Fragmentos del Pregón (I): Domingo de Ramos

Extractos del pregón de la Semana Santa de 2025

Fotos: José Luis Montero / Premio de fotoperiodismo Jesús Martín Cartaya del Consejo de Cofradías.

La Virgen de la Amargura acompañada de San Juan.
La Virgen de la Amargura acompañada de San Juan. / josé luis Montero

EL PRIMER CAPIROTE

Esa mano que se une a la de nuestros hijos y nuestros nietos, para acompañarlos a un templo, enlaza los eslabones del pasado con los del presente y el futuro. Yo di la mano por vez primera a mis hijos, a un nazarenito de blanco de La Cena al que también acompañaba su madre; y fui caminando junto a mi hija de negro, cuando las mujeres pudieron salir de nazarenas en el Silencio. Y se la di por vez primera a mis dos nietas y se la daré a mi nieto para salir de monaguillos en la Soledad.

Siempre recordaremos la tarde del primer capirote. Vas por las calles y miras al cielo. Caramelos, chucherías, estampitas... Una mano sostiene a la otra. Una mano tiene las huellas del tiempo marcadas por la vida y otra mano es tierna como una rosa que se abre. Recuerda bien esa mano, porque el tiempo te la arrebatará. Recuerda bien esa mano, porque llegará un día en que no la encontrarás. Y entonces buscarás esa mano en cada lágrima. Recordarás quién te llevó por vez primera al Salvador, a los Terceros, a San Lorenzo, o a cualquier templo, cuando la Semana Santa se abría para ti como un cuento mágico. Pasados los años, cuando aquella manita ya esté gastada por la vida, quizá se convierta en la mano madura que sostiene a otra infantil, con la misma emoción.

Un pequeño nazareno de la Borriquita en brazos de un espigado Nazareno del Amor.
Un pequeño nazareno de la Borriquita en brazos de un espigado Nazareno del Amor. / josé luis Montero

Por eso, el primer capirote nunca es de cartón, es de material sagrado. Está cosido con la aguja de los ángeles y se ciñe en la cabeza del niño como si fuera la corona de un santo. Que nunca se pierda esa antigua ilusión, que tú también la enseñes, que siempre recuerdes aquella tarde, cuando te hicieron nazareno de Sevilla.

CON HUMILDAD Y PACIENCIA

Todos somos importantes, pero la Semana Santa será un fracaso si pensamos que los protagonistas sólo somos nosotros, los que vamos delante, detrás o debajo de los pasos. La Semana Santa es un éxito cuando entendemos que los protagonistas son Cristo y María, y que por eso sus imágenes sagradas van en lo alto de los pasos. La Semana Santa es una oportunidad para que los hombres y mujeres se encuentren con Dios.

Los jóvenes deben llegar a la hermandad para aprender, ayudar y crecer. Y los maduros debemos evitar los grupos de presión, la división de la hermandad y los egoísmos. Seamos cofrades con humildad y paciencia.

El mejor ejemplo de la Humildad y la Paciencia lo tenemos en ese Señor pequeñito, sentado en el Calvario. La Humildad y la Paciencia es para mí la devoción de mi mujer por esta imagen tan frágil. Es contemplarlo por la calle Doña María Coronel, perfumado por el azahar que se estrena cada Domingo de Ramos. Fijaos en su andar, como si no quisiera molestar a los que están allí. Este es el Cristo que lava los pies a los pecadores.

EL DIÁLOGO DE LA AMARGURA

Todos los pasos de palio de Sevilla se resumen en uno: la Amargura.

Amargo es el sabor de tu dolor, que borda con hilo de oro fino el palio del tiempo. Silencio blanco, que iluminan dos ángeles de plata fina con sus faroles. Silencio blanco, callad todos, que va la Virgen de la Amargura con San Juan a su lado, y se dirán todo lo que piensan, sin que oigamos nada. Están hablando sin hablar. Están diciendo sin decir.

La Amargura es ver a la Virgen y San Juan, cuando ya oscurece. En sus ojos se oculta la menta amarga de un mar de lágrimas que no se ven. ¿En dónde se pierde la mirada de San Juan? ¿En dónde se fija la mirada de la Amargura? ¿Por qué los ojos se cruzan, sin encontrarse? ¿Por qué se nos oculta ese diálogo sublime? ¿Por qué no se oye ni un suspiro?

San Juan le va a decir algo, pero le basta con mirarla. Ese dolor es el de su Amargura coronada. Y están hablando sin hablar. Y están diciendo sin decir. Y están llorando sin llorar…

Ya en la alta noche, la Amargura se encontrará en el convento de las Hermanas de la Cruz con ese testimonio de entrega absoluta que han aprendido de Santa Ángela y de la beata María de la Purísima y del beato José Torres Padilla. Ese convento es un enjambre de santidad. Monjas que caminan en parejas, por calles oscuras, y entran en hogares rotos. Muchos irán a ver a las Hermanas de la Cruz rezando a la Amargura, pero vedlas también en Torreblanca, donde viven junto a los pobres. La Amargura tampoco necesita palabras para las Hermanas de la Cruz. Sus lágrimas son las mismas de ellas. La Virgen las bendice con su mirada. Bendita fue Santa Ángela. Y benditas son las Hermanas de la Cruz, que reparten esperanza a los que sufren amargura.

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