
La Bocamanga
Jesús Rodríguez de Moya
Las otras procesiones
La Bocamanga
Las agujas del reloj de Sevilla se están alineando ya para marcar la hora, su hora. Ya los días han alargado sus luces y las aguas, este año más envalentonadas, han vestido de primavera verde los campos y coronado de azahar los naranjos de nuestras calles. Esta Bocamanga ya empieza a ver el fin de su procesionar este año por esta página del Diario de Sevilla.
Llega el tiempo y empezamos a reconocernos en cada esquina y rincón de la ciudad, se abre el viejo arca de la memoria y los sentidos nos devuelven a lo ya vivido. Volvemos a pasar por los mismos sitios que hace meses pero no lo sentimos igual. Parece que todo es como siempre siendo tan distinto, como un río que nos atravesara, cada instante nuevo el agua. Sevilla, la ciudad de teja y cal que aún guarda su pasado, este año pondrá líneas rojas por sus calles para recordarnos que la modernidad aguarda para salpicarnos y que ya no todo el mundo sabe dónde está ese límite antes siempre por todos conocido de a quién pertenecen estos días y cuál es la frontera física de lo intangible ¿Qué sevillano podrá mirar al suelo si anda extasiado con reconocerse en todo lo que hay ante él?¿Qué mecanismo actuará sobre esa pintura cuando el alma atraviese la línea que quiere separar el alma de lo divino, el gozo de los sentidos? Sólo en la intimidad compartida de los que aprendimos de nuestros mayores podremos establecer con las miradas los límites de lo eterno, del sentimiento común que nos haga viajar en el tiempo y fijar nuevas paradas a las que volver cuando los años sigan pasando. Los pasos con sus formas barrocas de altar fueron arrebatados a los muros de las iglesias para que el pueblo hiciera más suyas las imágenes que los presidían. Y los hace suyos en el contacto cercano, en la distancia achicada con lo que se quiere, en la mano que toca el respiradero para santiguarse, en la voz de aliento que le llega al costalero por el mismo al pasar racheando entre la bulla, en el amor asido al manto de unos pies descalzos que llegan desde el barrio, en el mar de devoción y piedad popular que se abre como las aguas cuando esa quilla que es la delantera avanza tras el toque de martillo y fija su rumbo entre los cuerpos. Está hecha la procesión para el pueblo, no el pueblo para la procesión.
Ante nosotros tenemos una nueva Semana Santa, que no nos la arrebaten los que hablan de universalidad de la fiesta, que la cantidad no venza a la calidad porque la fe no se cuantifica, porque ningún sentimiento bueno es contable aunque sea mensurable. La Semana Santa no es nuestra, aunque seamos sus depositarios. Somos responsables de enseñarla como ha sido y como es para siga siendo igual. Bienvenido todo aquel que venga a conocerla, el sevillano sabe ser buen anfitrión siempre, pero que no nos cambien nuestra Semana Santa, que no la convirtamos en mero espectáculo. No es una cabalgata, un desfile lúdico, no es una exposición pública de arte, no es sólo una tradición popular. La Semana Santa de Sevilla es una manifestación de fe, sólo la fe la sostiene y la mantiene. No nos equivoquemos ni dejemos que nos equivoquen. Sevilla siempre será Sevilla, pero sin los sevillanos sólo será un gigantesco escenario teatral. La Semana Santa siempre existirá pero no lo será sin católicos dentro de las cofradías que ejerzan el ministerio al que fueron llamados por el bautismo.
Llegan los días en los que el cofrade será llamado a defender su fe y dar sentido completo a esa mano puesta sobre los Evangelios con las reglas de las hermandades en las protestaciones de fe de sus funciones principales de instituto. Las únicas líneas rojas deben ser las que separen lo religioso de la banalidad antropológica que justifica exclusivamente una dimensión cultural asentada en la tradición.
Cofrade, no te pases de la raya, muéstrate humilde pero orgulloso del legado recibido, enseña al que no sabe, soporta con paciencia los defectos ajenos, da buen consejo al que lo necesite, perdona al que te injurie y, sobre todo, enseña al que no sabe. De tu ejemplo depende que la Semana Santa no pierda el sentido. Y los de las líneas rojas que dejen la pintura donde estuvo siempre…
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