Marchena y la Soledad: el tributo a los siglos por una coronación
Crónica
La imagen estuvo más de dieciséis horas en la calle acompañada por decenas de devotos
Saiz Meneses presidió la ceremonia pontifical en la Plaza Ducal de la villa
El Museo aprueba la salida extraordinaria por el 450 aniversario en 2025
Entró tal y como salió: de día, con la luz del sol desparramándose por las viejas alturas del Palacio y las grietas que el tiempo maduraron en sus pieles. Sin embargo, parecía -parece- que por su rostro apenas han trazado mella los siglos. En concreto, cuatrocientos cincuenta años. Felipe II reinaba en España,, no se ponía el sol en el imperio y hacía apenas veinte años que había fallecido Juana I. Por aquel entonces llegó a Marchena la Virgen de la Soledad, a todas luces la dolorosa más antigua de Andalucía ateniéndonos a la constancia documental. Por contextualizar.
De las hermosas fachadas de la villa pendían infinidad de colgaduras y gallardetes, y los amplios ventanales con enrejados hasta el ras del asfalto, tan típico y tan propio, devolvían un ambiente familiar y cercano. Generaciones y generaciones de marcheneros han rezado, cantado y acompañado a la Virgen de la Soledad, que para fortuna de nuestra fiesta mantiene intacta su personalidad y su estética. Allí enmarcada en la Plaza Ducal, en el corazón del sinuoso y encalado recinto amurallado, se nos revelaba un fotograma casi que de otra era, ajeno a nuestros ojos cada vez más homogéneos y faltos de sorpresa. En torno a las ocho y media de la tarde, Saiz Meneses, el arzobispo de Sevilla, colocaba sobre las sienes de esta enigmática y profundísima imagen la extraordinaria corona que sencillamente ratificaba la viva historia de toda una ciudad, una joya de nuestra provincia.
A un espacio idílico, sembrado de mantillas negras y ceremoniales impolutos, se le añadió un atardecer de esos que se recuerdan para siempre. Un cielo completamente incendiado, sin color definido: malva anaranjado, lilas carbonizados, rosas frutales... Un compendio cromático de compleja descripción que se ciñó en la plata de su palio -¡qué prodigio!- hasta que terminó por anochecer. Un castillo de fuegos artificiales, pasadas las diez de la noche, bramaban a los cielos de Marchena el inicio de la procesión triunfal, que mantuvo las representaciones hasta la una para posteriormente entregarse por completo a su concepción más primigenia y auténtica: la muchedumbre, el gentío.
Como ocasión extraordinaria que resultaba, se contempló a una Soledad absolutamente diferente a la tarde-noche del Sábado Santo. Lluvias de flores, platillos, cantes, guitarras, aplausos... Pero siempre en la mesura que imprime este nombre, esta advocación de tan profundo arraigo. En las casas, abiertas de par en par, familias al completo reunidas al paso de la comitiva. De vez en cuando se antoja no solo recomendable, si no de obligado cumplimiento, detenerse a saborear este costumbrismo alejado de imposturas, de forzadas expresiones, que nos reconcilian y nos reflejan aquella religiosidad que, a veces, anhelamos en otros puntos, entre ellos, la capital.
Bien entrada la madrugada, las manecillas de los relojes detuvieron su trazado circular y todo tiempo se medía en aquellas medias lunas que pendían del techo de palio, tan amigo en los grabados decimonónicos que todos conocemos y que allí se nos manifestaba, vivo y vibrante, para nuestro mayor regocijo. El discurrir por las callejas blancas, cuyas cinturas se estrechaban en el cuerpo pétreo de los balcones nobiliarios, se configuraba como un trasvase temporal cuyo eje era la Virgen de la Soledad, que en ocasiones parecía la Madre de Dios, y en otras, una deidad de otras civilizaciones, un mayúsculo imán identitario sobre el que giraban los hombres y las cosas.
La música y un acuerdo
La madrugada se tornó en aurora, y el aurora en alba. Por entonces, y tras saludar a la hermandad de la Vera Cruz, se retiró la Banda de la Cruz Roja de Sevilla, protagonista del acompañamiento musical hasta el momento con un repertorio heterogéneo, clásico y alegre a partes iguales, con momentos de solemnidad como Sevilla Cofradiera o Procesión de Semana Santa en Sevilla. Para aclarar posibles dudas y debates, y atendiendo amablemente la llamada de este periódico, José Ignacio Cansino, director, nos comenta que "el contrato estaba firmado hasta las seis de la mañana, con posibilidad de algún tiempo de demora. A las 7:15 se comunicó la posibilidad de retirarnos y nos solicitaron estar hasta el saludo a la Vera Cruz. A esa hora, a las 8:15, nos marchamos y la hermandad lo comprendió perfectamente, y todo se gestó y se trató de mutuo acuerdo, con cordialidad y mucho afecto".
Además, y para mayor comprensión de cara al cofrade neófito en clave provincial, también en Semana Santa se retira la formación musical en el tramo final del recorrido, en el entorno del llamado "Tiro de Santa María", es decir, el camino que lleva hasta su sede canónica y que, antaño, comunicaba con el alcázar de la ciudad musulmana. Esta circunstancia se motiva por una sencilla razón: es en este momento cuando se suceden, de manera continuada e ininterrumpida, las famosas saetas carceleras o "moleeras", con letras desgarradoras y una tonalidad diferente a la que conocemos por seguidiillas. Son las saetas con la que los marcheneros despiden a su madre y que guardan, incluso, una explicación popular singular. La iglesia de Santa María se halla en el interior del complejo ducal, por lo que tanto la imagen como el templo eran propiedad del ducado de Arcos. De este modo, los vecinos de la villa, que solo podían ver a la Virgen de Viernes Santo en Viernes Santo, prorrumpían en saetas para evitar que el paso avanzase, y así, sencillamente, tenerla con ellos algo más de tiempo. En la actualidad, esta tradición se mantiene y perfectamente transcurren entre dos y tres horas desde que se retira la formación musical y entra el paso.
Con la candelería completamente gastada, los cuerpos maltrechos pero felices y con el zumbido de las saetas en el aire, entró de nuevo la Soledad en Santa María, tras más de dieciséis horas en la calle. Son los tiempos de los eventos extraordinarios. La plenitud, el gozo, la dicha plena. Qué menos para la Soledad, para la devoción mariana de todo un pueblo. Qué es un amanecer para cuatro siglos y medio de historia.
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