A punta de bisturí
La piedad popular
El costalero interino. Microrrelatos de Semana Santa
Ella estudiaba en el colegio de las esclavas, cuando era solo de niñas y un chavalito en moto esperaba a su compañera de pupitre en la puerta cada viernes, comiendo pipas. El Viernes de Dolores, al salir llena de entusiasmo para estrenar las vacaciones de Semana Santa, con todas sus promesas de primavera plena, el de la moto se lo presentó. El Domingo de Ramos salieron todos en pandilla por primera vez. Pero el Lunes Santo era el día de su cofradía, y el de las cofradías de varias de sus amigas, todas por la zona: desde Santa Marta al Museo, pasando por Vera Cruz y las Penas. Les dijo que las vería sola, porque no quería moverse del barrio, aunque tuviera que perderse las otras del día. Que salían amigas suyas —primeras y valientes nazarenas— en Santa Marta y Vera Cruz, y quería verlas en silencio. El muchacho le pidió acompañarla, a cambio solo de que se pasaran antes por San Gonzalo.
Todavía hoy, cada Lunes Santo, regresan al centro con sus niños, y se dejan encerrar en aquel manojito de calles. Y les cuentan lo que dio de sí el paquete de pipas que compraron aquel primer Lunes Santo en el quiosco de Fernando.
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