Las fiestas de Santa Ágata en Catania: costales sevillanos a los pies del Etna
Otras tradiciones
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Viajar en invierno es uno de los placeres de la vida. Visitar otros países cuando el termómetro se queda por los suelos y la masificación turística está de temporada baja, supone una buena oportunidad para conocer la realidad de otras ciudades, muchas veces enmascarada por los parques temáticos en los que se han convertido sus enclaves patrimoniales. Si a ello se añade que esta época del año coincide con una celebración peculiar y de gran concurrencia, pues se reúnen todos los ingredientes para que la escapada -aunque corta- resulte más que satisfactoria.
Las fiestas de Santa Ágata, en Catania (Sicilia), pueden servir de ejemplo de este supuesto. Se trata de una de las mayores manifestaciones de religiosidad popular en el orbe católico. Y aunque esto último pueda parecer una exageración, tal afirmación se queda corta cuando se pisa el suelo de esta ciudad del 3 al 5 de febrero, los días en los que los cataneses toman las calles para honrar a su patrona.
Hágamos una precisión en todo esto: Ágata es Águeda en español y fue una doncella romana que a temprana edad había abrazado la fe en Cristo, al que había consagrado su virginidad. Corría el año 251 cuando a la ciudad situada a los pies del volcán Etna llegó el procónsul Quinciano, quien se encaprichó de la joven y la quiso tomar por la fuerza. Lo intentó hasta en tres ocasiones.
Un martirio muy 'gore'
En la primera, la entregó en una mancebía para que la prostituyeran, pero su perseverancia la mantuvo a salvo de cualquier varón. En la segunda ocasión, mandó a torturarla, momento en que con tenazas y garfios -los romanos eran muy gores- le amputaron los senos, de ahí que sea protectora de quienes sufren enfermedades mamarias. Las heridas logró sanarlas, al parecer, por mediación de San Pedro. A la tercera fue la vencida y Ágata murió cuando su cuerpo fue arrojado a las brasas ardientes. En ese momento se registró un gran terremoto en la zona -con frecuente actividad sísmica- en el que murió su acosador. En Sevilla, siglos más tarde, la historia se replica con Doña María Coronel, quien protagonizaría otra heroica resistencia ante los deseos sexuales de Pedro I, arrojándose aceite hirviendo en su rostro. Mujeres "empoderadas", que se diría hoy.
Pero vayamos a la fiesta en sí, que consta de tres procesiones. La primera se celebra el día 3. Se trata de un desfile civil, la llamada ofrenda de la cera, en la que queda representada toda la ciudad. Desde los centros escolares a las parroquias, pasando por los colegios profesionales, cuerpos de seguridad, las órdenes militares y religiosas, así como el poder político y la jerarquía eclesiástica. Más de dos horas parados para ver esta representación que deja pequeño -en longitud, duración y paciencia- al mismísimo Corpus sevillano.
Un barroco en movimiento
Lo que más despierta la curiosidad del desfile viene al final. Los famosos candelore, esto es, pequeñas andas en formato vertical revestidas de tallas doradas y adornos de ángeles y lámparas que no dejan indiferente a nadie. Un barroco en movimiento, donde también tienen cabida algunos elementos de toque kitsch, como las banderolas y las flores de tela -que tanto recuerdan a las del cementerio- que coronan estas estructuras cuyo interior cobija grandes cirios. Representan a los antiguos gremios artesanales. Cuando se atiende a la forma de portarlos llega la sorpresa: aparecen los costales. Sí, como lo leen. Son los conocidos como faccini, el equivalente a los costaleros en Sevilla, aunque con una forma de andar muy peculiar debido al complejo sistema para portar los candelore, los cuales, todo haya que decirlo, vistos desde lejos con tal movimiento hacen creer al visitante que se encuentran en algún espectáculo de la misma China.
