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Un resumen particular de la Semana Santa de 2023: A Dios, siempre por la belleza

El Jubileo de la Pestaña

El Cachorro con banda de música ha sido una de las combinaciones más acertadas de las últimas décadas

Sigue en auge la vulgarización de buena parte del público, con formas e indumentarias poco apropiadas

El Santo Entierro grande a pie de calle: elogio de la mochila y el bocata

Contraluz del Cachorro en su salida para el Santo Entierro Grande. / Joaquín Corchero / Europa Press

Sonaba Soleá dame la mano y el Cachorro pasaba por la calle Castilla. Los campanarios de la ciudad anunciaban que Cristo había resucitado. Sublime coincidencia. No hay forma más rotunda de vencer a la muerte. A Dios, siempre por la belleza.

Esa escena que presencié en la madrugada ya del Domingo de Pascua ha sido para el que éste les escribe lo mejor de esta Semana Santa de 2023, plena y sin graves incidentes, pese a la cantidad de cambios que albergaba y la masa de gente que ha acudido a ver las cofradías desde el primer día. Una fiesta en la que se confirma que cantidad y calidad, la mayoría de las veces, son términos poco compatibles.

Hacemos ahora un balance de lo más destacable de esta fiesta religiosa, que ha tenido como colofón un Santo Entierro Grande pletórico.

Domingo de Ramos

Una multitud acompaña a la Hiniesta a su salida de San Julián. / Julio Muñoz / EFE

Pese al malestar de la Hermandad de la Hiniesta por el adelanto horario de su salida y su nuevo puesto en la jornada, el discurrir de la cofradía de San Julián estuvo repleto de belleza desde que se puso en la calle hasta su entrada. Los cambios no le restaron un ápice de público. Eso sí, para próximos años habría que solucionar un problema con el que se han encontrado los nazarenos del Amor: la dificultad de acceder al Salvador, con la Hiniesta en la antigua Plaza del Pan y la Cena discurriendo por la Cuesta del Rosario.

También destacar la belleza de la Virgen del Socorro, con el esplendor recuperado de su soberbio manto y esa forma tan peculiar de enjoyar su corona. La entrada de la cofradía sigue siendo un clásico de la Semana Santa.

Reconozcamos, de igual modo, que los trajes beige y los tacones imposibles que se vieron en esta primera jornada constituyen ya otro tópico del domingo de palmas, en el que las horteradas alcanzan cotas muy elevadas de protagonismo.

Lunes Santo

La Virgen de las Aguas, en la Plaza del Museo. / José Ángel García

Barrio y centro. Los numerosos devotos que siguen al Cautivo del Tiro de Línea nos reconcilian con la Semana Santa más auténtica, la que no requiere de imposturas. Y por la noche, la perfección del paso de la Virgen de los Dolores, de la Hermandad de las Penas, a su vuelta por San Vicente. Para el que firma este resumen, la candelería mejor distribuida.

Otro oasis de hermosura, la Virgen de las Aguas del Museo a su regreso por Gravina y con una saeta de José Luis Pérez-Vera, de las mejores que se han escuchado en una época en la que este cante no pasa por sus mejores momentos. Se han oído cosas dignas de ser silenciadas por la memoria. Lástima que el conjunto no lo hubieran rematado las antiguas manos entrelazadas de la dolorosa de Cristóbal Ramos. Hay decisiones estéticas que no pueden dejarse al arbitrio de un cabildo.

Aprovecho esta jornada -aunque se extiende a toda la semana- para hacer una observación sobre las flores (la palabra exorno empieza a cansar). Quizás esta ornamentación esté viviendo su mejor época de creatividad. Pero se ha llegado ya a un nivel de atrevimiento en algunas combinaciones cromáticas, que las hacen más propias -por no herir sensibilidades- de la época de Pentecostés que de una cofradía. Ya cualquier elemento vale con tal de conferir una dosis de novedad (y novelería) a este arte. Me sigo quedando con las que desde antaño innovaron con flores exóticas, como el Museo y la Esperanza de Triana. Ante tal fiesta de colorido y originalidad, apuesto por el clavel y la rosa. Sin trampa ni cartón.

