Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
Es época de péplum. Seguramente alguna tele estos lluviosos días ha programado esa joya clásica de 1951 de Mervyn LeRoy, con un aseado Robert Taylor, la siempre bella Deborah Kerr, y el excesivo Peter Ustinov (en un Nerón para la posteridad). En esta película (como en la novela en la que se basó) se cuenta cuando Nerón incendia Roma y culpa a los cristianos a los que persigue. En todo ese lío, San Pedro, que está en la ciudad eterna, huye y se encuentra con una aparición del Señor y le hace la pregunta famosa. Quo Vadis, Domine? Viene al hilo ahora que parece que nuestra Roma está ardiendo. O se inunda (dado lo lluvioso de lo vivido) y andan a la búsqueda de culpables. El contacto con el agua de nuestra Semana Mayor ha causado un “efecto Gremlin” (permítanme otra licencia cinematográfica) y ha sacado lo peor de nosotros. Será que nos ha dado más tiempo para pensar o será que el sol, y el buen tiempo, tapa otros años los males que nos aquejan.
El show debe continuar y nunca nos paramos a repensarnos. Será eso. Podemos ver con luces cortas y centrarnos a comentar los miles de asuntos que han sido virales esta pasada Semana Santa (cofradías de agua, suspensiones anticipadas, nazarenos en patinete o en el Burger, abucheos, petaladas a la nada, etcétera, complete con lo que más le indigne). Si nos quedamos en eso nos faltará la perspectiva más amplia. Los días y meses nos darán esa visión sosegada, y esperemos nos permitan ver si hay o no incendio y quiénes son los verdaderos responsables. Y sobre todo hacernos la gran pregunta ¿hacia dónde vamos? ¿Nos limitamos a echarle la culpa al público? ¿Seguimos con el tópico de que somos el reflejo de la (decrépita) sociedad actual? ¿Continuamos alimentando la hoguera de las vanidades sin tratar de comprender a dónde nos lleva todo esto?
Perdimos en los años de parón por la pandemia la oportunidad de tratar de reordenar nuestra Semana Mayor, de dimensionarnos y ver hacia dónde ir. Ahora corremos el riesgo de huir hacia adelante sin detenernos a contemplar, a mirar desde una de las colinas, a nuestra Roma ardiendo para poder entender lo que nos está pasando. Roma ardió, pero pervivió hasta hacerse eterna. Un mal año de agua y mala educación no va a acabar con nada. Estamos ante los síntomas, ahora nos falta determinar la enfermedad e intentar remediarla (si es que la hay). Los bien intencionados hablan que hay que evolucionar y que los síntomas descritos son hijos de esa evolución, tildando de inmovilistas a quienes señalan tales comportamientos. No dudo que en algún sector haya miedo e inmovilismo. Pero no caigamos en posturas maniqueas. Criticar u opinar no es inmovilismo. Señalar incoherencias o excesos no es tradicionalismo. Antes de que el avispado lector lo mencione ya me lo digo yo: hay que evolucionar, pero por criticar no soy un carca, un antiguo o un inmovilista.
Superado esto, vamos a intentar entender lo que nos ha pasado en la Semana Santa pasada. Evolución significa acción y efecto de evolucionar. Desenvolverse o desarrollarse, pasando de un estado a otro. No es en sí ni positivo ni negativo, es descriptivo. Luego no toda evolución es buena ni mala per sé, ni toda revolución es conveniente (solo se celebran las revoluciones que se ganan, nadie recuerda las que se pierden). Miremos atrás con sosiego, nada está perdido y la Semana Santa pervivirá. Lo que no sabemos es qué Semana Santa nos daremos en el futuro. Tiempo hay para debatirla y repensarla. Quo Vadis, Semana Santa?
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