El frío limpia y da esplendor
Domingo de Ramos | La crónica
La amenaza de lluvia y el frío generan una primera jornada con menos público
Las cofradías se adaptan y provocan un retraso general de más de 40 minutos
La piel que habitas esta Semana Santa desapacible, rara, muy baja en el calendario, que en su primer día ha jugueteado con los cielos panza de burra, no es sólo de las túnicas de capa o de cola, ni siquiera es exclusivamente de estrenos en los trajes multiusos para bodas interminables, bautizos convertidos en bodas o comuniones que parecen de todo menos comuniones. La piel que habitas esta Semana Santa es piel de abrigo, unas con más calidad que otras, unas de visón y otras de astracán, unas puras y otras de mezcla, pero pieles al fin para proteger los cuerpos metidos en el cinturón de esparto de este frío que nos encoge. El frío limpia tanto como el calor ensucia. El frío reduce el consumo de cerveza, esquilma los ánimos, reduce las ganas de estar en la calle. El frío limpia en todos los sentidos. El frío precedido de la lluvia matinal despuebla el callejero vespertino. Hay un público que necesita certeza para desplazarse hasta el centro de la ciudad. La Gran Sevilla se cae del listado, se borra, si la mañana es negruzca y las primeras cofradías se muestran dubitativas. Eso pasó justamente ayer, cuando aparecieron más pieles que nunca en la carrera oficial, donde anida el público frío y que se enfría, el público estático, sedente, el público de pago.
El frío limpia y da esplendor. Con menos público todo es más fácil. Y no nos engañemos: bastante mejor. Con menos público hay menos sillitas, menos bullas, mayor facilidad de desplazamiento. Las autoridades quieren frío porque con menos grados de temperatura sube el porcentaje de seguridad, desciende el número de personas y, por lo tanto, el de posibles incidentes. El Domingo de Ramos sigue siendo el día más hortera de la fiesta, pero esta vez lo fue menos porque la llovizna y el mercurio bajo y con viento dejaron a mucha gente en sus casas o en sus corrales (según el comportamiento), tanta gente se frenó que se pudo acompañar al paso de palio de la Paz por Tetuán sin muchas dificultades, o cruzar la carrera oficial en varias ocasiones para buscar la Estrella o regresar al encuentro de Jesús Despojado. Con menos gente es más fácil el paraíso de la Semana Santa que habita en nuestro interior. Que se lo digan a los abonados de ciertos tramos de Sierpes, que pudieron estar más cómodos al instalarse este año 230 asientos menos. Había pasillos más anchos en determinados callejones, una sola fila donde había dos y mejores accesos a algunos comercios. Se ha reducido el efecto de avispero de la calle más peligrosa de la carrera oficial, pero hay que seguir quitando asientos. El Consejo de Cofradías debe continuar por esa senda. En algunos puntos de la carrera oficial, por cierto, se han estrenado nuevas sillas, de un color mucho más claro que las de siempre.
El público de consumo, que ayer desembarcó en menor cantidad, se concentró como siempre en los bares, donde se impone la costumbre no ya de la ración o media ración, la fórmula con que se le da el golletazo mortal a la tapa, sino el plato. El plato goza de hegemonía en la actualidad. ¿Cuánta ensaladilla cabe en un plato? ¿Cuántas puntas de solomillo? Depende del plato, pero las listas de viandas no informan del tamaño del plato. El plato es el plato. Y la cofradía que pasa junto al bar es lo de menos, es la coartada perfecta para beber y comer. Que se lo digan a uno señores (por así llamarlos) de la Plaza del Salvador que se situaron en un balcón muy próximo al comienzo de Cuna. Asomaron sin pudor vasos llenos y cigarros encendidos. Las imprudencias se pagan, que diría la Dirección General de Tráfico. En Semana Santa también son importantes las distancias, porque son la seguridad de no aguantar pelmazos que te dan la vara (no dorada) con el asunto más peregrino cuando estás admirando el exorno floral del paso de la Sagrada Cena: tulipanes, orquídeas, hypericum, camelias, rosas, espigas y los llamados claveles del poeta. Justo en ese momento en que uno trata de escrutar el buen gusto del florista, aparece el espectador ocioso que aprovecha el instante para venderte su producto, como el comercial