La mejor versión del tópico
Jueves santo
El clima regala a la ciudad un día perfecto que permite al público disfrutar de la calle · Gran jornada para los detalles más clásicos de una semana cuyo final tiene garantizado el cielo sin nubes negras.
LAS plazas son como una sala de estar las tardes de Semana Santa. Máxime si el sol brilla como en la mejor versión del tópico. Tarde de Jueves bañada, literalmente bañada, por un sol suave, suficiente para realzar el brillo del palio de los Ángeles sin molestar con calores no deseadas. La Plaza de la Encarnación al paso del Cristo de la Fundación es una gran reunión familiar. Los niños juegan a subir y a bajar de las extrañas fuentes, los mayores sacan refrescos de los bares -con o sin aliño, según los casos- y los visitantes que acuden a la llamada de la Madrugada navegan sin rumbo buscando las "basílicas". Las plazas habitables, como gusta decir a la clase política, permiten una Semana Santa sostenible: cada cuál se dedica a lo suyo con mayor o menor interés por cuanto acontece, que escrito está que para gran parte del gentío se trata de estar, simplemente de estar. En la Alfalfa los niños juegan pese a que el pequeño parque de atracciones está vedado estos días. El café se cobra a 1,50 euros. Será por aquello del día del amor fraterno y todos tenemos cara de turista chino. En la Pila del Pato ha reaparecido la fuente, pero la parte de la piscina es de nueva talla. Hay que anotar este estreno en el catálogo de la Semana Santa y el urbanismo. Hay dos tardes de Jueves Santo. La de las plazas y la de los sagrarios. Paradójicamente, cuando están en la calle algunas de las mejores cofradías de toda la Semana Santa, hay mucho cofrade escondido en la intimidad de los oficios de los conventos. Pruebe usted a abrir la puerta de San Leandro (Os doy un mandato nuevo, que os améis como yo os he amado) y comprobará que no sólo de cofradías vive el hombre ni ha de vivir, que sigue habiendo sevillanas que visten la mantilla para lo que está concedida: asistir a los oficios, pues la mantilla es el traje de luto y gala de la sevillana por excelencia. Ese otro Jueves Santo, de intramuros, merece la pena ser vivido, ya sea en San Leandro, en Madre de Dios o en barrios como el de San Bernardo al humo de las velas del dilatado miércoles.
Refugiarse en los oficios, vivir en directo la liturgia del día, supone una renuncia. Pero es que la Semana Santa tiene mucho de apuesta y renuncia. O deja elevarse el espíritu con el cántico de las monjas que hacen las yemas, o presencia el cañón de luz que saluda a la Virgen de los Ángeles -la de los tulipanes abiertos- por Javier Lasso de la Vega. Abarcarlo todo es imposible. El intento sólo conduce a la frustración. La Semana Santa es una película que se rueda simultáneamente en distintos sitios. Y sólo hay un pase. O se está en un sitio, o en otro, por más que en días redondos como el de ayer den ganas de aprehenderlo todo.
Resulta curioso disfrutar de la Semana Santa de las caras de determinados personajes secundarios. Uno no debe perderse la cara del personaje que mira al Herodes de la Amargura con una sonrisa terrible y servil para con el poder. Ni debe pasar por alto el rostro del sayón adelantado que tira de la cruz en el misterio de la Exaltación. La fuerza expresiva de ese rostro merece un cangrejeo discreto en cualquier lugar del recorrido. Puro Jueves Santo.
tulipanes del jueves
Lograr innovar, sorprender y buscar la originalidad cuando se trata de una cofradía clásica es una empresa harto complicada, pues el sello obtenido con los siglos limita mucho las posibilidades. Aún así, hay una cofradía que en los últimos años está demostrando cómo sorprender con el exorno floral de sus pasos. No sólo lució tulipanes el paso de palio. El Cristo de la Fundación los llevó morados complementados con rosas moradas y espinas. Una preciosidad. Como también resultó de gran belleza la contemplación del paso restaurado de la Quinta Angustia con claveles rojos. La cofradía de la Magdalena llevó un cuerpo de veinte monaguillos y un cortejo del preste muy meritorio con una liturgia perfecta de dalmáticas. Se sigue echando en falta el cimbreo de la imagen del Señor, aunque doctores tiene la Iglesia. Y la Quinta tiene los suyos. Faltaría más.
El mejor Jueves Santo de los últimos tiempos sirve de desagravio tras la ola de mal gusto que invade la calle el Domingo de Ramos y -también hay que decirlo- como reparación por el mal ambiente que acompaña a algunas cofradías a su regreso, como ocurrió una vez más con la de los Panaderos, que en algunos tramos de su recorrido no se ve arropada precisamente por un público capillita.
Cuando salen Pasión y el Valle, la ciudad adquiere ese sonido, ese runrún de víspera grandiosa e inminente cuya música es el cántico de los motetes recuperados de la Quinta. El de ayer fue el Jueves Santo soñado, anticipo de una Madrugada de expectación.
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