Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
MARÍA en un tiempo herido como este. Vulnerable en toda aquella entraña de humanidad que nos asola. Escribo esto –para unirme un año más a mis compañeros en este tramo de papel– en el primer viernes de marzo. Día de emociones anudadas de la mano que nos vuelven a llevar al Cautivo. Al atrio de San Antonio Abad para dejarnos alcanzar por el Dulcísimo Jesús Nazareno.
Y volvemos a ser abrazados por los años que nunca tiene la cofradía. Porque siempre nos lo devuelven. La Estación podría proponerse como una perfecta metáfora de la vida. Es un itinerario personal y anónimo. Tiene sus tiempos, como una peregrinación. Y vuelve hoy a mí, aquel que siempre te espera para seguir tu luz Inmaculada detrás del Abrazo y pasamos de la clausura de San Antonio Abad a la vorágine de la noche santa en la ciudad.
Como ciertamente desamparados podemos sentirnos en la vida y acudimos al recuerdo del crepitar de la luz de la cera que no se apaga, entre nuestras manos.
Porque con tu caminar confiado, abriendo surcos de luz, nos enseñas a ser conducidos por Él. Pareciera que cuando por fin irrumpes -rompimiento inmaculado de luz- nos dices a todos tus hermanos: “Haced lo que él os diga”. En la vocación a cada uno de nosotros confiada. En nuestras travesías erradas y en nuestras búsquedas. Siempre bajo tu amparo. Como cuando arría tu luz. Una penúltima salve. Alguien al que te hemos confiado. Una personal acción de gracias.
Déjanos ser siempre acompañados por la misma confianza con la que despedimos el Abrazo de tu Hijo desde el atrio. Antes de salir a la vida y a la ciudad.
Pongo en esta esperanza que estrenamos, las tres florecillas de azahar que pintadas enmarcan tu retablo cerámico, cuando no podíamos verte en aquellos días tan difíciles. Las tres palabras que edificaron tu seguimiento. Cree, confía, espera.
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