Martes Santo

La bellísima Virgen del Dulce Nombre, con su manto que ha cumplido este Martes Santo un siglo. / Juan Carlos Muñoz

El enésimo experimento trajo varios colapsos, como la aglomeración de público que se sufrió en la Alfalfa, esperando a ver el tren formado por el Cerro y San Esteban. Una situación que obligó al Cecop a intervenir. Igual sucedió con la Plaza de la Contratación a la vuelta de los Estudiantes, cofradía que entró bastante tarde en el Rectorado. Se trataba de una nueva nómina aprobada por las hermandades del día y que no está libre de la intervención del Consejo en próximas ediciones. Conviene seguir dándole una vuelta de tuerca.

En el plano de la belleza, el sonido insuperable de las bambalinas de la Virgen del Dulce Nombre, melodía que merece ser declarada patrimonio inmaterial de una Semana Santa de palios estáticos y uniformes en su andar. Como dirían los amantes de la corrección política actual: en la diversidad está la gracia.

Miércoles Santo

San Bernardo en todo su recorrido, paradigma de clásica cofradía de capa. Sin estridencias. Con sabor a barrio antiguo (pese a la especulación urbanística que ha sufrido en este siglo XXI).

No puedo pasar por alto la exquisita presentación de los pasos del Buen Fin, especialmente el del crucificado, con un monte formado por distintas flores de tonalidad morada. Sirva este elogio para contrarrestar el incomprensible parón de media hora que sufrió la cofradía a su regreso.

El Cristo de Burgos es un buen broche para la jornada, pero demasiado tardío para una noche que muchos viven como un viernes, al ser la víspera inmediata de un puente festivo.

Jueves Santo

El sol inunda de lleno el remozado palio de la Virgen del Valle. / Juan Carlos Vázquez

Las mantillas que se vieron este día, en general, tenían un nivel aceptable. No obstante, aún se siguen presenciando imágenes poco decorosas de quienes llevan esta indumentaria. No debe olvidarse que se trata de un atuendo de respeto en esta jornada (y de duelo el Viernes Santo), en la que se acude a visitar los monumentos en los que se adora al Santísimo. Y aunque las mujeres están especialmente guapas con ella, no se trata de un vestido de flamenca, con el que se ronea.

Las cofradías de este día siguen siendo un compendio de clasicismo y de la mejor Semana Santa. Sirva de ejemplo el palio de la Virgen del Valle, que estrenaba una innovadora y modélica restauración.

Madrugada

La calle Pureza desbordada de emociones a la salida de la Esperanza de Triana. / José Manuel Vidal / EFE

Pese al incremento de los cortejos penitenciales, todo salió bastante bien, con el sacrificio de cofradías como la Macarena, que mete su cortejo de cuatro en cuatro en la carrera oficial para cumplir los horarios (dejando, incluso, algunos minutos de adelanto).

De esta noche, me quedo con la túnica bordada del Gran Poder. Y, por supuesto, con la Esperanza de Triana, una de las dolorosas mejor vestidas y enjoyadas de los tiempos actuales, labor en la que desempeña un importantísimo papel Javier Hernández y el equipo de asesores artísticos de la hermandad. Quizás la clave esté en que es un vestidor suyo, sólo para esta imagen, a la que le tiene cogida perfectamente la medida. Cualidad que se echa en falta en otros iconos marianos, cuyo atavío (odio usar esta palabra) queda en manos de profesionales estándar que repiten modelos hasta la saciedad, convirtiendo dicha labor -fundamental en las imágenes de vestir- en una producción en serie, en la que faltan sello propio y ese pellizco que salta a la vista cuando tal responsabilidad se hace con el corazón, además de con las manos.

