A punta de bisturí
La piedad popular
Del monarca Fernando III (1201-1254), rey de Castilla (1217), de León (1230) y también de Sevilla (1248) estamos suficiente informados como para conocer su prolija biografía. Julio González, Carlos Ros, Manuel González y Carlos de Ayala, entre otros investigadores de variados fundamentos científicos, se encargaron en su momento de abundar en los conocimientos sobre el Rey Santo en el reino de Castilla y sobre todo en Andalucía. Además diversas asociaciones e instituciones religiosas, militares, universitarias, hermandades y academias sevillanas de toda índole y condición han difundido igualmente la figura excepcional de Fernando III como conquistador y repoblador de Sevilla. Y por supuesto la Iglesia Hispalense, el Ayuntamiento de la ciudad y la Diputación Provincial han extendido, y en muchos casos popularizado, la excelsa memoria sevillana de San Fernando, como uno de sus santos patronos y protectores. Incluso quien estas mismas letras escribe ha analizado también la obra y la vida de este singular soberano castellano en diversa revistas nacionales y extranjeras, incluso en este mismo Diario de Sevilla, subrayando los argumentos extraordinarios de los muchos valores morales, éticos y religiosos de un hombre excepcional durante la primera mitad del siglo XIII en toda Europa Medieval.
No vamos a insistir por este camino. Fernando III tuvo y tiene en la historiografía castellana de todos los tiempos adeptos y detractores en la explicación -o justificación, si se quiere- de su práctica conquistadora y sobre todo repobladora en la ciudad de Sevilla y en su vasto reino, así como en el destino final de los mudéjares sometidos. "El rey que marcó el destino de España", en acertadas palabras del profesor Manuel González Jiménez, no ha eludido, desde luego, la crítica histórica científica y profesional. Lo que hace aun más atractiva e ilustrativa su semblanza y lo extenso de sus numerosos estudios monográficos y/o misceláneos por editoriales de prestigio internacional. Tampoco vamos ahora a apremiar al lector con estas particularidades que Internet nos ofrece fácilmente. No es esta, lógicamente, nuestra intención.
Nuestro propósito es otro ahora buscar a San Fernando en la ciudad de Sevilla. Y no me refiero a la huella documental, artística y monumental sevillana. Nuestro objetivo es otro; no siempre tan tangible y evidente. Pues, efectivamente, para muchos de los niños de mi generación, aquellos que aprendimos los rudimentos básicos de la Historia de España en la prolija Enciclopedia Álvarez, en modestas escuelas rurales y bajo el magisterio entrañable de maestros muy vocacionales pero con escasos recursos docentes, Fernando III, el Santo Rey de Castilla y León, se nos presentaba entonces en las llamadas Lecciones Conmemorativas, cada 30 de mayo, como el prototipo de la juventud española de los años sesenta del siglo pasado por su "sencillez, valentía, caridad, honor, fidelidad, trabajo y santidad".
Hoy, en pleno siglo XXI, con la perspectiva y la distancia histórica que lógicamente imponen el tiempo y la prudencia del conocimiento resulta evidente que al cabo de los años el monarca Fernando III, como modelo social, sigue teniendo un incuestionable valor en nuestra ciudad, más allá de cualquier consideración ideológica. En este sentido, desde el mismo siglo XIII, muy poco tiempo después de su muerte, acaecida en el viejo alcázar hispalenses el 30 de mayo de 1252, cronistas áulicos diversos, clérigos y laicos, nos han transmitido, con más o menos acierto y fiabilidad, aspectos misceláneos de su vida, con especial interés en resaltar las campañas militares fernandinas por Andalucía y elogiar las virtudes políticas de un monarca ejemplar, ya en su propio tiempo, con fama popular de "santo" en la ciudad de Sevilla incluso mucho antes de ser elevado oficialmente a los altares por el papa Clemente X el 4 de febrero de 1671. No es este, lógicamente, el lugar mas apropiado para abundar de nuevo en todo ello; pues de hacerlo, muy poco podríamos nosotros ampliar al respecto a lo ya destacado por notables especialistas.
