Ignacio Valduérteles
¿Época de cambios o cambio de época?
“No estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época”. Esta frase rotunda de Francisco parece inspirar una de las conclusiones que el II Congreso de Religiosidad Popular presentaba a las hermandades en la que les propone "…identificar los retos y los desafíos contemporáneos y diseñar propuestas pastorales que fortalezcan su papel evangelizador en la Iglesia". Puede haber quien piense que ésta es una tarea ingrata, a largo plazo y de una eficacia dudosa y que es más acuciante dedicarse a solucionar otros temas, como los tiempos de paso por la Campana o los nudos conflictivos en los itinerarios de las cofradías.
Las dos ocupaciones son compatibles, aunque en distinto nivel, nada impide abordar los dos temas simultáneamente. En esta conclusión el Congreso anima a los cofrades a adquirir una visión global que analice los modelos culturales actuales y cómo éstos pueden afectar a la percepción de la realidad en la religiosidad popular.
Cuando hablaba del cambio de época el Papa se refería al impacto de la era digital. Una revolución del conocimiento que ya está en marcha en la que los fundamentos conceptuales y éticos de la cultura clásica son sustituidos por los algoritmos de la inteligencia artificial. Incluso los sentimientos se consideran traducibles a algoritmos. La sociedad de la información ha crecido más rápidamente que la capacidad del hombre para comprenderla, gestionarla y orientarla hacia un modelo cultural compatible con la dignidad de la persona humana.
Esa nueva realidad definida por la era digital supone que el modelo cultural preexistente carece de fundamentos, es una simple ficción, con lo que cualquier concepto que se quiera derivar de él, especialmente si se refiere a la ética, es sustituido en la cultura digital por la consideración del humano como un conjunto de información contenida en un soporte, el cuerpo. Esta visión conlleva la pérdida de la dignidad y libertad de la persona y con ella la desaparición de una cultura propiamente humana.
Benedicto XVI ya alertó sobre el peligro de la profunda división de saberes y la excesiva especialización, que niega estatuto científico a la filosofía y a la teología, separándolas completamente del mundo de la ciencia, reducido a las matemáticas y a la verificación experimental, y reclamaba la necesidad de tener una visión amplia y abierta de la razón y de su ejercicio en la búsqueda de la verdad y de la respuesta a las preguntas fundamentales sobre el hombre y su destino. "Para conocer la verdad, añade el Papa, hay que intentar ver la realidad completa huyendo especialmente del reduccionismo cientificista, tan frecuente en nuestros días".
Esa es precisamente la tarea encomendada ahora a las hermandades: recuperar los conceptos fundamentales sobre la dignidad y libertad de la persona humana y su capacidad para conocer la Verdad, que la cultura de la información considera una ficción ya superada por la tecnología. No somos cyborgs, esos seres ficticios teledirigidos, formados por materia viva y dispositivos electrónicos; de ser así caeríamos en la desesperanza, porque nuestro futuro no depende de algoritmos, sino de nuestra libertad.
El pilar fundamental de ese cuerpo doctrinal riguroso que se encomienda elaborar a las hermandades es recuperar el sentido de la esperanza, justamente el tema sobre el que gira el Año Jubilar recién proclamado por Francisco. Es preciso aprender de nuevo en qué consiste la esperanza, esa virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios del Espíritu Santo. Importa identificar y desmontar los fundamentos de esa nueva era a la que alude el Papa, elaborados mediante algoritmos y que están adoptando, poco a poco, las características de una visión cuasi religiosa.
Spes no confundit (La esperanza no defrauda), ése es el título de la Bula con la que el Papa ha convocado el Jubileo de la Esperanza. "El hombre tiene muchas esperanzas, grandes o pequeñas, pero no bastan para llenar la expectativa que sólo puede colmar una gran esperanza fundamentada en Dios".
Aquí tienen las hermandades una tarea apasionante a la que aplicarse los próximos años. Sin olvidar, naturalmente, la búsqueda de soluciones a la carrera oficial.
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