El padre Torres Padilla, Padre de los pobres
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Al salir de la catedral el Santo Entierro Grande, a nadie le extrañó demasiado aquella nueva alegoría entre dos tramos de nazarenos. Eran cuatro señores de mirada pétrea, con dalmáticas en las que podían verse los escudos de los antiguos reinos de Castilla, León, Navarra y Aragón. Sobre sus hombros, una parihuela con un féretro cubierto. Sí chocó un poco más el nuevo paso con el Cristo de los Cálices, procesionando al fin fuera de su encierro catedralicio. Para cuando los canónigos quisieron darse cuenta, ya era demasiado tarde.
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