La luz a Ti debida
Martes Santo | desde la bulla
El cambio del Martes Santo permitió que algunas cofradías conocieran la luz de la tarde
Además del manto, la Bofetá estrenó el dorado de los respiraderos del paso de misterio
Unas bambalinas que se mueven y que huyen de la moda imperante de los palios estáticos
Calle Velázquez. Antifaces de terciopelo burdeos. Sobra ropaje. El calor se hace presente. El olor del adobo se mezcla con el del incienso. Son las seis de la tarde pero aún hay gente comiendo. La Semana Santa tiene la virtud de desbaratar los horarios convencionales. Cualquier momento es bueno para detenerse en la barra de un bar. O en los escasos veladores que se han permitido en las calles. Este martes también desbarata los tiempos. La ruta que todo cofrade tenía trazada de año en año. Viene el Cerro. Donde antes la despedían las vecinas, ahora la reciben. Llueven pétalos. La gente se emociona. Es difícil que no se apriete un nudo en la garganta con la Virgen de los Dolores. Esta cofradía es el mejor aperitivo para abrir boca. Para saciarse de la autenticidad que se creía perdida.
El nuevo Martes Santo ha descubierto la luz negada a ciertos cortejos. Cofradías que estrenan sol. En la Plaza de San Lorenzo está saliendo la Bofetá. El público, aún algo perdido, ha de mirar varias veces el programa de mano para no confundirse. Hay quien la espera en Trajano. A la calle con nombre de emperador romano llega gente que no sabe qué cofradía está pasando. Capirotes blancos y cera tiniebla.
Dos jóvenes se comen una palmera de chocolate. Otra pareja comparte una lata de refresco. El misterio abandona Conde de Barajas. Refulge el nuevo dorado de los respiraderos. La luz de la tarde pone al descubierto la restauración de las imágenes secundarias. La mano maltratadora de Malco se recorta sobre los frondosos árboles de la Alameda. Andar sin concesiones. De frente. La espalda del Señor. El pebetero. Exiguas flores. La trasera del sillón de Anás. Detalles de un misterio acostumbrado a la penumbra de la noche.
El paso se adentra en Amor de Dios. El público se disuelve por unos momentos. La temperatura es idónea para tomar algún refrigerio. Por la zona abundan bares de nueva estética. Luces discordantes y brocados en las paredes. Carta de infusiones con nombres exóticos. Semejantes al del exorno floral de algunos pasos. Fuerte olor a ambientador. Cuartos de baños unisex. Sin identidad de género. Camareros con camisa negra. Tomar un café es perderle el cariño a los tres euros. Cruel penitencia del bolsillo. Una y no más. La espera ha salido cara.
Los ciriales anuncian que viene el palio. La algarabía de monaguillos, padres y nazarenos antecede al paso. Por fin unas bambalinas que se mueven. El sonido de las bellotas es patrimonio musical. Melodía en peligro de extinción por modas que aplican quienes perdieron cualquier atisbo de personalidad. Toda la gracia del mundo cabe en estos doce varales.
Trajano se ha llenado de nuevo. Los curiosos fijan sus pupilas en los detalles que la noche les había robado. La mano adelantada de San Juan. El brillo de la toca. La robustez argéntea de la peana. El rosa pálido de los claveles. El paso está detenido. Ya no se mira el programa de mano. Se olvidan los tres euros del café. La Virgen se adueña de las miradas. Las hace suyas. Imperio de la guapura. El capataz manda subirla al cielo. Se mueven otra vez las bambalinas. Embeleso del respetable. El sol expirante rescata el oro del manto recién restaurado. Armonía azul en un martes reinventado. Se aleja con su grácil movimiento. Oscilante, cual pendulo de la elegancia. Con su compás de brillos viejos y nuevos. En busca de calles por las que nunca había pasado. Quitando penumbras. Dando luz. La de su Dulce Nombre.
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