A punta de bisturí
La piedad popular
¿QUÉ se coronó hace ahora sesenta años? Para un macareno, la respuesta parece obvia: a la Virgen de la Esperanza. Y así es. Pero ¿qué se coronó con Ella? La respuesta entraña bucear en las raíces de una devoción tan particular y única como la de la Esperanza en el barrio de la Macarena desde hace siglos; descubrir la inveterada e indestructible alianza entre el pueblo macareno y Dios para custodiar esa Nueva Arca que funda nuestra esperanza, y llevarla a los confines de la tierra.
Hace sesenta años se coronó con Ella a lo popular culto, a lo sencillamente bello, a lo humildemente excelente, a lo naturalmente trascendente. Se coronó la audacia de un barrio cuyos vecinos, cincuenta y un años antes, no pudieron parar el caudal de amor a la Virgen de la Esperanza y le impusieron una corona de joyería y huerto, de oro y fatigas, de Joselito y anillos fundidos. Y esos mismos vecinos de un arrabal humilde y trabajador, que durante siglos fue menospreciado, consiguieron enaltecer a Una de entre los humildes; lograron hacer coronar a Una de entre ellos, a la Vecina que mejor resume su barrio y lo enorgullece, la que es bandera de la dignidad de los macarenos.
Se coronó con Ella la gracia en dos de sus acepciones, binomio que tan bien encarna y sublima la Virgen de la Esperanza. Por un lado, la gracia popular, que supo con una sabiduría ancestral construir un universo artístico y simbólico tan portentoso que poco tenía que envidiar a las más altas creaciones humanas en honor a Dios y a su Madre: estoy convencido de que el sonido de las bambalinas de su palio tienen tanta teología dentro como una cantata de Bach (lo sé, los macarenos somos muy exagerados para lo nuestro…). Por otro lado, la gracia como don de Dios ofrecido gratuitamente a todos los macarenos y devotos en la cara de la Virgen de la Esperanza: ahí están las Bienaventuranzas en una epifanía de perfiles asimétricos que nos insinúa un itinerario espiritual para transitar por esta vida hasta alcanzar la Vida.
Y es que la Virgen de la Esperanza es un evangelio de la alegría. En su entrecejo anidan algunos de los pasajes evangélicos más hermosos, esos a los que agarrarnos cuando nos azota la galerna, esos que disipan nuestras dudas, angustias y desesperaciones. En ese inigualable entrecejo resuenan como un eco las palabras del Sentenciado: “No temáis; Venid a mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré; Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo; Porque él no es Dios de muertos, sino de vivos; pero vuestra tristeza se convertirá en alegría; Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría; Aquí tienes a tu madre”.
También se coronó con Ella una exigencia de futuro, una obligación de lealtad con la historia de nuestra hermandad y con los macarenos que fueron construyendo esa galaxia de amor en la que la Virgen de la Esperanza Coronada era, es y será siempre su sol. No celebramos, por tanto, algo acontecido hace seis décadas sino que renovamos el compromiso adquirido con nuestros mayores en la devoción, con nuestro barrio, con Sevilla y con la Iglesia, para seguir ofreciendo a los hombres y mujeres de hoy, y con todos los medios del hoy a nuestro alcance, la esperanza que engendra una alegría madura y serena, que nos sostiene aún en medio de los seísmos cotidianos ofreciendo sentido a nuestras existencias.
En su cara está expresada de una vez esta alegría que nace de la certeza de sentirnos religados, acogidos, acompañados, amados y salvados. Ante Ella nada ni nadie puede arrebatarnos la alegría. Porque con Ella se coronó el evangelio de la alegría según la Macarena.
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