Ignacio Valduérteles
Siempre se ha hecho así
Hay un consenso generalizado entre los especialistas sobre cuáles son las fuentes del Derecho: la ley, la costumbre y los principios generales del derecho. Un sistema jurídico es eficiente cuan existe un equilibrio dinámico entre las tres. En el mundo cofradiero, sin embargo, uno de estos principios se impone con fuerza sobre los demás, la costumbre, que se justifica con un argumento definitivo: “siempre se ha hecho así”.
Cuando se investiga un poco sobre el alcance aquí del adverbio temporal siempre, que tiene proyección en el tiempo, se descubre que en ocasiones se aplica a situaciones o costumbres que no tienen más de ocho o diez años de antigüedad, insuficientes para constituirse en fuente de normas, especialmente cuando este principio suele aplicarse a cuestiones no fundamentales, pero que van condicionando y viciando el día a día de la hermandad.
Hannah Arendt, filósofa judía que siguió de cerca los juicios por los crímenes del nazismo, sacudió al mundo reflexionando, y haciéndole reflexionar, sobre la banalidad del mal, que se da cuando la persona hace abstracción de sus principios para aplicarse al cumplimiento de una norma generalmente aceptada, aunque ésta sea perversa. En esa situación se anula la responsabilidad individual en los actos de cada ciudadano, que se diluye en una inexistente responsabilidad colectiva.
Salvando las distancias, enormes, con el asunto que nos ocupa, el “siempre se ha hecho así” también suspende formalmente la responsabilidad de cada cofrade; más bien su capacidad de discernimiento sobre las costumbres que se han venido adquiriendo en su hermandad y que ya resultan indiscutibles en base a ese argumento. Normalmente son cuestiones menores, pero actúan como barrera preventiva ante cualquier idea o sugerencia que no se ajuste a los usos, costumbres y opiniones elevados a la categoría de fuentes del derecho; ante cualquier opinión o sugerencia que no se ajuste a lo establecido por los guardianes de la ortodoxia.
El único derecho aplicable a las hermandades es el que se desprende de la doctrina de la Iglesia, compendiada en el Catecismo y el Derecho Canónico; la doctrina pontificia y los principios de la doctrina social de la Iglesia, en los que se marcan las pautas para la aplicación práctica de todo lo anterior.
Estoy por afirmar que ésta es una modalidad de lo políticamente correcto a la sevillana: cuando hay algo que “siempre se ha hecha así” uno está obligado a acatar esa costumbre. Se podría decir que ésta es una modalidad a la sevillana de la dictadura de lo políticamente correcto: cuando hay algo que “siempre se ha hecho así”, uno se limita a cumplir y a transferir su responsabilidad personal al grupo, la hermandad, donde no existe la «responsabilidad colectiva».
Sin entrar en valoraciones políticas, solamente sociológicas, los analistas explican que el reciente triunfo de Trump es la reacción de la gente corriente ante la dictadura de lo políticamente correcto. Los ciudadanos quieren certezas sobre lo cotidiano, lo que le afecta directamente, no discursos sobre “políticas identitarias”. También en Europa se advierte este hartazgo.
Las hermandades, los cofrades, no son “colectivos identitarios” aglutinados por usos y formas inamovibles. Los hermanos son, somos, ciudadanos corrientes y libres, sin temor a enfrentarse a lo políticamente correcto; sin embargo hay quienes han perdido el valor de pensar, seguramente por miedo o por pereza, que que impiden que las opiniones puedan expresarse libremente, bajo pena de ser cancelado por los denominados ambientes cofrades.
Se precisan hermanos decididos a contrastar sus ideas y opiniones sin renunciar a ellas, que es renunciar a la libertad. Sin miedo, que roba el futuro, donde hay miedo es imposible la libertad. La acciones que se hacen, o dejan de hacer, por miedo no son acciones abiertas al futuro, a la esperanza. La esperanza es elocuente, narra; por el contrario el miedo es negado para el lenguaje, incapaz de narrar. El contenido de la esperanza es el convencimiento de que algo tiene un horizonte de sentido, sin importar que no salga, o cómo acabará resultando. Esa es la fortaleza de las hermandades hacia el exterior, pero primero es necesario depurar el interior y sacar todas sus capacidades dormidas, atreverse a ser libres.
Ya, si eso, otro día hablaremos de los minutos de paso por la Campana.
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