Ignacio Valduérteles
Las hermandades no son democráticas
El habla andaluza tiene algunas expresiones que se utilizan de forma mecánica, sin reflexionar sobre su contenido, pero que son de una gran belleza y profundidad. Ese ¡vaya usted con Dios! con el que se despide al que se va: amigo, conocido, cliente o cualquier persona con la que se ha entablado una conversación en la parada del autobús, es algo más que una fórmula de cortesía. Con esta frase estaríamos expresando nuestro deseo de que Dios acompañe a esa persona o, más bien, que se deje acompañar por Dios, que se deje amar.
Cuando algún necesitado se dirige a otra persona para pedirle: "Una limosnita, por amor de Dios", no está apelando a la solidaridad, ni a la justicia, sino al previsible amor a Dios del demandado que se supone ha de llevarle al amor al prójimo necesitado. Cuando, al recibir la limosna, el mendigo se lo agradece con un "Que Dios se lo pague", estaría reconociendo que esa limosna es una manifestación del amor a Dios de quien se la entregó y le desea que Dios le gratifique por esa acción.
Está claro que nadie se para a reflexionar sobre estos temas cada vez que utiliza éstas u otras fórmulas por el estilo, sería muy complicado; pero ahí están esas expresiones incorporadas a nuestro lenguaje que dejan entrever un poso cultural que se manifiesta por las ranuras de la vida cotidiana. Como a veces, arrebatados por un modelo cultural en el que priman los sentimientos, no se repara en lo que hay debajo de esos sentimientos.
Estos días se está celebrando el II Congreso Internacional de Hermandades y Religiosidad Popular. Si entendemos la religiosidad popular como una expresión de la fe que se vale de los elementos culturales de un determinado lugar, hay que reconocer que pocas ciudades mejores que Sevilla para acoger un congreso sobre este tema.
La Iglesia siempre ha reconocido y animado la religiosidad popular. San Juan Pablo II explicaba, rotundo, que "una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada y no fielmente vivida".
Son muchas, y todas positivas, las referencias de los papas a las manifestaciones de fe envueltas en el papel de regalo de la religiosidad popular. Al mismo tiempo que las estiman y animan, también recuerdan siempre que el centro de la vida de la Iglesia es la Liturgia y ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla o ser considerada a su nivel. La Liturgia, fundamentalmente la Misa, es la presencia real de la Trinidad en la Eucaristía y la participación del pueblo de Dios en la misma. Una participación que se prolonga en la vida cotidiana. Señalan que el mayor peligro de la religiosidad popular es perder su sentido de medio, perdiendo de vista el fin.
No es casual que más de una ponencia del Congreso esté dedicada a la Liturgia. La historia muestra que la relación entre Liturgia y piedad popular se deteriora cuando en los fieles se debilita la conciencia de algunos valores esenciales de la misma Liturgia.
El hombre está llamado a vivir en el Bien, buscando la Verdad a través de la Belleza, de la via pulchritudinae. De eso aquí entendemos algo. Me decía Yvonne Blake, ganadora de un Oscar y cuatro premios Goya al diseño de vestuario y ambientación, que un paso de palio andando al son de una marcha es la expresión perfecta de la belleza. Las proporciones y exorno del paso, música, incienso, luces, público participante. Un espectáculo integral que conmueve a los espectadores, cualquiera que sea su nivel cultural, porque se dirige a todos los sentidos, provocando en ocasiones manifestaciones incluso esperpénticas del síndrome de Stendalh.
Pero también la liturgia es ocasión de belleza. Un experto liturgista que venía de Roma, tras asistir a la función principal de una hermandad de Sevilla que se distingue por el cuidado y perfección formal de sus cultos, le comentó admirado al hermano mayor que sólo en el Vaticano había visto ese esmero en la liturgia. Con guasa sevillana el hermano mayor agradeció el cumplido y le aclaró: “Es que a los del Vaticano les hemos enseñado nosotros”.
Bromas aparte, la cofradía en la calle y el esmero en la celebración de la función principal son camino de belleza al servicio de la Liturgia, una llamada a participar en la verdad, la intimidad de la Trinidad. Sería un derroche estéril de belleza tomar ésta como fin, sin alcanzar el bien y la verdad.
Cuando se publiquen las actas del Congreso tendremos, espero, un buen manual para estudiar despacio estos temas. Hasta entonces, ¡queden ustedes con Dios!
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