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La mañana del Jueves Santo: colas de espera en tiempos de prisa

El Jubileo de la Pestaña

Vuelve la bulla a los templos donde salen las cofradías de la Madrugada

Son las horas previas a tres jornadas santas que se hilvanan en un solo día

Comer en Semana Santa: la penitencia del montadito

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Ambiente en la Basílica del Gran Poder en la mañana del Jueves Santo. / Juan Carlos Vázquez

El reloj del teléfono móvil marca las 10:25 del Jueves Santo. La cola para ver los pasos de la Esperanza de Triana llega hasta la mitad de la calle Pureza. Justo debajo del balcón del Mora, el frutero del antiguo arrabal por cuya garganta salen los piropos más originales a la Virgen castiza de sus amores. En el barrio se vive la víspera inmediata a la noche más bella, antagónica (ya no tanto) a la de las 12 campanadas. Ésa en la que nos tomamos las uvas hace tres meses y seis días. Fue con la que inauguramos este 2023, cuya cuaresma nos ha traído dos personajes apócrifos con ríos de tinta en los periódicos: Ramón Tamames y Ana Obregón, la famosa presentadora de televisión que en siete días -la vida, como dijo Joaquín Caro Romero, es una semana- ha pasado de ser madre a abuela. Misterios de la ciencia y del Hola, la biblia del cotilleo patrio.

Perdonen la divagación. Sigo metido en la cola de Pureza. Allí está el que esto escribe, esperando a entrar en la Capilla de los Marineros, cuando un sonoro estornudo siento en mi espalda. Por un momento temo que algún esputo ajeno se haya estampado en mi chaqueta azul (la segunda piel del cofrade ortodoxo). La incidencia se queda sólo en un susto y es el inicio de una amena conversación con la que se hace liviana la espera y, de paso, me deja escrita media crónica.

Resulta que el señor del estornudo se llama Julián y viene acompañado por su esposa Carmen, quien antes de presentarse me pregunta si el que pasa en esos momentos por mitad de Pureza es el torero Fran Rivera. Tras corrobárselo con un gesto (reconozco que, de entrada, soy bastante malaje) el matrimonio se da a conocer. Me cuentan que vienen de Menorca y que les ha costado la misma vida llegar a Sevilla. Han tenido que hacer un puente aéreo desde la isla a Madrid y desde la capital de España a la de Andalucía. Para volver este Viernes Santo por la tarde harán lo mismo, pero con escala en Barcelona. "No hay vuelo directo hasta mayo", explica Carmen (cuyo apellido desconozco), quien asegura que quedaban muy pocos asientos del avión libre. Ejemplo de turistificación (palabro que difícilmente se escribe bien a la primera).

En la calle Pureza

Colas para entrar en la Capilla de los Marineros este Jueves Santo. / Juan Carlos Vázquez

Es la segunda vez que el matrimonio viaja a Sevilla en Semana Santa. Se estrenaron en 2022. En aquella ocasión, como ahora, sólo vieron cofradías desde el Miércoles Santo hasta la tarde del viernes. Quedaron tan "seducidos" por lo que contemplaron, que han decidido regresar, aunque sea para día y medio. Este jueves llegarán en otro vuelo sus dos hijos, con sus parejas. Seis menorquines dispuestos a zambullirse en la bulla de una fiesta desbordada de público, que a punto está de rompérsele las costuras, como le sucede a una joven de mantilla que pasa en esos momentos por delante de la Capilla de los Marineros, cuyo vestido -literalmente pegado a la piel- deja poco margen a la imaginación (con mirada aviesa de quienes sufren abstinencia carnal involuntaria).

La cola avanza. Cada vez que Julián y Carmen me hablan de Menorca se me viene a la mente la sobrasada y el flagelo del hambre (qué expresión más lamiosa me ha quedado) azota mi estómago en ayuno, tan hueco que el rugir de las tripas se asemeja al redoble de tambor de la Centuria macarena (para equilibrar un poco la crónica por aquello de la manida dualidad sevillana).

Colas con diversidad lingüistica

Tres mujeres de mantilla cotemplan al Gran Poder, que saldrá a la calle con la túnica bordada de los cardos. / Juan Carlos Vázquez

Y anhelando un desayuno estoy cuando a la conversación se suma una cuarta interviniente. Es Julia, que viene también del levante español, en este caso, de Valencia. Lleva 17 años disfrutando de la Semana Santa, la cual conoció a través de su marido, que vivió durante muchos años en esta margen del Guadalquivir, ya que su padre -el yerno de Julia- trabajó de aparejador en la construcción del estadio Ramón Sánchez Pizjuán. El matrimonio alquila durante un año entero un piso en Triana. Acuden cada Jueves Santo, a estas horas, a ver a la Virgen de la Esperanza.

