La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
los precedentes
Cinco veces, como cinco puñaladas traperas. Rejones de muerte para la noche más bella del año. O la que lo era hasta la llegada del siglo XXI. La nueva centuria ha convertido la Madrugada en horas de tensión, miedo y pánico. La afluencia de público desde el año 2000, cuando se produjeron las primeras carreras, ha disminuido considerablemente, una bajada que no sólo ha sido cuantitativa, sino también cualitativa. Aquella primera Semana Santa de este siglo dejó al descubierto la vulnerabilidad de una jornada cogida con alfileres. El hecho de que la investigación abierta poco después se cerrase sin culpables demostró lo fácil que es atacar el corazón de la fiesta y salir indemne de ello, de ahí que ahora, desde distintas instancias cofradieras y civiles, se exija que la Justicia sea contundente con los culpables de lo vivido hace poco más de 48 horas.
Las carreras de 2000 tuvieron réplicas en 2005, 2009, 2015 y por último, en 2017, que tristemente ha afectado a todas las cofradías, como el primer año. La mayoría de ellas guardan relación respecto a las zonas donde se originan los conflictos que desencadenan estampidas. A ello hay que añadir un agravante más: el uso negligente de las redes sociales, que en muchas ocasiones transmiten más alarma que información con la difusión de bulos y noticias falsas. También se suma la decadencia sufrida por la Semana Santa en estos 17 años. Un público cada vez más irrespetuoso y que convierte las calles de la ciudad en auténticos comederos al paso de las cofradías. Ya no sólo se ven las famosas sillitas de los chinos, sino hasta mesas de camping con neveras para esperar la llegada de los pasos. La chabacanización de la fiesta a la que tanto se le ha hecho la vista gorda. Una tendencia que, como apuntan varios expertos, no es más que el reflejo de la sociedad actual, herida por una abrumadora falta de valores y educación.
La Madrugada de 2000 también sirvió de apertura de los informativos nacionales. Las imágenes de la sillas destrozadas en la calle Sierpes al paso de los nazarenos de la Esperanza de Triana dieron la vuelta al mundo. Todo ocurrió entre las 5:30 y las 6:00. Un intervalo de tiempo en el que todas las cofradías de las jornada se encontraban en un perímetro que rodea a la carrera oficial. El Cristo de las Tres Caídas acababa de pasar por la Campana. La Macarena discurría desde la Catedral a Cuna. El Calvario lo hacía por la carrera oficial. El palio del Silencio estaba arriado en Alfonso XII, a la espera de entrar en San Antonio Abad. El Gran Poder, por el Museo. Y los Gitanos, comprimida -como es costumbre- entre Javier Lasso de la Vega y la Plaza del Duque. Todo hace pensar que la primera estampida se originase en dicho enclave. Quienes la provocaron lograron extender el pánico a la carrera oficial. Conseguido dicho objetivo, todo lo demás quedaba a su merced. La avalancha se multiplicó en las calles por las que había cofradías. Se produjeron carreras casi simultáneas en Gravina, Sor Ángela de la Cruz, Cuna, Laraña y San Eloy, vías que conducen directa o indirectamente a la Campana, el centro de la noche.
El miedo corría tan veloz como los rumores sobre su origen: un hombre pegando tiros, un toro que se había escapado de la Maestranza, la rotura de una tubería, una explosión de gas, un juego de rol que imitaba a la película Nadie conoce a nadie e incluso una protesta policial encubierta que se le fue de las manos a sus promotores. Lo cierto es que 17 años después de aquello -que provocó 200 heridos- aún no hay responsables directos. La Fiscalía admitió su impotencia al no poder interponer denuncia alguna sobre lo sucedido. Se cerró el caso sin culpables. Un precedente que dejó al descubierto la fragilidad no sólo de la Madrugada, sino de toda la Semana Santa.
El tópico de la ciudad que sabía moverse en la bulla había quedado desterrado. Al año siguiente se creó el Cecop, la mesa de coordinación para la seguridad en determinadas eventos de masa. Empezaron entonces a llegar las vallas, las zonas aforadas y a dotar de una mayor presencia policial la ciudad durante los días santos. Medidas que, sin embargo, a la vista de lo ocurrido, han resultado insuficientes para evitar nuevas estampidas, aunque, eso sí, al menos han logrado que se llegara a males mayores.
El segundo caso de incidentes en la Madrugada se produjo en 2005. Sólo afectó al Gran Poder mientras discurría por la calle que lleva su nombre. El foco del conflicto se produjo en la Gavidia, plaza que décadas atrás era zona de concentración de jóvenes para celebrar botellonas. Hubo estampida de público sin que se registrasen heridos. A este incidente hay que añadir un hecho que resulta cuanto menos curioso por las fuertes medidas de seguridad establecidas: un coche irrumpió en la Plaza del Duque, cortada al tráfico. Sus ocupantes eran lituanos y se encontraban ebrios.