Sin duda por ello, hoy buscamos a San Fernando en los recovecos de los perfiles sevillanos de un hombre extraordinario, que quiso ser enterrado en Sevilla; en sus devociones marianas letíficas tan destacadas, continuadas en gran medida por su propio hijo, "Sancta María, cuyo siervo nos somos". A la que dedicó todas las mezquitas mayores de las grandes ciudades que conquistó y cristianizó en Andalucía, como se reflejan en Las Cantigas de Santa María de Alfonso X, el Sabio. Escudriñamos a San Fernando también en los contornos embarazosos, con sus luces y sus sombras, de un rey hispano de del siglo XIII, en plena expansión militar cristiana frente al Islam; lo que por otra parte siempre se esperaba de un monarca devoto de Santiago que se decía Miles Christi.
Rastreamos la huella de Fernando III en la práctica tolerante de la coexistencia entre cristianos, musulmanes y judíos en la Sevilla mudéjar de mediados del siglo XIII como "Rey de las tres religiones"; instrumento social de una necesaria aspiración a la supervivencia pacífica de evidente alteridad positiva en nuestra ciudad. Y sobre todo, lo reconocemos en su brillante proyección europea; pues el rey castellano gozaría de excelentes relaciones con prácticamente todos los monarcas de los reinos cristianos de su tiempo: con Luis IX de Francia, con el emperador alemán Federico II de Suabia y con rey Enrique III de Inglaterra. En España fue incluso elogiado por Jaime I de Aragón, por Alfonso II de Portugal, y sobre todo respetado y admirado por su amigo personal el rey de Granada Muhammad I.
En este sentido, su buena fama llegaría a mediados del siglo XIII, al remoto monasterio inglés de St. Albans, próximo a Londres, en donde un modesto monje, llamado Mateo Paris, subrayaba con elocuencia en la Chrónica Majora que: "El ilustre rey de Castilla, que se llama de toda España por causa de su eminencia, después de sus famosas hazañas y grandes conquistas contra los musulmanes, emprendió el camino de todos los mortales".
Por ultimo, exploramos al rey Fernando en los escritos de su hijo Alfonso X, en el Libro Septenario, redactado en Sevilla; pues el semblante ético del rey y del hombre, fue destacado por el rey Sabio describiendo curiosamente el significado de las letras que integran su nombre FERRANDO, escrito en forma acróstica:
F, de fe.
E, de entendimiento para conocer a Dios.
RR, de reciedumbre de voluntad y obras para derrotar y castigar a los enemigos de Dios y a los malhechores de su pueblo.
A, de amigo de Dios.
N, de nobleza de corazón en todas sus empresas y con sus vasallos.
D, de derecho, fiel y leal en palabras.
O de “ombre” (sic. hombre) de buenas maneras y costumbres.
Y lo localizamos siempre a los pies de la Santísima Virgen de los Reyes Per Me Reges Regnat, en la sagrada urna de plata que contiene sus santos restos mortales en la intimidad de la Capilla Real; y sobre todo en la devoción silente y privada de muchos sevillanos de la ciudad y su antiguo reino en el día de su onomástica, tanta veces denostada, cada 30 de mayo; e igualmente en cada brillante mañana del Corpus Christi, como la de este año, cuando Dios Sacramentado sale a las calles de Sevilla, acompañado entre otros santos y protectores bienaventurados por su el Rey Fernando III de Castilla y León, como un adorador sevillano más de la Bendita Eucaristía, cuyo piedad practicó hasta minutos antes de su muerte; lo que todos los sevillanos puede contemplar en el excelente y desconocido cuadro Las postrimerías de San Fernando de Virgilio Mattoni en la Sala del Almirante de los Reales Alcázares de Sevilla.
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