Castillo y Ojeda en la Bofetá: un tándem de película
El Jubileo de la Pestaña
Cien años cumple el misterio de Jesús ante Anás, obra de Castillo Lastrucci, y otros cien el manto de la Virgen del Dulce Nombre, de Rodríguez Ojeda
La influencia del cine se percibe en la composición del pasaje pasionista
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Cien años en la Bofetá: un antes y un después en la imaginería
De película. De gran pantalla. O como lo define Juan Pedro Recio: “una revolución”. Así califica este historiador el misterio de la Bofetá que avanza por la Plaza de la Gavidia la tarde del Martes Santo. El archivero de la corporación de San Lorenzo asegura que la composición que logró Antonio Castillo Lastrucci con el pasaje de Jesús ante Anás fue un punto de inflexión en la Semana Santa de hace justo un siglo, cuando se estrenó este grupo escultórico que aportó una nueva escenografía al relato de la Pasión. Lo hizo, además, apuntando a las vanguardias y con una clara influencia del incipiente cine. El paso reúne varios planos en una única escena. Supuso –por continuar con términos cinematográficos– la ópera prima del que fuera discípulo de Antonio Susillo.
Cien años del misterio y otros cien del manto de la Virgen del Dulce Nombre. Castillo Lastrucci y Rodríguez Ojeda, la alianza de dos apellidos que condensan la transformación artística que estaba experimentando la ciudad en la tercera década del siglo XX. Un Renacimiento a lo sevillano que desembocó en el regionalismo que impregna toda la cofradía.
Hay que evadirse este Martes Santo. Retroceder en el tiempo para evocar la belleza, ausente cuando la cofradía se encuentra a pocos metros de la Campana, ejemplo del feísmo urbanístico de la pasada centuria. El yin y el yang (ahora que está tan de moda la lengua china) de 100 años.
Los hermanos 'antoninos'
Decíamos que había que recrear la mirada en la belleza regionalista de la cofradía para obviar los mamotretos de los años de la piqueta (y otros de más reciente hechura). Una fealdad que se agrava cuando al paso del cortejo penitencial se arrima un sujeto de chaqueta impoluta, pero en quien el desodorante dejó de hacer efecto hace unas horas. Penitencia doble a pie parado. La de la vista y el olfato. Una película de terror (por continuar con el mundo cinematográfico). Emulando a Lope de Vega: quien lo sufrió, lo sabe.
Mejor hacer un ejercicio de abstracción y dejar la mente volar a aquella Sevilla de 1923, que se preparaba para la Exposición Iberoamericana, de la que se cumplirá en seis años un siglo. Era una ciudad abierta a las nuevas corrientes artísticas y en la que la Semana Santa gozaba de mayor naturalidad que en la actualidad. Un aspecto que no pasan por alto los llamados hermanos antoninos, denominados así por conocer la Bofetá en San Antonio de Padua, su anterior sede canónica. Son un grupo de cuatro varones que ocupan un número bajo en la nómina de la hermandad y que mantenían una animada charla matinal en San Lorenzo.
Uno de ellos es Joaquín García-Tapial León. Nació en 1939. Tiene el número dos de la corporación. Comparte tertulia con Manuel Filpo (número tres) y con los hermanos José Manuel y Jesús Blas Montes Latorre. Todos recuerdan el polémico cambio que acometió Juan Pérez Calvo en el misterio, cuando a principios de los 60 decidió retirar las telas encoladas con las que las imágenes secundarias fueron concebidas por Castillo. “Viajó a Tierra Santa y de allí se trajo ropajes para que las figuras estuvieran lo más acordes posible a la época de Jesucristo”, recuerda García-Tapial, que también menciona debates similares, como cuando al Señor se le cambió la túnica blanca por la burdeos.