En un momento de la conversación, empiezan a hablar en una lengua que me suena a catalán, una definición que espanta a Julián. "¡Menorquín, de catalán nada!", precisa, a lo que añade la última en llegar a este corrillo improvisado: "¡Y yo, en valenciano!". Algo así debió ser la alianza de civilizaciones que pregonaba Zapatero. Julián, que es profesor, me da una pequeña clase sobre la diferencia léxica entre las tres lenguas. Me asegura que el menorquín tiene mucha influencia del inglés y hasta del árabe en su vocabulario.

"El tiempo se da la vuelta"

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Mujeres de la mantilla en la Macarena el Jueves Santo / Juan Carlos Vázquez

En la era de la digitalización, en la que todo va deprisa por la dictadura de la inmediatez, uno acaba reconociendo (lo de "poner en valor" que tanto usan los políticos me espanta) el enriquecimiento que proporciona una cola para esperar. Colas que en este día festivo -aunque con comercios abiertos- se multiplican por la Macarena, el Gran Poder, los Gitanos, el Silencio y la Magdalena, así como en la de los templos donde salen las cofradías del Jueves Santo. El día en el que -como bien apunta Ignacio Pérez en las redes sociales (algo bueno habrían de tener)- "el tiempo se da la vuelta, porque más no hay, porque mejor no se puede".

Pero antes de meternos en profundidades espirituales, sigamos con lo que depara la cola, que entra ya en la capilla. Recuerdo entonces el whatsapp que desde la corporación de la Madrugada enviaron a los periodistas a las 23:29 del Miércoles Santo con la descripción del exorno floral. Un auténtico tratado de botánica por todas las especies que se mencionan, especialmente en el paso de la dolorosa. Ahí va el generoso listado: rosas pink mundial, alstroemeria rosa, alhelíes, hypericum rosa, flor de arroz, lepidium, orquídea dendrobium y -atención al último componente- fibra de palmera. A ver quién supera esta mezcla de anglicismos y términos exóticos con hechuras trianeras.

La Operación Clavel

La Capilla de los Marineros, llena de devotos para contemplar a la Esperanza de Triana en su paso. / Juan Carlos Vázquez

A pesar de esta marabunta de nombres, el resultado -obra de Julio Boza- es una combinación cromática (pongámonos sensibles) de tonos pasteles, muy suave y tenue, nada estridente y con la personalidad que atesora esta cofradía, con sus esquinas flotantes que tan caracerístico movimiento logran cuando el paso se pone a andar. "Exhuberancia", define con precisión Julia, quien recuerda que el origen de este exorno floral está relacionado con la riada del Tamarguillo, la Operación Clavel y con su tierra, Valencia, donde unos paisanos -la familia Mouguet- regalaron aquella Madrugada las flores del paso, en el que colocaron las frondosas esquinas que llevaría ya siempre.

Julián y Carmen quedaron impresionados con la Esperanza de Triana en 2022. "Me llamó mucho la forma en que llevan el paso, 'p'alante y p'atrás'", refiere la menorquina, que una vez fuera de la Capilla de los Marineros busca un taxi que la lleve a la Macarena, para hacer una nueva cola en la que pasar esta mañana de Jueves Santo. Una jornada en la que, desde bien temprano, ya hay sillas usurpando las aceras de Pureza para quienes quieren ser testigos en primera fila de la salida de la cofradía. El colmo de la Semana Santa estática. Los asientos son de lo más variopintos, primando las hamacas playeras, ocupadas por féminas (en este caso no hay paridad masculina) con ropaje deportivo, digno de hacer sentadillas mientras pasan las horas. Esperpento berlanguiano.

El día de las mantillas

Mujeres vestidas de mantilla guardan cola para ver al Gran Poder. / Juan Carlos Vázquez

Cruzo el puente. Más colas en San Antonio Abad, ya con los cántaros de barro preparados en el atrio para la estación de penitencia. También en la Anunciación, con una Virgen del Valle perfectamente enjoyada. Y en Santa Catalina para ver los Caballos, donde dos australianas no dan crédito a lo que ven cuando entran en la fastuosa capilla sacramental. Horror vacui, como el que experimentan los bares de la zona, con un Rinconcillo donde también hay colas (de turistas) para entrar.

Las mantillas se multiplican. A Dios gracias, la mayoría ha hecho caso omiso a la cuestionable promoción que de esta vestimenta se hizo en vísperas de la Semana Santa y el ochentero clavel reventón no ha brotado en las sienes femeninas. Lo que sí ha germinado en estos días han sido las zapatillas deportivas Converse que, para espanto de ojos, los hombres combinan con los trajes. Fatiguita seca visual que se acelera con los pantalones de pinza tobilleros, que dejan el final de las pantorillas al aire. Sin temor al ridículo. Pecados de juventud. Dioses de una edad de plata que, como escribió Javier Salvago (una de mis debilidades literarias) en su poema Jueves Santo, "morirán en la cruz de los años".

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