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24 horas de gloria macarena

La Virgen de la Esperanza entró en su basílica a las 7:40 del domingo después de recorrer la ciudad acompañada en todo momento por miles de fieles.

Foto: José Ángel García
Juan Parejo

02 de junio 2014 - 05:03

El sueño duró 24 horas. Un día entero de gloria macarena. 24 horas en las que la Virgen de la Esperanza derramó su alegría por la ciudad. 24 horas en las que la Macarena -veni, vidi, vici- conquistó nuevos territorios: el Parque, la Universidad, la Ronda, San Julián. Y 24 horas en las que los sevillanos se volcaron con la que es su gran devoción. La única capaz de congregar en torno a ella a cientos de miles de personas.

La objetividad no existe, se diluye, cuando se trata de escribir sobre la Esperanza, igual que se desbordan los sentimientos, llora el corazón y sonríe el alma. Estos siete días de júbilo macareno, coronado el sábado con la misa estacional y el multitudinario regreso a su casa, habrán sido excesivos para muchos. Tal vez lo sean. Y habrán sido apoteósicos e inolvidables para otros. Seguro que lo han sido. También es cierto que si hay una imagen capaz de aguantarlo todo es la Macarena. Ella está muy por encima de todo y de todos. Es algo que muchos no entienden. Para ello pueden leer la entrevista a Carlos Colón que publicó este diario el pasado sábado: "Durante un momento, quien la ve se siente eterno, se siente salvado, se siente hijo de una Madre que siempre lo protege. Por eso se va una y otra vez a verla, buscando revivir ese segundo".

La Macarena entró en su basílica a las 7:40 del domingo cumpliendo escrupulosamente el horario y después de armar un auténtico lío en cada calle por donde pasó. Del Rectorado a la Basílica. Una auténtica estación de gloria, como dijo su hermano mayor, Manuel García. Lo que más impresiona cuando se ve a la Virgen de la Esperanza es la alegría que deja a su paso. Qué mejor crónica que ésta que le escribió Romero Murube: "…Cuando ya la noche parece consumida en la más dura penitencia, y todo es llanto, dolor, amargura y muerte, surge de pronto, inesperada, arrolladora, desbordada, cristalina, radiante entre sus luces temblorosas, mecida en un son de plata y cascabeleo de ángeles, riente, viva, humana y celestial a un tiempo, la Macarena, la gracia, la alegría, la flor de nuestra ciudad y la sonrisa de nuestra alma".

Y así se paseó la Macarena el sábado desde que a las ocho de la mañana saliera de la Catedral. El bullicio que acompañó a la Virgen fue impresionante en todo momento. La Ronda, que bien podría rebautizarse como Ronda de la Esperanza, se quedó absolutamente pequeña. Como se hubiera quedado la Quinta Avenida de Nueva York. Y así, hasta que entró. Nunca estuvo sola. Siempre su legión de fieles junto a ella.

Imágenes de la Macarena saliendo de San Gil (fuente: @7vueltas)

En su estación más gloriosa la Esperanza visitó los Negritos, el Santuario de los Gitanos, la Basílica de María Auxiliadora, donde la recibieron con fuegos artificiales, la casa natal de Santa Ángela de la Cruz, o San Julián, donde el ambiente más puro y genuino de barrio, ese del que tanto sabe la Macarena, le dio la bienvenida.

A la Esperanza le amaneció entre el Pumarejo y San Gil. Allí esperaban a la Vecina más ilustre con lluvias de flores, pancartas, guirnaldas, piropos y llantos. A las 7:40 el paso entraba en su basílica. Se rezó una oración y se cerraron las puertas simbólicamente para dar por concluido el Año Jubilar concedido por Roma por los 50 años de la coronación canónica. Antes, los hermanos entonaron nuevamente su himno: "Señora de nuestras vidas. Razón de felicidad". Es la Virgen de la Esperanza.

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