Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
La Semana Santa actual es el resultado de una evolución de siglos. Conserva tesoros del pasado y al mismo tiempo estrena cada año, siempre antigua y siempre nueva. Ese equilibrio es el éxito de nuestra Semana Santa. Algunas de las señas culturales andaluzas como el flamenco, la moda flamenca, el toreo, la doma vaquera, tienen esa misma característica: evolucionan sin perder su esencia histórica.
En los orígenes de nuestra Semana Santa no existía la coreografía costalera. La música sonaba para acompañar al cortejo. No se buscaba el lucimiento de los costaleros. Las bandas de música y de cornetas, las capillas musicales o las agrupaciones corales, intentaban hacer el mejor acompañamiento posible desde la calidad y la sobriedad. En los años 1924 y 1925 Manuel López Farfán revolucionó el concepto de la Semana Santa con sus composiciones Pasan los Campanilleros, El Dulce Nombre, La Estrella Sublime y La Esperanza de Triana. Se abrió la veda para intentar explorar nuevos caminos. A la revolución sonora le siguió la revolución costalera. Los pasos comenzaron a moverse en función de la música.
Si la Semana Santa fuera inmovilista hoy no sería tan poderosa como es. Pero el sentido de la prudencia y el equilibrio deben moderar los impulsos. No son lógicos los alardes a los que se someten a las bandas de música que han de interpretar varias marchas seguidas como si fuese un popurrí. Lo ideal es que las marchas se toquen tal y como fueron compuestas, sin mutilaciones ni repeticiones caprichosas, sin enlazar de manera seguida marchas diferentes. El mejor saetero es el que mejor canta, no el que más tiempo aguanta sin respirar. La mejor banda es la que toca bien, no la que empalma más marchas. Los buenos costaleros son los que llevan bien el paso, no los que bailan mejor o dan la chicotá más larga. Innovar siempre, pero con sentido común. Esto no es un circo donde el objetivo final sea hacer el más difícil todavía.
También te puede interesar