Este primer día concluye con un espectáculo de fuegos artificiales de más de media hora de duración. Eso sí, tengan en cuenta que el cumplimiento horario no formar parte de las principales virtudes de estos ciudadanos, así que mejor armarse de paciencia, porque lo que estaba previsto a las 20:00 puede empezar una hora después. Mientras, y para evitar congelarse los pinreles en la Piazza Duomo -la más monumental de toda la urbe, impregnada del barroco con el que fue reconstruida la ciudad siciliana tras el terremoto que la devastó a finales del XVII-, nada mejor que refugiarse en una cafetería, tomar un capuccino y degustar un cannoli. Es el dulce típico de Catania y que muchos recordarán por aparecer en una de las escenas de El PadrinoIII. Está formado por un canuto de masa frita -similar a los barquillos, pero de mayor volumen y grosor- relleno de ricotta (requesón italiano de sabor dulce) al que se le añaden frutas, como el pistacho (muy abundante en la zona). Recomendación: si vienen por estos lares, olvídense unos días de hacer dieta. Caer en la gula es fácil y privarse de la gastronomía siciliana constituye un pecado capital. No dejen de probar sus pastas con marisco y pescado. Manjar de dioses.
Pólvora desde bien temprano
La pólvora -tan frecuente en las celebraciones levantinas que, como Sicilia, formaron parte de la Corona de Aragón- es una de las protagonistas de la fiesta. El visitante lo comprueba a las pocas horas de introducirse en la cama, pues a las cinco de la madrugada del 4 de febrero una gran cohetada anuncia el traslado de las reliquias de la santa (permanecen ocultas todos el año) al altar mayor de la catedral. En ese momento miles de cataneses y devotos venidos de toda Sicilia y la península italiana colmatan la iglesia principal, en la que tras la misa de alba se inicia, sobre las 7:00, la primera de las procesiones en honor de la patrona de Catania.
Para entonces, las calles se habrán llenado de cientos de devotos con el abbitino, compuesto por hábito, cordón y guantes blancos y una boina de terciopelo negro. Según la tradición, se trata de la indumentaria que llevaban los cataneses cuando en 1126 corrieron a recibir las reliquias recuperadas de su conciudadana, que se encontraban en Constantinopla. Se fueron con lo puesto. Todos alzarán los pañuelos cuando el busto y la arqueta de la santa salgan por el atrio de la catedral. Se trata de dos grandes relicarios que contienen partes del cuerpo de la patrona de Catania. El primero de ellos cobija el cráneo y los senos. Lo labró el orfebre Giovanni di Bartolo en 1376 y está cubierto por más de 300 joyas y exvotos (no apto para los amantes del minimalismo neocatecumenal y otras simplezas). El segundo es una arqueta que guarda los huesos más largos de la mártir.
Para todos los públicos
Se introducen en la vara o fercolo, es decir, la carroza en la que estas reliquias son portadas en procesión. A cualquier rociero que la contemple se le vendrá a la mente, por sus formas, la carreta del simpecado de Coria del Río. Labrada en plata maciza, del siglo XVI, está impregnada del estilo renacentista y en 1943 sufrió los daños del ataque de los aliados. A la luz del sol se constata que los cataneses no son muy adictos al Primar. Avanza mediante grandes cuerdas (a modo de trineo) de las que tiran cientos de devotos de todas las edades, una de las claves de la celebración: desde niños a ancianos y sin distinción de clase ni grupo social. Aquí participa la ciudad al completo.
Esta procesión discurre por las afueras de la ciudad, de ahí que reciba el nombre de giro esterno. El fercolo lo adornan claveles rosas -"de tonalidad Patrocinio", apunta un cofrade-, en alusión al martirio de la santa, que regresa a la catedral al alba del día 5. Pocas horas después tendrá lugar, en el duomo, el pontifical con la asistencia de las máximas autoridades y el acompañamiento de trompetería, orquesta y coro. El arzobispo, por cierto, no desaprovecha la ocasión en su homilía para arremeter contra la corrupción política: "La peor lava".
Ya después, al anocher, vendrá la segunda procesión. En esta ocasión, el fercolo se viste con claveles blancos -por la glorificación de Santa Ágata- y atraviesa el casco antiguo. La Vía del Etna, arteria principal de la ciudad, se cubre de serrín (al levantarse el viento la ropa acaba "empanada") con un fin principal: evitar los resbalones con la cera que derraman los sacos, otro vocablo italiano referido a los grandes cirios que portan sobre sus hombros los cientos de devotos que, sin orden ni concierto, preceden a las reliquias. Se arrodillan con tal peso delante de todos los templos por los que pasa la comitiva. Sin duda, la imagen más impactante de la fiesta. La ciudad parece retroceder siglos en ese momento, entre las luz de las velas y los vítores de fervor. Catania sumida en una expresión barroca que tanto la hermana con Sevilla.
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