Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
La música es la más bella forma de oración, perfecta compañía para el alma necesitada. La música, no cualquiera, también se convierte en nexo para la transcendental e incesante búsqueda del diálogo con Dios que no siempre nace en el silencio.
La magia de su envoltura intangible, su cadencia y ritmo se cuela por nuestros poros para abrirnos en canal y dejar al descubierto las tripas de la emoción más profunda.
La belleza de la música vinculada a la máxima expresión religiosa que adopta Sevilla, sobrecoge, nos conmueve y no se olvida jamás. Pasa el tiempo y permanece intacta en la memoria. Termina formando parte de ese proceso místico y ni las situaciones adversas logran borrar la dulce y abstracta forma de inspiración que llega a convertirse en propiedad del alma.
Es por ello, que la acertada decisión adoptada por el cabildo de la Hermandad de la Quinta Angustia de incorporar de nuevo el acompañamiento musical en su estación de penitencia ha sonado a buen gusto, y va más allá de recuperar una tradición que, prudentemente por diversas circunstancias, dejó de serlo hace casi un siglo.
Este elegante y serio complemento hará resurgir la obra que Font creó para enriquecer y dotar de mayor solemnidad la hiriente armonía de la escena que se esculpe en nuestro interior y que en forma de plegaria sin verbo es testigo del vaivén acompasado del Descendimiento del Señor.
Cuando la luz de la tarde se torne y deje asomar el artificio de las farolas alumbradas de la plaza, volverá a sentirse el susurro del metal y el aire, viento de amor que juega y se funde con la perfecta mecida y el crujido de la madera Divina, generando nuevos sonidos de fe escritos sin partituras.
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