El misterio de la Piedad: historia de un icono para el Arenal
Reportaje
La advocación de la Piedad ha estado presente en esta cofradía prácticamente desde su génesis
Las imágenes actuales fueron bendecidas en los años cuarenta y cincuenta
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La ciudad, entonces, nunca volvería a ser tan próspera y fecunda, tan soñada y tan preclara, pero consiguió sobrevivir. La terrible epidemia de peste de 1649 se cobró la vida de casi la mitad de la población hispalense, asestando un duro golpe a todos los niveles: demografía, política, sociedad, economía... Cientos de cuerpos hubieron de ser depositados en improvisados camposantos o fosas más allá de las murallas que cercaban el casco viejo para evitar la propagación de la enfermedad y, por supuesto, ofrecer sepultura a los casi sesenta mil fallecidos. Uno de aquellos lugares dispuestos por las autoridades resultó enclavarse en una elevación del barrio del Arenal, llamado popularmente Baratillo o, incluso, "Malbaratillo", que tiempo atrás se configuró como un espacio de mercadeo alejado de cualquier supervisión fiscal y de dudosa reputación.
En aquel monte se citaban contrabandistas, rateros, trajinantes y demás oficios deshonrosos para intercambiar productos previamente robados y sustraídos por pícaros y rufianes. Durante la epidemia, este altozano con vistas al río se convirtió en depositario de aquellos cuerpos víctimas de la infección y, a modo de recuerdo y memoria, se instaló improvisadamente -como en otros muchos puntos de la ciudad- una cruz de forja o cerrajería sobre una breve peana. En torno a dicha cruz se congregaban los vecinos del Baratillo para orar por los difuntos de la peste instalando velas y colocando flores. De este modo surge, con una raíz eminentemente popular, la cofradía que hoy día marcha a la Catedral cada Miércoles Santo con más de dos mil nazarenos y afronta uno de los instantes más hermosos de su historia.
Naturalmente, la travesía no ha resultado ser sencilla. A finales del citado siglo XVII, en vistas del crecimiento de la devoción que adquirió dicha cruz, un grupo de devotos decidió organizarse para rendir culto firme y regulado. Fue en mayo de 1693 cuando la autoridad eclesiástica otorga reconocimiento canónico a esta corporación de fieles, denominada Santa Cruz del Baratillo, ofreciéndoseles como sede el antiguo convento de San Francisco. Sin embargo, la inquietud y la actividad de estos hermanos propició que apenas unos años más tarde, en 1696, terminasen por labrar una capilla propia en el lugar donde se levantaba dicha cruz milagrera, que hoy día remata el crucero de la misma. Aquella coqueta iglesia, en cuyo altar mayor se dispuso un lienzo en el que aparece Cristo muerto en el regazo de su madre al pie de la cruz en el Monte Calvario, recibió la advocación de la Piedad.
Esta advocación, la de la Piedad, comenzó a extenderse en occidente gracias a los monasterios cluniacienses, quienes impulsaron su devoción instaurando incluso una liturgia propia con este tema como eje central. Precisamente, a partir de la segunda mitad del siglo XIII y fruto de las oleadas de peste, numerosas corporaciones tomaron esta advocación para sus congregaciones recientemente instituidas. Es en este momento cuando, iconográficamente, se desarrolla este concepto y se materializa: la Virgen María con Cristo muerto en su regazo, lacerada por el dolor. Pintura, escultura... España recepcionó el tema de la Piedad en el siglo XIV, al calor de sus máximos exponentes: Italia, Alemania y Francia.
Será Miguel Ángel quien concluya, rayano en la excelencia, el modelo iconográfico con su Piedad vaticana, en el marco del Renacimiento y la influencia del Concilio de Trento, que propulsó el carácter piadoso de María durante la pasión y su presencia hasta en el instante mismo de la muerte, una vez acabado el tormento. La Piedad se propagó de manera vertiginosa por monasterios y conventos y, por supuesto, en el arte, debido a su alta carga de conexión con los fieles, que veían en los conjuntos escultóricos un símbolo humano dentro de la propia divinidad que representaba.
La consagración
Aquella cofradía del Baratillo, tras una etapa de penurias y dificultades -apenas mantuvo su existencia practicando rosarios públicos por el barrio durante el siglo XVIII y habiendo sufrido otros contratiempos como el terremoto de Lisboa- logra reorganizarse a finales del siglo XIX gracias al impulso de trece vecinos del barrio, encabezados por un tal Andrés Díez y Cervera. En mayo de 1893, el cardenal Sanz y Forés, en vista del entusiasmo de los muchachos, accede a la restitución de su actividad cultual y, a base de esfuerzo, se logra recuperar y restaurar la capilla (al borde de la ruina tras décadas de abandono) y vuelven a rendir culto a las imágenes. Existe constancia documental de una imagen dolorosa en 1805, tallada presumiblemente en la primera mitad del XVIII, atribuida a la gubia de Duque Cornejo y que pudo ser la que protagonizó la primera salida procesional de la cofradía el Miércoles Santo de 1905, hecho a todas luces constatado. Acompañaba a la Virgen una imagen del Cristo de la Misericordia, tallado por Emilio Pizarro en 1904, quien se encargó asimismo de restaurar a la Virgen. El Santo Entierro cedió el paso de la Santa Cruz para su estación de penitencia.
La cofradía terminó de recomponerse definitivamente y terminó de asentar los cimientos de un futuro próspero. Pasada la guerra, bendecida ya la Virgen de la Caridad y estando la cofradía regida por una junta de gestión -que fue fundamental para su porvenir- en agosto de 1944 se acordó encargar a Manuel José Rodríguez Fernández-Andes una nueva talla dolorosa para la Piedad, debido al mal estado de conservación de la anterior, que hoy día es custodiada en la parroquia de San Bartolomé de Villalba del Alcor. El 1 de septiembre de dicho año, Francisco Gil presentó el boceto de la nueva imagen, acordándose por unanimidad de todos los presentes. Fue bendecida en febrero de 1945, en una misa presidida por José Sebastián y Bandarán, Capellán Real. Pronto sembró una inusitada devoción que hoy día se prolonga y mantiene.
Unos años más tarde, debido a la rigidez y simetría de la imagen del yacente y su compleja anatomía, el escultor sanroqueño Luis Ortega Bru, a sus treinta y cuatro años, ejecuta la que será su primera imagen procesional para la Semana Santa sevillana: el actual Cristo de la Misericordia. El autor había realizado previamente un boceto en los salones de la Jefatura de la Región Aérea del Estrecho, colindante con la parroquia de San Vicente. Tanto agradó a la junta gestora que en cuestión de instantes comenzó a tallarla en el taller de Manuel Calvo. La imagen fue bendecida en la tarde del 29 de enero de 1951 por el cardenal Pedro Segura y Sáez en la capilla de la Piedad.
El resto, prácticamente, es historia viva, e historia aún por escribir. Por eso, este próximo sábado, cuando la Virgen de la Piedad sea canónicamente coronada, asistiremos a un acontecimiento de calado incalculable no solo para una hermandad, sino para todo un barrio. De aquella cruz levantada sobre la muerte a la cruz que nos espera. Por eso el 14 de septiembre. Por eso el día de la cruz. Aquella por la que asomarán en torno al mediodía los cientos de fieles que creyeron en su cofradía y que durmieron en el regazo de los tiempos para mirar, definitivamente, a los ojos de la Piedad en la misericordia del buen Baratillo.
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