Ignacio Valduérteles
¿Época de cambios o cambio de época?
Esta semana tiene lugar en Sevilla el llamado II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular: un evento que quizá pasaría bastante desapercibido para la mayoría de los ciudadanos y los medios de comunicación si no fuera porque, hace meses, fue anunciado que se cerraría con una “traca final” espectacular. La promesa va a ser cumplida porque el 8 de diciembre, si el tiempo no lo impide, saldrán a la calle las cuatro máximas devociones de la ciudad -el Gran Poder, la Macarena, la Esperanza de Triana y el Cachorro-, a las que se sumarán la Virgen de los Reyes y tres patronas de gran tirón popular en la provincia: Consolación, Setefilla y Valme. Todas se concentrarán en la catedral para recorrer luego una “carrera oficial” hasta el puente de Triana con más de veinticinco mil sillas a 35 euros cada una (recaudación que se sumará a las cuantiosas subvenciones oficiales y por parte de bancos y otras empresas patrocinadoras).
Aunque quizá pocos se atrevan a decirlo, la macroprocesión con estas ocho imágenes fue ideada como un reclamo publicitario para atraer la atención hacia el Congreso. Desconozco si en el interior de las cuatro cofradías sevillanas involucradas hubo algunas resistencias a este tratamiento utilitarista de sus imágenes o si fueron unánimes los aplausos ante la iniciativa de celebrar un viernes santo en diciembre para hacer de Sevilla “la capital mundial de la piedad popular”, en palabras del arzobispo. Todavía no hace muchos años que los cabildos de dos de esas cofradías se negaron a llevar a sus Cristos a Madrid, al Vía Crucis que el cardenal Rouco había organizado para la visita del anterior Papa. Ahora parece que todo ha sido fácil y la acusación de “falta de eclesialidad” que entonces recibió una de las hermandades trianeras no tendrá motivo para repetirse.
Nos anuncian que habrá en la calle tres veces más gente que un domingo de ramos -¿cabrán en algún sitio?- y van a ser desplegados miles de policías, bomberos, ambulancias y protección civil, como si una devastadora Dana fuera a abatirse sobre la ciudad. Los gastos en distintos servicios serán muy cuantiosos. Pero, más allá de “La Magna”, quizá la pregunta que debiéramos hacernos es si, en realidad, se celebra un Congreso.
Veamos. Para que exista tal, se requieren dos requisitos: que participen especialistas pertenecientes a las diversas disciplinas y corrientes que tengan algo que decir sobre un tema, en este caso el de las hermandades, y que pueda existir debate entre ellos y con los participantes. Aquí no se cumplen ninguno de los dos. Por una parte, las condiciones y funciones de las naves de la catedral no hacen posible debate alguno porque están pensadas para la oración, la escucha de la palabra divina o, ahora también, el deambular turístico. Por otra, en las nueve ponencias que constituyen el eje del programa –todas las otras actividades son accesorias-- no se contempla otra dimensión que no sea la eclesial, siendo así que para entender la realidad de un fenómeno tan caleidoscópico como el de las hermandades y cofradías se hace imprescindible incluir también otras miradas desde las humanidades y las ciencias sociales, además de la eclesiástica. Todas las ponencias corren a cargo de clérigos, varios de ellos prominentes autoridades vaticanas que no conocen nuestra semana santa, ni ninguno de nuestros rituales de religiosidad popular, pero que van a dictar doctrina sobre cómo deben ser las hermandades. La única excepción es una ponencia de “Antropología”, que será desarrollada por un seglar: un profesor francés de filosofía y literatura “cuyos principales libros están dedicados a análisis sobre la tecnología y la corporeidad humana” (¡!) Esevidente que, aunque le llamen Congreso, de lo que se trata es de un cursillo intensivo de formación eclesial para miembros de hermandades. Con ilustres disertantes, no hay que dudarlo, pero que no conocen estas sino, a lo más, de oídas.
Congresos de hermandades y religiosidad popular (que no es equivalente a “piedad popular”) se han celebrado un buen número, tanto nacionales como internacionales, con protagonismo de eclesiásticos, historiadores, historiadores del arte, antropólogos, sociólogos y otros especialistas. Yo mismo he sido invitado, como ponente, a varios de ellos: por ejemplo, en Valladolid, con ponencia también del cardenal Amigo; en Medina del Campo, donde también fue ponente José María Blázquez, entonces presidente de la Conferencia Episcopal Española; en Málaga, hace tres años, en el Centenario de la Agrupación de Cofradías, también con presencia del obispo… Ninguno se celebró dentro de un templo sino en alguna gran sala de actos con las condiciones adecuadas. En todos hubo diferentes aproximaciones e interesantes debates. Es decir, fueron Congresos. Lo de estos días en Sevilla es otra cosa.
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