de la entidad bancaria que telefonea a mediodía, pero sin voz de sudamericano. Este tipo de público es muy peligroso, porque ha resistido a la amenaza del frío, no se ha frenado por la lluvia a la hora de la salida de la Paz, no le ha importado el retraso en las salidas de las primeras cofradías, ni la demora posterior que pudiera registrar (que se registró finalmente) en la carrera oficial. Este perfil de público es consumista, pero sabe aparentar cierto estilo. Aprovecha que está el paso justo a tu vera, precisamente en ese momento, para hablarte de las circunstancias de la detención de Puigdemont, de la última polémica del Ayuntamiento de Sevilla o del próximo partido de fútbol. Cada loco con su tema, incluso en Semana Santa. Escasa y bendita virtud del silencio. Este tipo de público, decíamos, es el picudo rojo de la Semana Santa, se extiende con gran rapidez y con efectos perniciosos. Se entiende lo que hace pocos días declaraba en estas páginas un cofrade modélico como José Ignacio Jiménez Esquivias, que afirmaba que acude a ver cofradías en soledad, sin la compañía de ninguno de sus buenos amigos: "Y me sobra la mitad". Decía el difunto Hawking que la adaptación es la capacidad de los inteligentes. Hace falta bastante más que inteligencia para librarse de los parlantes convulsivos: mucha templanza, mucha paciencia y una expresión facial (sonrisita esbozada) como la del Herodes de la Amargura, que anoche lucía menos anillos de los habituales. O eso nos pareció. En San Juan de la Palma un niño de tan sólo 5 años exclamó extasiado ante tanta belleza, poco antes de la salida de la cofradía: "¡El Señor y la Virgen se miran!". Sin saberlo pareciera haber leído los artículos de Carlos Colón, quien mejor ha escrito de la Amargura, con más amor y más profundidad, el autor que nunca dejaría de ver la cofradía de los nazarenos albos por mucho que apretara el frío y que sabe que, en el fondo, el Señor y la Virgen esquivan sus benditas miradas para no verse sufrir el uno al otro. Hay hermanos, hay cofrades, hay sevillanos que jamás abandonarían a la Amargura. El Domingo de Ramos no es pleno hasta que no aparece el primer nazareno con la Cruz de Malta a la búsqueda de la calle Feria.
Esta Semana Santa tan atípica es de justos y cabales cuando llega cierta hora de la noche. Esta Semana Santa que rompe en gélida a media tarde, esta Semana Santa más de oloroso que de cerveza, más de público adulto que infantil, no es de tacones, platos, silbidos, vivaqueadores sin rumbo o consumistas de catálogo. El frío en cierta manera obliga al público a pronunciarse en una suerte de hora de la verdad. Salir o no salir a la calle con condiciones adversas. Hay que amar mucho la Semana Santa, ser muy devoto de las imágenes, tener razones de peso sólo fundadas en la fe, el sentimiento o la memoria, para soportar una camiseta térmica debajo de una túnica de nazareno, con parones importantes por culpa de las prórrogas de los horarios, o aguantar varias horas por el centro yendo al encuentro de los cortejos o soportando esperas al relente en un palco.
La Borriquita salió por la tarde pese a las especulaciones de final de cuaresma. No había razones para que así no fuera. El efecto de una hora menos de sueño se notó y se comentó entre el personal aficionado a la cháchara mientras pasan nazarenos. Menos público, más seguridad. Menos gente, más calidad. Menos clientes, menos negocio. A la Virgen del precioso palio de Jesús Despojado le retiraron una ráfaga de la corona por exceso de movimiento. Prevención se llama. Un hermano de paisano se subió al paso y en un plisplás acabó con el riesgo.
Noches con mínimas de siete grados y con Eolo con ganas de apagar la candelería de la Estrella generan los peores augurios para la Madrugada. Y también genera la tranquilidad de las autoridades que, como el padre de familia, prefiere que la seguridad máxima antes que cualquier otro objetivo a costa del precio que sea. El frío da esplendor y aumenta el porcentaje de seguridad. Esta Semana Santa la salvan quienes esperan a la Estrella, la Amargura y el Amor en la Campana con 40 minutos de retraso sobre el horario inicial. El frío descubre a los buenos cofrades como el viento a los malos toreros.
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