el tiempo se encarga de fijar la cita con la puntualidad métrica de una Cruz de Guía puesta en La Campana. Digo que son pocos porque desgraciadamente me van quedando pocas personas a las que escribirles a modo de obituario cofradiero, no me queda ya apenas algún referente de los que fijaron mi forma de entender y amar las cofradías. Así es la vida, esa cofradía que pasa ante nosotros con un andar parsimonioso y que vemos ir alejándose con la satisfacción de lo contemplado, la emoción de lo vivido y la nostalgia de lo que se pierde por la calle adelante de los años.
Desde la fría habitación de hotel desde la que escribo, con el peso de la distancia y la voluntad de haberlo querido acompañar en esa última estación de penitencia que nos lleva a donde no siempre se quiere ir, voy tecleando letras en mi ordenador sin saber bien por dónde empezar, qué contar primero, qué sentimiento me puede en esta batalla por no verme ya desamparado e incomprendido en nuestras hermandades.
Manolo Caballero ha formado parte de mi vida cofrade casi desde que nací, allí estaba desde que tuve conciencia en la Quinta Angustia, allí estaba, y no lo sabía entonces, en aquella medalla del Museo que mi padre guardaba en un cajón de casa fruto de aquel intercambio de hermanos que se produjo entre ambas hermandades y que tan buen fruto dio en la Magdalena. Allí estaba, siempre estuvo, y ahí ha quedado por siempre sostenido en la memoria del corazón que manda más en estas cosas que la cabeza. Ya están juntos Pepe Gentil, Paco de los Santos y él. La Virgen de las Aguas mira al cielo donde se encuentran en ese emerger del azul de un manto sin fin, profundo como un mar abisal, y los ve con los ojos de madre que tanto anhelaron. Temo mi reencuentro con la capilla del Dulce Nombre, entrar en su penumbra y parecer verlo poniendo aún alfileres en el tocado de la Quinta Angustia en la víspera de una nueva Semana Santa.
¿Dónde quedará ahora su pregunta siempre de si mi madre había ido a ver una Macarena que estaba más guapa que nunca? ¿Qué silencio ocupará ahora ese hueco en cada tertulia de los jueves en la Quinta Angustia? Cierro los ojos y resuena el eco del inicio de Macarena de Cebrián que imitaba con una perfección sublime de metales evocando aquella Semana Santa que se me pierde con los que se van ¿Dónde va a estar ahora el comentario fundamentado que nos enseñaba más allá de lo que vemos? ¿Con quién hablar ahora de pregones, de marchas, de palios, de bordados, de nazarenos, de estilos, de los cambios en el tiempo que se nos ha ido yendo sin saberlo?
¿Qué haré ahora el Lunes Santo cuando de regreso a casa tras mi Estación de Penitencia en el Beso de Judas, cómo él me decía, no lo encuentre con la bocina delante del palio del Museo? La huella del que se va es un vacío que no se vuelve a llenar, habrá nuevas huellas pero siempre serán de pisadas distintas ¿Cómo pasar por delante de la Parroquia de San Roque y no recordar aquel Pregón de la Esperanza que le escuché allí? Se nos van muchas cosas y queda el todo de lo que asentó su vida y su amistad. Ahora me siento soleano como él, soleano en esta soledad sin San Lorenzo que su Soledad templará cada Sábado Santo. Se irá la Soledad cerrando la Semana Santa de una vida cogida a Ella con alfileres, con los alfileres más firmes y duraderos, los de una vida de devoción y vecindad, para llevarlo de su mano al cielo de los cofrades eternos.
Y siempre quedará la Esperanza, su Esperanza de Arco y Muralla, de cirio verde y madrugada. Quedará como esa última llamada que no pude hacerle porque ya no atendía al teléfono. Tal vez fuera mejor así, para quedar con ganas de más, para que esa cuenta pendiente se vea saldada en el legado que nos dejó a los que aprendimos de él, para que este artículo hable del agradecimiento que le tengo por lo que me enseñó y lo mucho y bueno que hizo por las hermandades y cofradías de Sevilla. Descanse en paz.
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