El gran día de la familia
García-Tapial se fue de joven a Madrid a estudiar Ingeniería, ya que en Sevilla no se ofertaba por aquel entonces. En la capital española conoció a su mujer y se quedó a vivir allí. “Sólo vengo a Sevilla cuando hay que hacerlo”. Esto es, el Martes Santo, una jornada que define como “el gran día de la familia”, pues son los únicos momentos del año en que todos coinciden en la mesa. Lo celebran con un almuerzo, antes de poner rumbo a San Lorenzo para participar en la cofradía, que este año se pone en la calle poco después de las seis de la tarde (ya he perdido la cuenta de los cambios en la nómina del Martes Santo).
El padre de Manuel Filpo ostentó el cargo de hermano mayor en la Bofetá. Ocupó el puesto número uno en esta hermandad y en las Siete Palabras. “Mi padre era hermano mayor, secretario y mayordomo. Lo llevaba todo”, recuerda este cofrade, quien hace un paréntesis entre tanta añoranza:“es cierto que entonces no disfrutábamos del apogeo que tuvieron los grupos jóvenes a partir de los 70, la hermandad la llevaba un grupo de personas mayores, pero existía más autenticidad. Ahora las cofradías caen muchas veces en la trampa de la espectularidad”.
La distancia en estos años no ha supuesto el desapego para Joaquín García-Tapial. Todo lo contrario. Lleva su hermandad por bandera cada vez que cruza Despeñaperros. Sirva de ejemplo lo ocurrido en la boda de su hija, que se casó en Pozuelo de Alarcón, municipio de la inabarcable área metropolitana madrileña. Lo hizo delante de un cuadro de la Virgen del Dulce Nombre. La sorpresa llegó en forma de música. En pleno enlace sonó la marcha María Santísima del Dulce Nombre, de Luis Lerate. El padre de la novia había logrado las partituras de la marcha. Buscó en Madrid un profesional que la interpretara. “Hasta hubo ensayos. Al final salió de maravilla”, presume este veterano sevillano.
Primer Martes Santo sin Lolina
El paso de palio luce en el respiradero frontal un crespón negro en señal de luto por la muerte de Dolores Gálvez, conocida en toda la Sevilla cofradiera como Lolina. Bordadora en el taller de Esperanza Elena Caro, ejerció de camarera de la Virgen de los Reyes y de la del Dulce Nombre, hermandad en la que ocupaba el número 16.
“Fíjese si era una institución que el único cuadro colgado en mi casa donde aparece alguien que no pertenece a mi familia es el de Lolina, cuando se hizo una foto con mi madre bajo el azulejo de la Virgen que está en la fachada de la parroquia”, señala García-Tapial. Un azulejo colocado en los 90 y que, como apunta uno de los integrantes de la tertulia , tuvo en su día cierta oposición del Arzobispado.
Ha sido la primera vez que la Virgen se ha subido al paso sin Lolina. Sobre la saya, luce una reliquia de Santa Ángela de la Cruz que donó en vida su camarera. A María Ángeles Jiménez, compañera de Lolina en el privilegiado cometido de cuidar del ajuar de la Virgen, se le humedecen los ojos y se le entrecorta la voz cuando recuerda a esta sevillana de moño alto, a la que considera su “maestra”. “Hemos sentido mucha tristeza al vestirla y recordar los momentos vividos, pero también la certeza de que nos estaba acompañando en esos momentos íntimos”, afirma Jiménez. Alfileres sobre un manto que cumple también cien años.
En la gran pantalla
Una cofradía de vanguardia. Con influencia del cine en el misterio y con aparición en la gran pantalla, cuando Juan Lebrón y Manuel Gutiérrez Aragón la convirtieron en protagonista de varias escenas de la mítica película Semana Santa, llevada a las salas, de igual modo, en la víspera de otro acontecimiento clave para Sevilla: la Expo’92.
Pasa la Virgen del Dulce Nombre y deja en el aire el eco sonoro de sus bambalinas, melodía en peligro de extinción en una fiesta cada vez más uniforme y con menos personalidad. Movimiento airoso, sin complejos, para esta doble efeméride con nombres propios. Castillo y Ojeda. Un tándem de película.
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