Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
Querido Julio. Sé cómo te sientes. Bueno, no lo sé. Lo puedo imaginar. Aún estarás, como dijiste hace unos días, enterrando la ilusión, tragándote la pena, guardando dentro de esas preciosas pastas de tu pregón todo el amor a Sevilla que has derramado en esos folios escritos desde el fondo de tu alma. Te imagino acariciando cada página, leyendo y volviendo a leer esos pasajes escritos en el silencio de la noche y donde está parte de tu vida. Sé cómo te sientes. Cuando ya había comenzado la cuenta atrás, cuando habías empezado a imaginar ese día, cuando en casa todos, Carmen Mari, tus hijos, tus nietos, tus muchos amigos, soñaban con verte disfrutar y hacernos disfrutar en una de las mañanas más hermosas que un sevillano pueda vivir, te dieron la noticia. Esa que nadie podía imaginar, que nadie quería oír.
Créeme. Sé cómo te sientes. Porque estabas deseando devolverle a la ciudad todo lo que ella te ha regalado a lo largo de estos meses. Tanto cariño, tanto amor por donde has ido, tantas vivencias que ahora guardarás para siempre en tu corazón y que nunca, nunca olvidarás. Porque lo que has vivido todo este tiempo y tú lo sabes, es algo inimaginable. Pero Julio, tendrás la suerte de revivirlo de nuevo. Y eso es un privilegio. Porque cuando todo pase, cuando llegue el momento de subirse al escenario del Maestranza, estos días se convertirán en algo que añorarás de por vida. Por eso querido Julio, sé cómo te sientes. Pero quiero que sepas que aún te envidio. Como el primer día que te nombraron, cuando sentí que me arrebataban algo que me pertenecía. Porque tú y solo tú podrás seguir sintiendo el cariño de todos los sevillanos algunos meses más. Podrás seguir siendo ese ser privilegiado que tendrá el honor de pregonar nuestra Semana Santa. Sólo tendrás que esperar unos meses más. Mientras tanto. ¡Ay, cómo te envidio!
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