La tercera Madrugada conflictiva se produjo en 2009. Este año las principales perjudicadas por las avalanchas fueron el Calvario y la Esperanza de Triana. El eje comprendido entre Reyes Católicos, San Pablo, la Plaza de la Magdalena y Rioja volvió a ser el origen. Se contabilizaron tres avalanchas de público entre las 3:00 y las 4:00. La primera tuvo lugar en la confluencia de la calle Murillo con San Pablo. La Virgen de la Presentación acababa de pasar por allí cuando ya llegaba la cruz de guía de la Esperanza de Triana. La segunda, en la intersección de Reyes Católicos con Julio César. La avalancha alcanzó el puente de Triana. La última, en O'Donnell, con el palio de la Virgen de la Esperanza a punto de entrar en la carrera oficial.
Éstas fueron tres Madrugadas vividas bajo los mandatos de Monteseirín. Zoido tampoco se libró de sufrir una noche de pánico en las calles. Fue en el último año de su gobierno, a poco más de dos meses de citarse con las urnas. En 2015 el tramo donde se originaron las carreras fue el comprendido entre la Plaza de la Encarnación y la de Villasís, con repercusión en Cuna y Javier Lasso de la Vega. Los cortejos penitenciales del Silencio y los Gitanos sufrieron sus consecuencias. La Madrugada de las cruces rotas. El origen se encontraba en una pelea en las setas, que esa noche habían quedado abiertas al público y que se habían convertido en un botellódromo al paso de las cofradías. Las quejas de las hermandades afectadas y la presión de este medio de comunicación -el primero en informar de los incidentes- puso de manifiesto que la Policía Local sólo había destinado 22 agentes para dicha jornada (concentrados la mayoría en la carrera oficial), lo que evidencia una peligrosa relajación para la noche en la que deben extremarse todas las medidas de seguridad. Conviene recordar aquí que la labor del Cecop -creación del gobierno de Monteseirín- durante el mandato de Zoido se vio bastante reducida. Esa Madrugada, además, se produjeron otros incidentes, como un escape de gas en la calle Feria que obligó a cambiar el recorrido de la Macarena y a comprimir buena parte de sus casi 3.000 nazarenos en la calle Cuna.
La de 2016, la primera Madrugada de Espadas, transcurrió con total tranquilidad, y ello pese a los pequeños cambios introducidos en la jornada para intentar mejorar su organización. Pocos pensaban que los incidentes volverían a repetirse pronto. Menos aún en una Semana Santa en la que desde el primer día amplios sectores de la sociedad sevillana han criticado el excesivo celo del Ayuntamiento en la seguridad con el aforamiento de numerosas zonas del casco antiguo al paso de las cofradías. El más llamativo, sin duda, fue el de la calle Alcázares, restringida al público cuando transitaba por ella la Amargura, lo que provocó que la corporación del Domingo de Ramos enviara un comunicado criticando dicha medida.
En la de este año todas las cofradías se han visto afectadas por los ataques de histeria colectiva. Las zonas de conflicto vuelven a ser los dos ejes principales -con sus respectivas calles adyacentes- que conducen a la carrera oficial: Imagen-Plaza de la Encarnación-Laraña (con ramificaciones hacia la Plaza del Salvador, Cuna y Javier Lasso de la Vega hasta llegar al Duque) y la conformada desde el puente de Triana hasta la calle Rioja (con afección a Bailén y Marqués de Paradas). Esta noche es la que más se asimila a la de 2000. Un centenar de heridos en las avalanchas. Uno de ellos ingresó grave en la UCI con traumatismo cranoencefálico. Al menos, esta vez, sí ha habido detenidos, ocho. De ellos, cinco ya están en libertad con cargos. Tal fue el clima de tensión que se padeció que hubo una cofradía que se planteó suspender la estación de penitencia cuando ya estaba en la calle.
A diferencia de los sucesos de 2000, en esta ocasión la información facilitada por los servicios municipales ha sido prácticamente inmediata y con el objetivo de no provocar alarma. Nada que ver con lo ocurrido en 2015, cuando desde el Ayuntamiento se le restó cualquier importancia a las avalanchas de público. Eso sí, también se ha demostrado que un mal uso de las redes sociales puede originar mayor pánico que el que de por sí ya crean las carreras.
Dejando a un lado los números y coincidencias hay algo claro en todas esta noches en las que reinó el pánico. La Madrugada se ha vuelto vulnerable. Cualquier chasquido da al traste con ella. Los planes de seguridad permiten que sus consecuencias no vayan a mayores, pero poco han podido hacer para evitar que se repitan. Un sencillo instrumento, como la estructura metálica de una sillita de los chinos, sirve para sembrar el miedo en las calles.
Al margen, existe un problema de calado: los valores que han de enseñarse en la familia y en la escuela. Prueba de esta falta de respeto es lo que sucede en Semana Santa, una fiesta en la que el público viene a consumir cofradías, no a verlas ni a sentirlas, y sin importar las formas en las que lo hacen. En estos 17 años el ambiente de estos días es cada vez más decadente. Un declive que no parece tener freno. La Madrugada, quizá, sea su mayor reflejo.
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