Viernes Santo

Los nazarenos de la Soledad de Olivares sueltan las colas rizadas al llegar a la Plaza de España. / D. S.

Siempre conviene saber que existe Semana Santa más allá de la capital. La provincia pone en la calle auténticos tesoros estos días, especialmente los que coinciden con el triduo pascual. Y aunque el Viernes Santo es para mí la mejor jornada, decidí este año dar una escapada a Olivares. Si nunca han estado en este pueblo del Aljarafe en el día luctuoso, mucho están tardando.

La Hermandad de la Soledad cuenta con un cortejo penitencial muy cuidado. No puede irse de allí sin ver la Vuelta al Caracol, un rito -en señal de duelo- con el que los nazarenos, al llegar a la monumental Plaza de España, se sueltan las colas rizadas (planchadas en forma de espiga, almidonadas y envueltas con una cuerda durante varios días) y ofrecen una estampa que no les dejará indiferentes.

Igual de interesante resulta su patrimonio artístico, de primer nivel. El Nazareno, de escuela genovesa y con antiquísima túnica bordada; la urna del Cristo Yacente; y el soberbio palio de la Virgen de los Dolores, que este año, con el estreno del techo (obra de Josefa Maya), ha completado un conjunto personalísimo, que se sitúa en la cima del bordado. Una de las piezas cofradieras más importantes de España. Y no exagero.

Sábado Santo

El paso de la urna, del Santo Entierro, en la carrera oficial. / José Ángel García

Colofón con Santo Entierro Grande, el segundo de este siglo. En líneas generales, bien, bastante bien. Como detalle un poco contradictorio, algunos pasos participantes presentaban un aspecto más cuidado y trabajado para esta salida extraordinaria que para cuando lo hacen en su jornada habitual. Destaco aquí los ángeles de la Roldana que pudo lucir otra vez el Cristo de la Conversión y el ropón bordado del Cristo de las Tres Caídas, realizado por las Hermanas Ramas.

Este acontecimiento ha sido el mejor espejo del nuevo público que sale a ver cofradías. Sedentario, estático y que no concibe estar de pie ni ir en busca de los pasos. El asiento portátil como accesorio imprescindible y usurpador del espacio público, lo que provoca un auténtico bloqueo en las calles horas antes de que pase un cortejo penitencial. A ello se une el poco decoro de este amplio colectivo, en el que formas e indumentarias distan mucho de las de décadas anteriores. Y no, no se trata de clasismo. En Sevilla, en cualquier barrio y familia, siempre se han reservado las mejores galas para los días santos, por muy modestas que fueran. Ha sido la idiosincrasia de esta ciudad en sus fiestas mayores. Ahora se impone la zapatilla deportiva, la mochila con el bocata a cuestas, la ropa cómoda y hasta las chanclas (como se vio en el público acampado el Sábado Santo en varios enclaves). Un outfit (para los amantes de los anglicismos) que manifiesta la vulgarización de la Semana Santa, reflejo de una sociedad consumista, cada vez más individualista y, a la par, más atrapada por la masa.

El Cachorro, en besapié este Domingo de Resurrección. / Hermandad del Cachorro

Menos mal que siempre quedará en la retina de la memoria el Cachorro con banda de música y un reportorio de marchas clásicas. Combinación que nos reconcilia con la mejor Semana Santa.

Y ahora ya sí. Pongo fin a estos siete días en los que hemos movido mucho la pestaña para fijar la mirada en todo lo que pasaba por delante de nuestros ojos. Escribo estas líneas mientras la ropa de una larga semana se amontona en mi habitación. Postrimerías del gozo. En este Domingo de Resurrección hay que poner la lavadora (con la penitencia de la factura eléctrica). Y el contador a cero para una fiesta que -cuando se hace desde la verdad- nos lleva al mismo cielo.

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