Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
DIFÍCIL escribir sobre asuntos delicados cuando se vive en un país de escasa comprensión lectora. Me refiero al acontecimiento ya de sobra conocido y comentado de una gigantesca procesión (“La Magna”) de pasos, vírgenes y cristos de Semana Santa, junto a otras advocaciones procedentes de barrios y pueblos de la provincia, organizada por el Consejo de Hermandades y con las bendiciones del arzobispo, que recorrerá las calles de Sevilla el 8 de diciembre, vísperas casi de las fiestas de Navidad. Convencido de que ni el Consejo de Hermandades ni los arzobispos son infalibles, y de que los lectores de periódicos suelen ser gente ilustrada que sabe distinguir matices y analogías, me atrevo a dar aquí opinión sobre lo que me parece el fondo de este “evento”, el fondo, no los problemas de tráfico que se generen o la vida interna de las cofradías, asuntos en los que no soy competente para opinar.
Respeto la Semana Santa de Andalucía, la de Castilla o la de cualquier otro lugar de España porque pienso que hay muchas maneras de acercarse a Dios y vale igual hacerlo desde la religión popular que desde el misticismo de un maestro Eckart o de San Juan de la Cruz: “En la casa de mi Padre, hay muchos salones para acogeros”, dice Jesús en el Evangelio; o estas palabras del Papa Francisco delante de un grupo de periodistas que buscaban cogerle en algún renuncio: Hay que dejar de poner trabas, y abrir las puertas de la Iglesia para “que entren todos, todos, todos”. Durante demasiados siglos teólogos y altos jerarcas eclesiásticos se han equivocado al hacer del Dios del amor un padre severo y caprichoso que parece gustar del sufrimiento de sus hijos exigiéndoles más sacrificios y llantos en esta tierra ya de por sí un valle de lágrimas. Un Dios bien distinto al de Jesús –(“Mi carga es ligera y mi yugo suave”)– y al que encontramos en los textos sagrados del cristianismo: “Prefiero la misericordia al sacrificio”; “Y dio Dios que su creación era buena”; “Y amó Dios tanto al mundo que le entregó a su Hijo”; un Hijo de Dios que dice “Padre, no te pido que los saques del mundo, si no que los preserves del mal”.
Por fortuna, la Iglesia del tercer milenio, conservando lo esencial, es bien distinta a la de siglos pasados y lo que pide hoy a sus fieles es un discernimiento sincero y la colaboración de cada hombre en la llegada del Reino, del pleroma, de la plenitud de la evolución. Filósofos de alto rango, como en España Zubiri y Eugenio Trias, han escrito de cómo todas las grandes religiones organizadas contienen “fragmentos” de una indiscernible verdad Divina; pienso, entonces, que es intelectualmente legítimo y honesto de elegir como fragmento de verdad más próximo a la Verdad absoluta el cristianismo y sus distintos senderos. Así que, haya procesiones y haya entre los católicos quienes prefieran la romería o rezar en la cima de una montaña bajo un cielo estrellado y los que preferimos rezar en una pequeña iglesia silenciosa. Libertad.
Pero la libertad tiene sus límites y para ejercerla se requiere sentido de la medida. Y es en este punto, en el espectáculo de masas de La Magna donde surge la inquietud entre muchos cristianos. Ya Pablo de Tarso en una de sus primeras cartas, criticaba a aquellos recién convertidos del paganismo que acudían a la “cena del Señor” para beber, emborracharse y darse la comilona: el más antiguo de los ritos cristianos, junto con el bautismo, convertido en una francachela. ¿Será una francachela la procesión de La Magna?.
Estudiosos, antropólogos e historiadores, –creyentes y no creyentes– interesados en la vida de las cofradías y hermandades de la Semana Santa andaluza vienen mostrando su preocupación por una deriva de las procesiones (cada vez más numerosas) y el ambiente callejero que las rodea hacia su conversión en una cabalgata de Reyes Magos.
Hubo en Sevilla un alcalde que después de ganar las elecciones por goleada, acudió, rodeado de fotógrafos, a darle las gracias a la Virgen de la Macarena, como si la Virgen tuviera preferencias políticas. Otro regidor proclamó a Sevilla “La ciudad de las tapas”; y otro incluso quiso hacerla “Ciudad acogedora de gais y lesbianas”. Falta poco para que desde el Ayuntamiento sevillano Sevilla sea promocionada como la ciudad de la procesiones: “Desde cuaresma a cuaresma, pasando por Navidad, un paso de palio en cada esquina”. Sí, es grande el riesgo de estar contruyendo no solo un cristianismo turístico, si no de haber inventado un catolicismo sin Dios.
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