Ignacio Valduérteles
Hacer los deberes o Milei en las hermandades
LO confieso. Soy un nazareno. Mis padres me lo inculcaron. El rito anual de vestir mi túnica de ruán, ceñirme el esparto, cita íntima conmigo mismo y con todos los míos, los que están y los que me precedieron. Encuentro con Dios, al que anualmente reservo esos ratos de contemplación y acompañamiento.
Soy nazareno desde muy joven y, vestido con mi túnica, espero recorrer mi último viaje. No concibo otra forma de vivir y de sentir nuestra Semana Santa. Por eso me sorprenden las opiniones absolutas y excluyentes en el debate. No podemos obviar la importancia del nazareno, relegándolo a un elemento prescindible más de nuestra fiesta. El nazareno –muchas hermandades lo saben, aunque a veces no lo demuestren– es su razón de ser, nuestro “patrón oro”. ¡Ay del día que nos quedemos sin nazarenos! Uno de los grandes valores de nuestras cofradías es que no le preguntan a nadie el motivo último de ponerse la túnica. Esa pregunta se la dejamos al Señor y a Su Madre. No juzgamos la idoneidad de nadie para ponerse ante Dios. Nos limitamos a “poner en suerte” el alma de los hermanos a fin de propiciar ese encuentro, que remata el Señor, no nosotros.
Por eso cuando, para solucionar los problemas, se piensan en ideas fáciles y rápidas, muy propio de estos tiempos líquidos, sin pensar la verdadera esencia de las cosas, da algo de miedo. El confundir cantidad con velocidad, o longitud con fluidez de los cortejos, deja bien a las claras que las soluciones estéticas y epidérmicas no son de calado o pensando en la verdadera esencia de nuestra celebración. ¿Vemos la perspectiva desde detrás del antifaz o únicamente desde los ojos de una silla viendo desfilar tediosos nazarenos?
Es curioso que cuando las decisiones se toman pensando en el sentido del espectáculo o en los ritmos comerciales, es cuando sobran los nazarenos. Dejen al nazareno en paz, es sagrado y ya manoseamos demasiadas cosas sagradas en nuestro día a día. No matemos moscas a cañonazos. Para eso se inventaron los matamoscas. Solo hay que saber utilizarlos.
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