Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
Contemplando uno de estos muchos actos cofradieros de estos días por la calle me dio por pensar en la Semana Santa que viene viendo lo que estaba viendo. No quiero que suene al cuento del lobo, pero lo que vi y viví me dejó preocupado. Encontré el centro de Sevilla lleno a rebosar de turistas que caminaban sin saber a dónde iban, con la mirada en el navegador del móvil, vestidos de cualquier manera, muchos de ellos con mochilas, había también una juventud despreocupada que caminaba dando voces cuando no corría con risotadas que rompían el rumor del bullicio y estropeaban el ambiente de recogimiento que se debía presuponer al paso de un cortejo, y había latas por el suelo que resonaban con las patadas que les propinaban los que pasaban sobre ellas, había un hedor tremendo debido al orín de los caballos que tiran de las manolas. Desde luego que no parecía el clima más propicio para acompañar el acto que se estaba desarrollando.
Sí, admito la saturación de este tipo de actos y admito lo difícil de cubrir suficientemente con los servicios municipales debidos los mismos. Admito también el coste que dichos servicios tienen, por supuesto. Pero quizás estas cuestiones deba reservarlas para otro debate.
El caso es que pensaba en ese centro de Sevilla el próximo Domingo de Ramos lleno de esos turistas y esa juventud a los que había que añadir esa cantidad de sevillanos que acuden a ver las cofradías y los muchos de la provincia que acuden también ese día y empecé a temer la creación de una “tormenta perfecta” para la seguridad que debe presidir tal aglomeración de personas y el respeto que debemos encontrar en las calles al paso de las cofradías. Hace tiempo que viene gestándose un gran cambio social que va a influir mucho en cuanto estoy relatando. La ausencia de referentes, valores y pensamiento crítico conforma una sociedad relativista e irrespetuosa, ignorante del bien común e incapaz de entender, y mucho menos respetar, todo aquello que sea diferente a lo que piense uno mismo.
Antiguamente todos los sevillanos acudían con frecuencia al centro de su ciudad, conocían sus calles y encontraban rápidamente edificios y comercios referentes para guiarse, los había incluso que conocían los mejores atajos para callejear sorteando las arterias principales de este callejero nuestro que tanto le debe a los árabes. No se puede decir menos de esos vecinos de los pueblos aledaños que venían a hacer sus compras a la capital de vez en cuando. Y aquí está el primero de los problemas, el desconocimiento del terreno donde acontece nuestra Semana Santa por parte de sus espectadores. Si añadimos el incremento del turismo de los últimos años podemos pensar en una gran masa de gente que caminará por las calles como si las mismas sufrieran un colesterol que no permitiera el tránsito fluido.
Por otro lado, segundo de los problemas, la participación como espectadores del público que congrega la Semana Santa. Sí, me refiero a la contemplación de las cofradías como si de un espectáculo se tratase, una gran obra de teatro realizada por las calles a las que se tiene derecho y por la que se piden privilegios inalienables como la ocupación de un espacio determinado de la calle sin servidumbre de paso o el consumo de comidas y bebidas en el mismo lugar. El público, cada vez más, contempla los cortejos sin saberse parte activa de los mismos por ser los destinatarios primeros de las salidas procesionales en esa catequesis que es sacar las imágenes de nuestros cristos y vírgenes de sus iglesias para acercar al pueblo a la Fe. El público despoja de sentido cada vez más a lo que se realiza para él. Este cambio social es el que ha hecho posible que se hable de “procesiones civiles” en la usurpación absoluta del hecho religioso.
Cada vez contemplo más en estos años últimos cómo la emoción no conduce al sentimiento en la Semana Santa. La sociedad busca acumular experiencias de alto consumo y corta duración temerosa de verse condicionada por lo vivido. Queremos vivir pero nos da miedo sentir, buscamos la risa pero no encontramos la felicidad porque no sabemos diferenciar la emoción del sentimiento.
Es hora de reflexionar, las cofradías deben ser las primeras que sean conscientes del cambio para poder trasladar el mensaje evangelizador adecuado para la sociedad en la que están insertadas. No me cabe duda de que la Nueva Evangelización se dará en Europa en este siglo XXI.
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