Las mantillas de Enrique Valdivieso

Contrapunto

Las mujeres con mantilla son el último atisbo de costumbrismo sevillano, un estilo pictórico al que este profesor, vecino de la hermandad de Santa Cruz, dedicó su último libro

Mujeres con mantilla, ayer Jueves Santo en la Basílica de la Macarena.
Mujeres con mantilla, ayer Jueves Santo en la Basílica de la Macarena. / Juan Carlos Vázquez Osuna

Con Enrique Valdivieso (1943-2025) hice muchas historias, fue un excelente cómplice para diferentes ocurrencias periodísticas: en un paseo por su zona de la ciudad favorita, recorrimos la antigua Judería; lo senté en el banco de Valladolid de la Plaza de España para recordar sus dos llegadas a Sevilla, en 1963 como estudiante; en 1976, ya como profesor, a una Universidad con un claustro en el que estaban gigantes como Presedo, gallego de La Coruña, o Carriazo, galduriense, que es el gentilicio de los nacidos en Jódar (Jaén). También una vez que estaba recién llegado de un viaje a París, donde vive una de sus hijas, disfrutó de lo lindo recorriendo la barriada Murillo del Polígono Sur en el cuarto centenario del nacimiento del pintor del que fue una eminencia mundial. Hemos hablado de fútbol, de Barroco, de Colón, de las cosas de su querido Fernando Gabardón. Pero me he quedado con las ganas de vivir una Semana Santa con Enrique Valdivieso. El vecino de Mateos Gago y de la hermandad de Santa Cruz, una de las que salió el Martes Santo.

“Ninguna ciudad de España ha sido plasmada con tanta belleza como Sevilla”. Lo dijo cuando la primera semana de noviembre del año pasado presentó en la Caja Rural del Sur un libro con más de ochocientas imágenes de la pintura costumbrista sevillana de finales del XIX y comienzos del XX. No era la especialidad de Valdivieso, pero casi nada artístico le era ajeno.

Digo lo de la Semana Santa porque esta manifestación de religiosidad popular es la explosión del Barroco en las calles de la ciudad. Qué lujo sería deconstruir, perdón por el palabro de cocinero, esas imágenes que relatan la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Lo sabía todo de Murillo, bautizado en la Magdalena, junto a San Pablo, que de perseguidor, usando el título del relato que Cortázar le dedicó al saxofonista Charlie Parker, pasó a perseguido. O de Velázquez, bautizado en San Pedro, el de las negaciones, cuyo Cristo inmortalizado en el poema de Unamuno no tiene nada que ver con el Cristo de Burgos que esculpió Alonso Vázquez el Viejo.

El Jueves Santo nos regala las últimas imágenes del costumbrismo sevillano. Salvo cuando cogen el móvil, nada supera la fuerza icónica de una mujer con mantilla. La primera que vi ayer, seria, luminosa, coherente con la fiesta y el luto, fue la joven María de la Portilla. Como las que en la Sevilla de los años ochenta retrataron los fotógrafos Paco y Juan Carlos Cazalla en el libro Asuntos Internos, con un prólogo de Félix Machuca que tres décadas después conserva su sello y su vigencia; o Atín Aya en Sevillanos, esa galería de personajes con textos de Marie-Loupe Sougez y Nicolás Salas.

Cuando presentó su libro sobre la pintura costumbrista, Valdivieso acababa de recibir el premio Archivo Hispalense por su trabajo El despojo pictórico sevillano en el siglo XIX: de la invasión francesa a la desamortización de Mendizábal. El siglo XXI tiene las mismas siglas cambiadas que el XIX y conoce una nueva invasión que denunciaba Valdivieso: la de la indiferencia, la indolencia y la incuria.

Ese libro es una pinacoteca andante por la que pasean obras de García Ramos, Gonzalo Bilbao, Virginio Mattoni, Eduardo Cano, Jiménez Aranda, Joaquín Turina el pintor, padre del músico del mismo nombre, Sánchez Perrier o el autor de un cuadro que descubrió en el comedor de una casa de Carmona en el que aparece el cadáver de Miguel Mañara con Murillo y Valdés Leal en el duelo, una obra que algún día le gustaría ver colgada en el hospital de la Caridad. Mi crónica, con una fotografía de Beatriz Valdivieso, una de sus tres hijas, se ilustró con un cuadro de Miguel García Rodríguez que mostraba la Alameda de Hércules inundada. “Yo vendería mi casa por conseguir esta pintura”, decía Valdivieso. Ojalá y la hubiera vendido al día siguiente. Una Alameda por la que vimos el Miércoles Santo los pasos del Carmen Doloroso y nazarenos de la Lanzada camino de San Martín.

