Flores de talco. Una fantasía de metal en los altares de culto
El Aprendiz
Tras su desaparición a mediados del siglo pasado, las cofradías han recuperado este adorno, que tuvo origen conventual
El pastoreño Andrés Martín es uno de los artesanos que se encarga de su elaboración
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Seguro que las habrán visto en algún que otro altar. Los últimos años se han hecho muy habituales en los templos. Han conocido un resurgir, tras un largo periodo en el que fueron sustituidas por esos horripilantes ramos de plástico y tela, propios de cuando noviembre asoma en los cementerios. Hablamos de las flores de talco, unas piezas metálicas, de brillos dorados, plateados y hasta de bronce que, poco a poco, recuperan el protagonismo que le fue usurpado por las modas. Hay varias artesanos que se encargan de elaborarlas, entre ellos, el carpintero Andrés Martín, un cofrade autodidacta a la hora de reinventarse y buscar nuevos nichos de trabajo.
La capilla de la Divina Pastora, en la calle Amparo, se ha convertido en un auténtico museo de la flor de talco. Andrés Martín es su hermano mayor. Aprendió la técnica para elaborarlas hace 12 años. Todo fue por casualidad. "Me llegó un encargo para que arreglara un ramo antiguo que estaba realizado con un material que ya no existe", refiere este especialista, que vio en este tipo de adorno una oportunidad laboral.
"Aquel ramo contenía el antiguo papel de talco, que actualmente no se fabrica y que, además, se deshace con el tiempo", explica Martín, quien detalla el origen de este exorno. El talco es el mineral de menor dureza y, por tanto, el más maleable. Fueron las órdenes religiosas las primeras que lo trabajaron para hacer flores con este material. Éstas se colocaban sobre ramas secas. Muchas de estas elaboraciones servían para honrar la memoria de los difuntos en las sepulturas. Después se empleaban en los altares de los templos y, por último, llegaron a los pasos de Semana Santa, como atestiguan fotos antiguas de esta celebración.
En Santa María de Jesús
El Convento de Santa María de Jesús, en la céntrica calle Águilas, adquirió gran fama por las flores de talco. Las monjas clarisas que lo han habitado durante siglos las confeccionaban para obtener ingresos con los que mantener el templo y el cenobio. De esta producción queda en su clausura una bellísima colección en forma de ramos y cuadros.
Este adorno gozó de un frecuente uso al no existir la oferta en flor natural actual. No había tantos viveros ni las arcas conventuales -y mucho menos las cofradieras- podían costearla. Luego metieron sus fauces el plástico y la tela, auténticos demonios que han vulgarizado los edificios sagrados hasta nuestros días.
Aquel primer contacto de Andrés Martín con la antigua flor de talco le impulsó a "indagar" sobre dicho accesorio. Se percató de inmediato de que el papel elaborado con el mineral por el que recibe el nombre ya no existe. "Consulté con expertos en México, hasta que contacté con una empresa alemana, fabricante de láminas de aluminio de 0,010 milímetros de espesor, que es un material muy maleable y el más similar al talco", recuerda este carpintero. La compañía germana lo produce para uso alimentario y farmacéutico. Martín se vio obligado a firmar un documento en el que se comprometía a no emplear este delgadísimo aluminio para ninguno de tales fines.
El procedimiento
El cambio de material también repercute en la confección de los ramos. Las monjas, antaño, colocaban el papel de talco en unos moldes (algunos aún se conservan), que presionaban con un contramolde y con calor. Gracias a la fragilidad del material, la flor salía directamente cortada de este proceso. Con ellas empezaban a montar los fanales. Actualmente, se elaboran las plantillas, que sirven de base para cortar el aluminio. Las primeras piezas a las que se les da forma son las hojas, que hacen de fondo de los ramos. En lugar de ir sobre ramas secas, como en origen, se colocan sobre alambres revestidos del mismo material. Luego le llega el turno a las flores y, por último, la pedrería que les aporta brillo y las caracteriza. Aquí se emplea una gran variedad: desde perlas hasta remates polícromos.
Los motivos de inspiración son también muy distintos. "Algunas veces me fijo en flores naturales, pero aquí se trata de elaborar composiciones que en la realidad no existen. Es fantasía, una especie de realismo mágico, algo ya presente en su origen conventual". Los colores que más se emplean son el plata, oro y cobre. Pero también le han llegado encargos de colores, como el rojo, verde o azul.
En un par de ramos suele tardar una media de cinco días. "No hago nunca una pareja igual, siempre introduzco cambios", incide este primitivo pastoreño. La confección de las flores de talco precisa de una gama muy amplia de utensilios. Buriles metálicos y de madera. Punzones de orfebrería con los que conseguir las grabaciones en hojas y pétalos. Pero también herramientas creadas ex profeso para determinadas piezas, un cometido en el que ha resultado fundamental el conocimiento en carpintería que atesora Andrés Martín.
Más allá de los ramos
De sus manos no sólo salen flores de talco para agruparlas en ramos. Forman parte, además, de guirnaldas, de las medias lunas que se depositan a los pies de imágenes marianas (como símbolo del texto del Apocalipsis) e incluso de nimbos con estrellas (tan propios de la vestimenta a la usanza hebrea de la cuaresma).
Y más allá del arte sacro, se han convertido en complementos de la moda femenina, de ahí su aparición en trajes de novia y de flamenca. Incluso algunas firmas de joyas se han interesado por incluirlas en sus colecciones. Es la flor de talco, la fantasía metalizada que recupera su presencia en los templos y pasos. El pasado siempre vuelve.
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