Los franceses y el Cristo de San Agustín: así regresó al convento tras la invasión

Se cumplen 210 años de la reposición al culto del crucifijo en su enclave habitual

Había sido trasladado a San Roque tras el expolio de los invasores

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Un viejo grabado del Cristo de San Agustín
Un viejo grabado del Cristo de San Agustín

Qué impresión no causaría a los fieles hispalenses aquella breve pero sincera comitiva, compuesta por una serie de religiosos que regresaban a su hogar finalizado uno de los episodios históricos más complejos de nuestro país y, por ende, de nuestra ciudad. Fue en la noche de un 4 de agosto pero de 1814, hace ya más de doscientos años, cuando el Cristo de San Agustín, que volverá a las calles de Sevilla el próximo octubre, regresó a su convento en una procesión singular tras un exilio forzado en San Roque por la invasión francesa. Las tropas enemigas, que irrumpieron en España en 1807, alcanzaron la capital andaluza el 1 de febrero de 1810, con todo lo que ello conllevó para la religiosidad local: expolios, destrozos y desamortizaciones.

A pesar de los ruegos de los feligreses durante las novenas, la comunidad agustina fue extinguida, ordenándose automáticamente el uso del convento como cuartel para los destacamentos franceses. Por tal motivo, apenas veinte días después, el Cristo fue trasladado a la parroquia vecina junto con imágenes, vestuarios y alhajas del convento, tal y como señala Antonio Flores, investigador y estudioso de la vasta historia del Santo Crucifijo. En dicho templo fue colocado en el presbiterio, y algunos agustinos, a pesar de la prohibición de confesar, consiguieron asignarse a la parroquia, "recuperando así los privilegios. Se pudieron realizar la función a San Agustín y la de la Correa, así como la novena a Santa Rita y todas las fiestas anuales al Santo Crucifijo", señala. Sin embargo, el resto del patrimonio fue requisado, repartido o sencillamente destruido.

Los franceses abandonaron Sevilla a finales de agosto de 1812, y aunque el convento siguió ocupado por el cuerpo de inválidos inhábiles, en mayo de 1814 los agustinos regresaron al convento. "En esa misma jornada, tras instalarse, fueron a San Roque, donde aún se encontraba el Santo Crucifijo, y descubierta la imagen, se cantó el tedeum, y las campanas estuvieron repicando desde la toma de posesión del monasterio hasta después del acto en San Roque, habiendo una gran multitud de fieles presenciándolo", señala.

La procesión de regreso

Finalmente, el 4 de agosto por la noche, el Santo Crucifijo regresó a San Agustíon portado a hombros por varios religiosos y por el párroco de San Roque. De aquel cortejo formaron parte como enseres la cruz con tres casquetes de plata; inri, corona de espinas y nimbo (todo de plata); la peana grande de madera dorada; el serafín del pie del Señor, cuatro mecheros de metal dorados, el sudario y las cortinas de damasco que eran antes de la capilla de la imagen, y que en la parroquia de San Roque sirvieron de trono cortinas y pabellón.

El crucifijo fue colocado en la sacristía, que quedó habilitada como iglesia provisional, mientras se ejecutaban las tareas de reparación y embellecimiento del templo. "El día 27 de agosto fue consagrada, oficiando el prior, y asistiendo el obispo de Albarracín, Joaquín González de Terán, quien concedió indulgencia a todas las imágenes que estaban ya colocadas. Al día siguiente, fiesta de San Agustín, se realizó una solemne función que predicó fray Antonio García", apunta Flores. Por último, ya en el año 1819, se reestrenó la capilla del Crucifijo, cuya reedificación fue costeada por don Lorenzo Delgado, caballero de la Orden de Carlos III.

Otro capítulo clave y de interés protagonizado por esta milagrera y venerada imagen, una de las más señaladas de nuestra historia. Aunque este siglo XIX supuso la decadencia definitiva de su devoción, en este 2024 tendremos la ocasión de contemplarlo en nuestras calles más de un siglo después de la última vez, una estampa absolutamente inédita para las actuales generaciones de cofrades.

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