He recordado una fotografía que podría figurar en un epílogo moderno del libro de Valdivieso. Tres muchachas de mantilla en la Sevilla de los primeros años ochenta. Aunque no estaba en la foto, la recuerda Marta Odriozola, compañera de quienes sí estaban, Cruz Losada y Victoria Aumesquet. Las tres tenían en común una relación muy curiosa con el magisterio de Enrique Valdivieso. “No éramos alumnas suyas, pero íbamos a su clase. Él daba Historia del Arte 1 y 2 y sus clases eran un espectáculo de puro gozo. En la Sevilla de aquella época bastante estrecha, tirando a casposa”. Recuerda al Valdivieso que al margen de su cometido académico, les hablaba de la pintura de Georges Braque cuando se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo. “Igual que a Vallespí, el catedrático de Prehistoria, lo llevábamos al bar de Las Teresas, en el barrio de Santa Cruz, con Valdivieso coincidíamos muchas veces en el bar de la Moneda”. Donde el encargado, Antonio Romero, era primo hermano de Curro, del que tenía alguna fotografía en este santuario del tanque de cerveza.

Además de Victoria y Cruz, también iba de mantilla Laura, una norteamericana pelirroja que estaba en Sevilla estudiando Antropología. Su madre era la directora del Museo de Arte Contemporáneo de Boston y ella se ganaba unas pesetas dando clases particulares de inglés mientras recibía estas nociones de ‘sevillano’. Todo eso debió ser en los primeros años de la década de los ochenta, porque el 27 de mayo de 1981 vimos en casa de Marta la final de la Copa de Europa que el Madrid perdió en París con el Liverpool. Cruz Losada, gallega de Lugo, volvió a su tierra, donde falleció demasiado pronto. Teodoro Falcón, compañero de promoción de Enrique Valdivieso, le dirigió su tesis doctoral sobre las gárgolas de la Catedral de Sevilla.

Por todos sitios encuentras antiguos alumnos de Enrique Valdivieso: lo fue Fátima Rosado de Rueda, a la que le presentó su libro sobre El Rinconcillo. El Martes Santo fuimos a la lavandería de la calle Jesús del Gran Poder y hubo una doble presencia de Valdivieso. Vimos pasar por la calle a José Manuel Adame, capiller de la iglesia de San Vicente, cuya historia se conoce al dedillo, antiguo alumno del catedrático. En la lavandería estaba Alfredo J. Morales, catedrático emérito de Historia del Arte. Vive en la plaza del Museo y aunque el Museo no salió el Lunes Santo por la lluvia, la casa se le llenó de gente y el Sábado de Pasión se le había estropeado la lavadora. Participó en el homenaje que su Facultad le hizo a Valdivieso. “Queríamos haberlo hecho en el Aula 16, que era donde él daba clase, pero era jornada lectiva y lo hicimos en el Aula Diego Angulo”. El experto en Murillo, hijo de uno de los raros de la Galería de Ramón Carande, otro de los agitadores del primer lustro de aquella década, pese a su condición de nonagenario.

Con Valdivieso, el profesor Morales participó en numerosos proyectos. Son dos de los cuatro autores de la monumental Guía Artística de Sevilla y Provincia que editó la Diputación. Los otros dos son Juan Miguel Serrera y María Jesús Sanz. Morales y Valdivieso publicaron en 1981 Sevilla Oculta, una inmersión en los tesoros de los conventos de clausura de la diócesis. “Enrique tenía una cosa que no es nada común. No sólo atraía por sus clases a los alumnos, sino que estos cuando terminaban la carrera lo seguían por todas partes, como sus discípulos”. De las rarezas de Valdivieso, Morales ha intentado sin éxito conocer el nombre del programa de boleros que hacía en Radio Sevilla con María Esperanza Sánchez. Un historiador de Valladolid y una periodista de Salamanca. Ancha es Castilla… Y de su afición balompédica, su pasión por el equipo de su ciudad natal, al que dedicó un libro de los cromos de su infancia, Morales se quedó sorprendido cuando recibió por Whatsapp un mensaje del presidente del Valladolid (sería Ronaldo Nazario de Lima, campeón del mundo con Brasil, pichichi con el Barcelona y con el Madrid) para que transmitiera a la familia de Enrique las condolencias del club. Desde que murió el 2 de febrero, el Valladolid no ha vuelto a ganar un partido. Una baja sensible, que se dice en el argot balompédico.

Una Semana Santa con Enrique Valdivieso. Y un estudio comparativo con la de Valladolid. Dos asignaturas pendientes en la semana más barroca de la ciudad, antes de que con la Feria llegue el Renacimiento de Ybarra y Bonaplata.

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